“Un homenaje a todos los padres posibles”. Así define el director español Diego Casado Rubio a La Cápsula, su más reciente proyecto teatral con el cual interpela acerca de un debate áspero y sensible como es el de la muerte digna. Interpretada por Emiliano Dionisi, y con música original de Rafael Sucheras, la obra propone un viaje poético que pone en el centro la libertad de decidir. Las funciones se realizan en el Teatro del Pueblo (Lavalle 3636), los sábados a las 22 y los domingos a las 17.30.
¿Qué haría un hijo si su padre le comunicara la decisión de ponerle fin a su vida? ¿Cómo enfrentar y acompañar esa elección? ¿Hasta dónde se puede llegar por amor? Algunas de esas preguntas dan vueltas en la cabeza de Hugo, el protagonista de esta historia nacida de la pluma de Casado Rubio y estrenada en los Teatros del Canal de Madrid en 2021.
“La pieza permite pensar acerca de lo que hay de nuestros padres en nosotros y de lo que queremos hacer perdurar de eso. Estamos en un momento social en el que todo es inmediato y pareciera que nos importa bastante poco el pasado. Pero somos una sumatoria de lo que fueron nuestros padres y abuelos, y también de un conjunto de costumbres y tradiciones de otro tiempo”, afirma el autor que divide su trabajo entre Buenos Aires y Madrid.
En 2011, Casado Rubio dirigió a Dionisi en Se alquila, con una condición, y desde allí conformaron un tándem artístico de admiración y confianza mutua. “Este ha sido uno de los mejores procesos creativos de mi carrera. Con Emiliano nos conocemos mucho, y desde ese conocimiento profundo del otro hemos potenciado nuestras capacidades”, comenta al respecto.
De larga trayectoria sobre tablas, pero en el último tiempo afianzado en su rol de director y dramaturgo, Dionisi se reencuentra con el formato del unipersonal luego de muchos años y despliega toda su plasticidad actoral en escena. “Ponerme el traje de actor me encanta”, asegura el joven teatrista que también dirige actualmente en el Teatro del Pueblo El Brote, otra propuesta de un solo personaje, con Roberto Peloni.
“Me gusta trabajar en mis propios proyectos, pero siempre tener la visión de otro director me enriquece, así que tenía ganas de volver a actuar”, agrega. “La obra es muy lúdica y al mismo tiempo muy precisa. Y eso es un desafío que me encanta transitar”.
-¿Cómo surgió la idea de escribir esta historia?
Diego Casado Rubio: -Empecé a escribirla en 2017, cuando me encontré con un artículo en un diario donde descubrí que un médico australiano llamado Philip Nitschke había inventado una cápsula llamada Sarco que ayuda a las personas a morir sin dolor. Y ahí empecé a leer más sobre el tema. Actualmente, en la mayoría de los países en los que la eutanasia está permitida, tenés que estar muriéndote para acceder a esa opción. Pero en Holanda, por ejemplo, este procedimiento está súper avanzado y te permiten decidir legalmente, después de los 70 años, cuándo querés terminar con tu vida sin la necesidad de tener una enfermedad terminal previa.
-Hablar de eutanasia es un desafío, sobre todo porque sigue siendo una temática muy resistida.
D.C.R.: -La eutanasia es una decisión sobre la propia vida. Y como sociedad todavía tenemos mucho para reflexionar al respecto. Nadie nos ha enseñado cómo encarar la muerte. Yo no sé qué decisión tomaría si mi padre o mi madre me plantearan lo que le plantean a este personaje. A mí me gusta hablar de estos temas, porque siento que tengo que pensarme como persona, y pensar qué me pasa con estas cuestiones. Para eso hago teatro.
Emiliano Dionisi: -El teatro tiene el poder de plantear interrogantes incómodos, y esta obra hace eso. No hay una bajada de línea. Y me gusta que se aborde este tema porque, incluso para los que nos creemos progres, no está en agenda. Y es que no nos gusta pensar en eso. Yo vengo de una familia re progre en la cual hablamos de sexo, diversidades y desigualdades, pero en esta cuestión no tenemos una posición tomada. Y que una obra de teatro nos invite a reflexionar acerca de la muerte es muy bueno porque forma parte esencial de la vida pero sigue siendo algo de lo que no hablamos porque nos da miedo. Al final nos damos cuenta de que el tabú más grande era ese.
-Este trabajo marca tu regreso al escenario en un formato unipersonal. ¿Cómo transitás esta nueva experiencia?
E.D.: -No actuaba solo desde que hice Iván y los perros, en 2014. El unipersonal aterra tanto como se disfruta. Y lo que me divierte de este trabajo es que uno puede ir todo el tiempo cambiando de zonas. Es un espacio para probarse a uno mismo, y requiere de un nivel de entrenamiento muy fuerte. En este caso, estamos en una sala chica y eso hace que esté muy cerca del público. La gente no desprende los ojos del escenario y de las imágenes que proponemos. El nivel de atención es muy alto porque el material es muy seductor.
-La Cápsula explora la relación de padres e hijos. ¿Qué reflexiones les genera eso?
E.D.: -Lo que más me interesa de la puesta, en este sentido, es que está contada a través del cuerpo del hijo. Pero su padre está también metido en ese cuerpo, y eso habla de cómo la gente que marca nuestra vida se queda viviendo, de alguna manera, en nosotros. Esa división confusa, y esa idea de ver un solo cuerpo, pero a la vez escuchar a los dos personajes, me parece espectacular. Hay ahí una síntesis fuerte de una relación que es muy interesante.
D.C.R.: -Esta es una obra sobre la aceptación. Como hijos pedimos aceptación, ¿pero nosotros aceptamos lo que nuestros padres quieren? Me refiero a aceptar al otro sin condiciones. Como hijo, quiero que mis padres acepten todas mis decisiones, ¿pero yo acepto las de ellos? Por eso, el disparador es la decisión sobre la propia vida, pero vamos más allá de eso, porque en definitiva de lo que hablamos es de lo vincular.