“No nos entra un kilombo más”, graficó el ministro Sergio Massa en Navarro, en un acto con productores agropecuarios. “Estabilidad política, para que haya estabilidad económica”, agregó. Esta semana, el ministro de Economía se metió en política, lo que había tratado de eludir. Y el presidente Alberto Fernández, que resignó su reelección, afirmó que lo había hecho para abocarse a la lucha contra la inflación, lo que parecía que había delegado en Massa. Al revés de lo que dice el ministro de Economía, el impacto de la inflación es lo que provoca inestabilidad y trastoca en forma permanente la proyecciones hacia el futuro. Si pasa con el ciudadano de a pie, es lógico que también impacte en la política.
El verdadero kilombo es que la persistencia de la inflación debilitó al Gobierno, posibilitó el desequilibrio de poderes ante la embestida de la corporación judicial y complicó la elección de candidatos en Juntos por el Cambio y en el Frente de Todos, algo que debía tener una resolución más fluida.
Y el único favorecido en medio del kilombo es Javier Milei, un personaje hitleriano, estrambótico, cuyos antecedentes más visibles son su respaldo a los genocidas de la última dictadura. Así como sus propuestas de libre mercado para el tráfico de órganos humanos, y para la eliminación de la educación pública, que sería reemplazada por un sistema de “vouchers” para que los pobres elijan la escuela privada a la que quieran concurrir.
El discurso desopilante y gritón es el que más concuerda con el nivel de incertidumbre y bronca al borde de la histeria que impera en la sociedad y que tienen su causa en la imposibilidad de prever cuánto costará al día siguiente comer, vestirse y alquilar. El personaje siniestro que ha crecido en las encuestas constituye un síntoma del estado de la sociedad.
La imposibilidad del Gobierno para frenar la crisis, sumado al discurso de odio de la oposición macrista y su estrategia de oponerse a todo, han sido la madre del borrego. Milei, un imposible para el universo de la razón, se ha convertido en la gran promesa para un tercio de los argentinos que lo siguen ya sea porque respaldaron siempre a los genocidas, o porque quieren creer en su discurso mágico purificado por la santa indignación, o simplemente porque están desilusionados y con bronca con el sistema político.
La intervención de la Corte Suprema para interrumpir la seguidilla de victorias electorales del oficialismo mostró la confianza de los magistrados en su impunidad frente al Gobierno. Todas las decisiones que ha tomado este tribunal moldeado por el macrismo han sido en contra del peronismo y sus aliados. La historia pone de manifiesto su parcialidad. En este caso, los amparos estaban planteados desde abril. La decisión de interrumpir las elecciones en San Juan y Tucumán, cinco días antes de que se realizaran, funcionó como una bofetada al Gobierno.
Es también un rebote del impacto que produce en la Corte la investigación que realiza la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados. Lo que con la complicidad de la corporación mediática parecía que no tendría trascendencia, se convirtió en un verdadero escándalo con epicentro en los cuatro jueces, por cuestiones de corrupción, tráfico de influencias y otros delitos que fueron revelados por testigos como el ex administrador de la Corte Héctor Marchi y otros. El presidente del Tribunal, y el más belicoso de los cuatro jueces, Horacio Rosatti, fue demolido con acusaciones lo suficientemente graves y sustentadas como para romper el blindaje mediático.
La interrupción de las elecciones en Tucumán y San Juan fue una respuesta a la Comisión de Juicio Político. La decisión es discutible desde el punto de vista legal, la podrían haber tomado antes y, además, es poco lo que alteran el resultado previsto en las urnas. Pero es una demostración de poder dirigida al Gobierno y a una posible candidatura de Cristina Fernández. La Corte se muestra como un poder ya no judicial, sino político, como ha sido siempre.
Cada golpe militar echó jueces y nombró Cortes Supremas adictas. Y la jurisprudencia que produjeron esos tribunales se siguió aplicando porque nunca se anuló, como si esos tribunales hubieran sido tan legítimos como los demás. Esa permanencia se sustenta en la continuidad corporativa, no tiene nada que ver con la democracia o la división de poderes. Es un sistema que ya no califica para un sistema democrático, al punto de que una investigación parlamentaria, que tiene pocas posibilidades de convertirse en juicio político, le ha provocado una crisis de legitimidad de la que será muy difícil que se reponga.
La inestabilidad que genera la inflación atravesó a las fuerzas políticas. Juntos por el Cambio puede llegar a un punto de quiebre: Mauricio Macri parece buscar una alianza entre Patricia Bullrich y Milei, en tanto que Horacio Rodríguez Larreta juega con la idea de una alianza con el gobernador saliente de Córdoba, Juan Schiaretti, de recoger a otros sectores conservadores del peronismo y contener a los radicales que, en principio, rechazan ese camino.
Los escenarios son tan cambiantes que hasta el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, podría desdoblar las elecciones provinciales de las nacionales. En las mediciones se mantiene varios puntos por encima de los candidatos de Milei y del macrismo, pero también depende de la forma que traccionen los candidatos presidenciales, tanto del Frente de Todos como de las otras fuerzas.
Según las encuestas –que, como todo el mundo sabe, no son infalibles–, Milei le saca votos a Juntos por el Cambio, pero no tiene candidato bonaerense. Al desdoblarla, Milei no aparecerá en la elección provincial, lo que atenuaría el efecto de arrastre y favorecería al macrismo.
Cuando asumió Sergio Massa en Economía, el debate por las candidaturas en el Frente de Todos parecía estar jugado a lo que ocurriera entre el ministro de Economía y la inflación, incluso era aceptado así por los que no simpatizaban con Massa. Esa perspectiva aquietó el debate por las candidaturas.
Pero las expectativas puestas por el mismo ministro se desinflaron por el salto del dólar paralelo que se trasladó a los precios. La inflación desgastó primero al presidente Alberto Fernández, que retiró su intención de presentarse a la reelección. Pero ahora también esmeriló la figura de Massa. El Presidente, que se había desligado del tema para que su ministro capitalizara una esperable baja de la inflación, ahora lo retomó. Y el ministro empezó a hablar de las internas. Hubo un enroque de discursos.
Es un cuadro complejo para el Frente de Todos, que necesita un candidato que recupere mística y entusiasmo y que sea creíble para la sociedad frente al flagelo de la inflación, tema determinante para muchos al decidir el voto.
Para resolver semejante “kilombo” –palabra del ministro– resurgió la figura de Cristina Kirchner pese a que anunció que no será candidata en ninguna categoría. Pero un sector importante del sindicalismo, de gobernadores e intendentes y de agrupaciones partidarias, peronistas y no peronistas, convocó para el 25 de Mayo a una gran movilización en la Avenida 9 de Julio como coronación del operativo clamor por la candidatura presidencial de CFK.
Ella ha dicho que hubiera podido ganar la elección anterior, pero que no la iban a dejar gobernar. Y por eso propuso la candidatura con Alberto Fernández. Si cambia ahora de decisión es porque ha visto la posibilidad de avanzar y romper ese bloqueo. Hasta ahora no hay señales de que vaya a cambiar y, alrededor suyo, el hermetismo sobre este tema es total.