Si cantar es recordar, componer canciones sería algo así como entrar en las disputas de la memoria y sus intemperancias. La memoria afectiva, la personal, y también la histórica, la política. Esa a la que en su larga tradición la canción argentina también ha sabido remontarse para hacerse escuchar. Basta pensar, por ejemplo, en una de las piezas fundantes del repertorio folklórico moderno, la “Zamba de Vargas”. Las cadencias de esta zamba corta, sin estribillo, que para algunos era todavía una zamacueca o una “chilena”, retumbó en los campos de Pozo de Vargas, durante la batalla entre las tropas de Felipe Varela y las del mitrista Taboada, cuyo triunfo terminó con el sueño federalista de las provincias y sus caudillos. El tiempo le fue asentando varias letras e innumerables versiones, que como sobre un palimpsesto fueron cifrando los vaivenes de su destino, entre la crónica y la leyenda.

Y sobre la leyenda, con esa perspicacia que tanto se extraña, advierte Horacio González en el prólogo de Mojones – Signos y memorias de la Patria. “En estos Mojones se toman hechos fundamentales de la historia argentina, pero perseguidos por su sombra infatigable: la leyenda”, escribió el inolvidable pensador y sociólogo para presentar un trabajo en el que la historia retorna al gesto primordial del canto para medirse, justamente, con la leyenda.

Mojones nació durante los días de la pandemia, a partir de una idea de Liliana Herrero que tomó cuerpo en letras de Teresa Parodi y músicas de Juan Falú. Se trataba de remontar la historia del país, para cantarle a aquellos momentos decisivos. Fluyeron entonces nombres, lugares y sucesos. Abstracciones de la historia que se materializaron en la canción. En tanto, las glosas introductorias de Horacio González hilvanaron lo que ordenadamente podría definirse como una cantata, y más allá, como el compromiso de agitar un pensamiento, que es también el gesto de entrega de una generación. Fieles a sus tradiciones, Parodi, Herrero y Falú reflexionan desde la música.

Estrenado en agosto 2021 en el Centro Cultural Kirchner con la participación además de Lilián Saba en piano y arreglos, Pedro Rossi en guitarra, Facundo Guevara en percusión y Ariel Naón en contrabajo, Mojones es ahora un vistoso disco-libro, que acaba de publicar el sello Registros de Cultura. Además de la grabación de las presentaciones del estreno, cuidadosamente mezclada y masterizada en los estudios de CIAM en Tecnópolis en julio 2022, la cuidada edición incluye el texto de las glosas y las partituras de cada tema. Todos los sábados de mayo (Defensa 1575, a las 22), Herrero, Parodi y Falú presentan la obra en el marco intimista del Torquato Tasso.

Los temas

En las letras de este nuevo cancionero, entre el afecto y la gravedad, Parodi logra temperar la arrebato de los nombres y reconstruir el clima de los hechos. También en la elección de los ritmos que arropan esas letras, Falú es particularmente sensible. “El nombre sin fin”, el tema que inaugura una dramaturgia de historias, palabras y ritmos, es un candombe sobre las voces con la que los pueblos modelan sus esperanzas. Siguen “El canto primero”, un chamamé sobre las lenguas de los pueblos originarios y el desafío de su persistencia; “Bando” -esta con letra y música de Falú-, una cueca inspirada en el discurso de San Martín al ejército de los Andes, y “En esa soledad”, una certera zamba sobre la muerte de Facundo Quiroga. En el centro de la obra, está “Martín”, una canción extraordinaria de Edgardo Cardozo, que es un alucinado compendio del Martín Fierro.

La memoria del siglo XX empieza a desplegarse con “La plaza”, un tango al sol sublevado del 17 de octubre de 1945, y “Pañuelito sin adiós”, un bailecito –una de las danzas argentinas con pañuelo– a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. “Remanso azul”, un poema de Pepe Núñez, con música de Falú, es otra interpolación en el repertorio, antes de la estremecedora “La bengala”, canción trabajada sobre el texto de Gustavo Caso Rosendi, combatiente de Malvinas. En el final, “Los sueños que no perdimos”, un gato a la memoria de Horacio González que suena a orgulloso grito generacional, y “Vidala del que no está”, a los que se fueron y sin embargo viven “en cada canción que es posible cantar”, dan la puntada de cierre a una obra que con más convicción que estrépito, eleva hasta el presente celebraciones y dolores de nuestra historia, con el tono austero y profundo de la mejor tradición de la canción argentina.

En el sonido cálido y suntuoso de un ensamble en perfecta sintonía emotiva, confluyen las maneras de decir, los acentos personales y distinguibles de Herrero, Parodi y Falú. También ellos, cada uno a su manera, son mojones, marcas nítidas y perdurables en el no siempre allanado camino de la música.