El mundo audiovisual sigue girando pero ya no lo hace de la misma manera. Así como las transformaciones tecnológicas se dan aceleradamente, las estructuras y los procesos propios del cine, de las series y de la TV evidencian transformaciones al mismo ritmo, impensadas años atrás. ¿Quién hubiera dicho que la exhibición cinematográfica podía dejar de ser ser parte del proceso de distribución de una película comercial? ¿Alguien podía considerar, tiempo atrás, que superproducciones cinematográficas se estrenaran únicamente en los servicios de streaming? ¿Y que series estrenadas online sean repuestas por la TV paga? Probablemente no, así como tampoco muchos hubieran anticipado que el histórico circuito de ventanas de exhibición de una obra se iba a quebrar definitivamente. Hoy, saber a ciencia cierta dónde se estrena una película o serie, o cuál será el circuito natural que haga por los distintos medios, se volvió una tarea imposible.
El histórico circuito de exhibición de películas y series está en crisis. La irrupción y masividad de Internet sumó nuevos y fuertes jugadores de acceso a contenidos audiovisuales: las plataformas. Los servicios de streaming se posicionaron como una opción cómoda y cercana para ver series o películas, que con Netflix a la cabeza paulatinamente pasaron de ser simples exhibidores digitales hogareños a productores de contenidos exclusivos. Una evolución que dio vuelta el mercado. Desde que en febrero de 2013 Netflix estrenó House of Cards, su primera serie propia, los grandes estudios dejaron de abastecer a la N roja y se dieron cuenta que el negocio era desarrollar sus propias plataformas. Todos se volcaron a la producción: desde Disney + a Prime Video, pasando por Paramount + o HBO Max y otras tantas. La pandemia terminó por acelerar ese proceso que hizo eclosionar el circuito clásico de distribución audiovisual. El recorrido que hace una película o una serie por los distintos medios ya resulta complejo de seguir.
El circuito escalonado de ventanas audiovisuales estuvo durante décadas claramente definido, hasta hace apenas un lustro donde todas las certezas se pusieron en cuestionamiento. El esquema clásico determinaba que cada ventana de exhibición tenía la exclusividad de la explotación de una obra por un tiempo determinado, para que luego pasase a otra y así sucesivamente. Una película se estrenaba primero en el cine, luego llegaba al DVD, más tarde pasaba a la TV paga (primero en las señales on demand y luego en las del abono básico) y por último se estrenaba en la TV abierta. El circuito completo de exhibición de una obra podría alcanzar los dos años. Nadie en la industria audiovisual lo cuestionaba. Salvo los espectadores, que según sus posibilidades económicas y tecnológicas tenían que esperar más o menos para ver la tan esperada película.
Ese proceso clásico de exhibición -que perduró durante décadas- entró en ebullición de un momento a otro, como un volcán dormido. Hoy, las posibilidades y formas que adquiere son múltiples y en constante movimiento. Desde que los estudios de Hollywood lanzaron sus propios servicios de streaming, hay películas que pasaron a estrenarse directamente en las plataformas, sin pasar por el cine, o apenas haciéndolo en un puñado de salas (desde Roma de Alfonso Cuarón en Netflix, a Mulan o Black Widow como contenido pago en Disney +, hasta el estreno en la misma plataforma de Soul sin costo extra para sus abonados). Hubo otros films que se estrenaron en simultáneo en un servicio de streaming y las salas (Duna en Estados Unidos), o con una ventana mínima entre ventanas (Argentina, 1985, o Air que el viernes llega a Prime Video). Incluso, aquellas que mantienen el proceso clásico de exhibición ven reducido el tiempo de exclusividad de cada ventana, que cada vez es más corto y muy lejos de los meses que antes debían pasar desde su estreno en cine para poder emitirse en otra pantalla. Además, ahora se le sumó al circuito la oferta del streaming al circuito cinemtográfico, aunque también es cierto que la del DVD o Blue Ray está en franca desaparición.
El criterio de exhibición del mundo digital obedece a estrategias comerciales, pero también tiene en cuenta el problema de la piratería, que se acentúa en el nuevo escenario: cuanto más grande es el tiempo que una obra tiene exclusividad en una ventana, también más riesgoso es que los espectadores no quieran quedarse afuera de la conversación social y se la bajen de manera ilegal en Internet. Ergo, se reducen los ingresos de los productores. Este es un punto que se analiza a la hora de planificar un estreno. Un detalle del nuevo ecosistema es que, a diferencia del circuito de exhibición anterior, los beneficios ya no solo se cuentan en los dólares que se recaudan en las boleterías de cine: ahora también pesan otros más intangibles, como los datos de los abonados y su fidelidad en el tiempo en un servicio de streaming. Un contenido popular de alta demanda puede resultar sumamente sensible a estas variables.
