Los hechos no dejan de existir por que se los ignore. Cada cierto tiempo el mar escupe a la arena blanca una mandíbula, una vértebra, una costilla. Pedazos de restos humanos que se secan al sol como cáscaras de escorpiones. Muchos cuerpos se desploman boca abajo sobre la arena cálida, mirando hacia el vientre de la tierra, buscando un lugar donde refugiarse. Otros miles deambulan como sepulcros sin nombre en un fondo abisal a cielo abierto. El mar se los tragó de un bocado, sin culpa, sin remordimiento. 

El drama de la inmigración es un laberinto de paradojas existenciales que se edifican sobre el cinismo de la doble moral: emigrantes de alta gama o emigrantes de formato invisible. El fútbol no es una excepción. Hay historias que para ser entendidas requieren de una vida larga. No es el caso de Alu Souleymane (nombre ficticio a pedido de su familia de acogida), y que con tan sólo 7 años se escondió en el rincón de una "patera" para cruzar una parte del océano y alcanzar la orilla con un último suspiro. Fue así como sintió el miedo en los huesos, en la carne, en el alma. El miedo es un arma peligrosa, solo el hambre lo supera. Entre el miedo y el hambre se amasa el gran dinero: el negro y el blanco. Nunca como hoy se han alimentado tantas bocas con tan pocas manos. Esas materias primas que galopan desbocadas sobre la furia de los índices de la Bolsa de Chicago, lo demuestran. 

Alu tenía hambre, y decidió apaciguarla escapando de un continente donde su principal actividad económica se ha convertido en la exportación de personas con hambre. También venía con hambre de fútbol, y se encontró de frente con los "señores" de la FIFA. Esos sujetos de traje y corbata que andan siempre en lo que no deben andar: en la compra de voluntades y en la desidia del fútbol más desprotegido. 

Desde Canarias, Alu decidió escribirles una carta: "Para los Señores de la FIFA". "Soy un niño de 11 años que quiere jugar al fútbol. Llevo entrenando casi dos años y esforzándome para poder jugar pronto con mis compañeros de equipo (...) No entiendo por qué a ellos les dejan jugar y a mí no, la única diferencia es que soy negro y he nacido en África y eso es lo menos debería importar", así expresaba Alu su frustración y su sentimiento de discriminación. 

El organismo con sede en Zurich decidió, en 2001, imponer una estricta normativa que impedía que niños emigrantes y en calidad de desamparo pudieran participar en competiciones oficiales de FIFA. Los niños podían entrenarse, pero no competir. Se perdía así el poder inclusivo y de amparo social que el fútbol podía generar. Su conmovedora carta y el aguerrido comportamiento de la jueza Reyes Martek lograron, finalmente, que en octubre de 2022 –en el congreso de la FIFA en Auckland– se aprobará la modificación de que los niños emigrantes tutelados por los estados puedan ser inscritos para competir en un club siempre y cuando no sean profesionales.

Paradojas del destino, en el mismo mes de octubre, el gobierno de extrema derecha de Georgia Meloni decretada el estado de emergencia en una vergonzosa vuelta de tuerca a las políticas antimigración europea con dos órdenes de disposiciones. La primera con un decreto ley del 23 de febrero de 2023, dirigido a sabotear las operaciones de salvamento de los migrantes en el mar. La segunda disposición es una medida tan insensata como cruel. Consiste en la abolición de la llamada protección especial que hasta hoy había permitido la acogida, la integración y, en muchos casos, el acceso a un empleo a millares de inmigrantes sin asilo político y en condiciones de grave penuria y de vulnerabilidad. 

El derecho a emigrar es un derecho fundamental vigente. Es también el más antiguo de los derechos humanos, al haber sido formulado por primera vez en el siglo XVI por Francisco de Vitoria. No pertenecemos al lugar de donde venimos, sino al que queremos ir. Extranjero es una palabra hermosa si nadie te obliga a serlo. Que se lo digan a Meloni.

(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 79.