La reestructuración en el recorrido que realiza una obra audiovisual en el renovado mapa no atañe solo a las películas. Las series televisivas evidencian un proceso similar: la TV pierde peso como productor de ficción, en manos de los servicios de streaming, que endeudándose de a miles de millones desde hace tiempo se transformaron en los grandes productores en el género a nivel mundial. Las series, entonces, también empiezan a construir una “nueva normalidad” de exhibición. En este caso, la primera ventana a los ojos argentinos pasan a ser los servicios de streaming, quienes son los que concentran la producción propia y la exhibición por estas pampas de las realizaciones de canales de TV de distintas partes del globo. En otros lugares del mundo, como en los Estados Unidos, los canales de TV abierta -todavía fuertes en anunciantes y rating- conservan la primera ventana de muchas series, que aquí llegan a través de alguna plataforma.
La última novedad en la industria de la pantalla chica es que ahora las series pasan de las plataformas a la TV por cable. Si hasta hace algunos años, las grandes producciones en el género pasaban de los canales premium a las señales del abono básico, ahora son los servicios de streaming los abastecedores: la TV paga perdió lugar en el circuito audiovisual. Así, por ejemplo, se da el caso de Breaking Bad, la sensacional serie creada y dirigida por Vince Gilligan que hace años se estrenó por Netflix (y que aún se ofrece en su catálogo), y que desde el 29 de mayo emitirá el canal A&E, de lunes a viernes a las 22. O el caso de Señorita 89, el thriller dirigido por Lucía Puenzo que se emitió por Starz y que acaba de aterrizar en Lifetime, todos los domingos a las 23. Una de las primeras series en saltar de las plataformas a las señales del abono básico fue Narcos, cuando el año pasado llegó a la pantalla de A&E desde Netflix. Un intercambio que se hará cada vez más habitual.
En este circuito moldeable de exhibición según necesidades y acuerdos comerciales, también está el caso de las series que ya no conservan exclusividad en una ventana. Tal es el modelo que emplea HBO, que estrena en simultáneo los capítulos de sus series principales (desde Succession hasta Lakers: tiempo de ganar, pasando por La casa del dragón o The last of us) en el canal premium del cable y en la plataforma HBO Max. Este esquema de estreno semanal por capítulo, con día y horario fijo y programado tanto para la señal como para subirlo a la plataforma, busca llegar a un público más amplio al mismo tiempo. Una estrategia que intenta disminuir al máximo la piratería, incrementar la fidelidad de los abonados a través de la dosificación semanal de episodios y aumentar la conversación en redes sociales.
¿Cómo será el circuito de exhibición de una película o serie en el futuro? ¿Habrá un único proceso que se establecerá como “natural” o, acaso, la multiplicidad y complejidad del sistema audiovisual plagado de compañías productoras, plataformas, salas de cine y canales televisivos que se absorben y/o asocian unos a otros instalará un circuito de “menú a la carta” según cada caso? Algunos interrogantes que Santiago Marino, docente e investigador UNQ-UBA-San Andrés-USAL, especializado en la industria audiovisual, intenta responder.
“Se suele afirmar que las salas de cine pierden terreno por crecimiento de las plataformas audiovisuales, pero ese es un proceso complejo y no completado”, subraya Marino ante la consulta de Página/12. “El estreno en salas constituye aún un elemento central tanto de la cadena de valor del sector como de la configuración del capital simbólico de una producción. Las plataformas que se dedican a producir películas saben que pasar por la sala otorga un agregado clave. Es cierto que en los últimos años —y sobre todo a partir de la pandemia— las principales plataformas comenzaron a realizar grandes lanzamientos de películas directamente en streaming. Pero las salas todavía permanecen con su rol”, arriesga el especialista.
Sin tener una conclusión absoluta y siendo precavido ante el incierto y en ciernes escenario audiovisual actual, Marino pone de ejemplo lo que sucedió con Argentina, 1985, la película que compitió por un Oscar y que fue producida por Amazon Prime Video, pero que tuvo un muy buen recorrido en las salas argentinas (pocas y por fuera de las cadenas de multicines más grandes como Hoyts, Cinemark, Showcase o Cinépolis) antes de llegar a la plataforma.
“El estreno de Argentina, 1985 producida por Amazon desnudó un conflicto sobre este punto que puede funcionar como ejemplo de una discusión que se profundizará cada vez más. La ventaja que da estrenar en salas radica en constituirse en un producto que la industria podrá legitimar (en el circuito de premios, por ejemplo) y adelantar una ventana que no compite, sino que puede ser complementaria con las otras (plataformas, TV de pago). Obviar esa pantalla puede hacer perder esa instancia, a la vez que saltea algunos eslabones intermediarios, como los exhibidores”, analiza el especialista. Por lo pronto, los espectadores deberán hacer maravillas para poder saber cuándo y dónde podrán ver la serie o la película que tanto esperan, o de la que tanto se habla. Entender al mundo audiovisual actual se volvió una misión imposible para todos.