"El mérito de este libro es de él, son sus cartas. Lo que yo sentí cuando descubrí esas cartas, tan prolijamente guardadas por años en una caja, fue: esto yo lo tengo que hacer saber. No solo por él: también como un homenaje a todos los familiares". El que habla es Hugo Soriani. De quien habla es de su padre, que se llamaba Hugo, como él, pero que quedará en el recuerdo de todo aquel que lea este libro como "el Capitán Soriani", como lo nombra su hijo. Las cartas de las que habla son las que encontró hace no mucho, desarmando la casa familiar tras la muerte de su madre --la de su padre ya había ocurrido tiempo atrás--, en el ropero de la que alguna vez había sido su habitación. Son las que el Capitán Soriani le mandó durante los nueve años que pasó en distintas cárceles como preso político. En este caso, por obra y gracia de una inexplicable burocracia carcelaria, en un periodo acotado entre 1976 y 1979, cuando fueron prolijamente devueltas al remitente desde el penal de Magdalena. El sello rojo y grande con la R de "Requisa" estampado en los sobres así lo atestigua.  

¿Son cartas que jamás llegaron a ese hijo preso, son las que fueron leídas con un gendarme enfrente apurando el trámite, a veces arrancadas de las manos antes de llegar al final? ¿Son las que, en tiempos de guardias "buenas", pudieron quedar en manos del destinatario durante algunas horas o días, y ser compartidas en voz alta para todo el pabellón, en esa ventana que se abría con noticias del afuera y que aún evoca como "un soplo de vida"? Imposible saberlo, el propio autor no lo recuerda por completo, buena parte la desanda a la luz de estos papeles encontrados. Pero recuerda lo vivido, y da testimonio. Reconstruye una historia que es personal y colectiva, un pedazo de las épocas más negras de este país. Y al mismo tiempo una relación particularísima: un padre militar, un hijo que abraza la militancia de izquierda y la lucha armada, enormes desacuerdos políticos entre ambos mientras se prefigura y avanza lo monstruoso (Soriani cae preso a fines del 74: "casi que me puse contento, porque estabas vivo", recuerda que le dijo su padre al enterarse). Y un sostén incondicionalmente amoroso en ese padre, durante largos y vitales 9 años, que el autor descubre junto con el lector en esas cartas cuya prosa no abandona cierta mirada castrense de la vida y sus circunstancias. 

El domingo 14 a las 20.30, Las cartas del Capitán --publicado por editorial Octubre-- se presentará en la sala José Hernández de la Feria del Libro, y Soriani estará bien acompañado: participarán León Gieco, Taty Almeida (la Madre de Plaza de Mayo es también autora de uno de los prólogos del libro, el otro es de Mariana Enriquez), Eduardo Aliverti, Nora Veiras y Víctor Hugo Morales. Mientras muchas cosas seguramente sucedan arriba y abajo del escenario (anunciaron su presencia varios ex presos y presas políticas y familiares, entre otros protagonistas de los hechos que se narran), Rep dibujará en vivo. 

Llegada a Retiro de presos políticos liberados de Rawson en diciembre de 1983, entre ellos, Soriani.Austral Foto / Renzo Gostoli


Leer y escribir

"Me costó y me cuesta mucho agarrar las cartas, leerlas completas. Porque no puedo parar de llorar. Voy de a poco, me sigue pasando, y hasta que logré escribir algo, fue costoso. Pero es como que me lo impuse, porque quiero dar testimonio a través de mi viejo de lo que fueron esos años. Y reivindicar a esos padres y esas familias que estuvieron ahí, todos esos años, bancando a sus hijos", dice ahora Soriani. 

Sabe --no lo pensó cuando escribía, lo analiza ahora-- que la Argentina parió un ejemplo mundial de ética y lucha que son las Madres de Plaza de Mayo, una figura tan enorme y luminosa que tal vez dejó menos espacio para narrar otros roles. "Quiero reivindicar a los familiares de los detenidos que sobrevivimos, los que durante una década o más no supieron qué iba a pasar, si iban a poder ver al hijo o al hermano, si lo habían matado, trasladado, si estaba torturado, castigado. Quiero echar luz sobre esas personas, por ese esfuerzo y ese compromiso que a algunos familiares incluso les costó la vida, por ser solidarios con los presos. Por ese acompañamiento con amor, más allá de cualquier diferencia", reflexiona. Algo que, dice, dimensiona y revaloriza ahora que es padre, porque cuando estaba sucediendo y era hijo, como suelen hacer los hijos y es parte de la vida que así sea, lo naturalizaba. 

Foto Pablo Piovano.


Fútbol, mate, política

Las dos partes de Las cartas del capitán --la primera, sobre las cartas propiamente dichas; la segunda, "Hacer memoria", sobre otro puñado de momentos, incluido el de la liberación desde la cárcel de Rawson, en 1983-- están hechas de detalles cotidianos que, así tejidos, rearman la gran historia; la mayoría son vivencias propias, otras de sus compañeros, o, por ejemplo, de Eva Giberti, madre de Hernán Invernizzi, que había sido amigo y compartió años de cárcel con Soriani, y recuerda el momento en que, como un fantasma, el autor se le apareció, liberado sin previo aviso, en el hotel de Rawson donde se alojaba antes de ir a visitar a su hijo.    

Pero sobresalen los que aporta el Capitán en sus cartas. Así desfilan el fútbol, por supuesto River, el gran amor de los Soriani, pero también el Mundial 78 y sus rutilantes novedades, incluida la televisión color, las visitas los domingos al Parque Lezica (hoy se llama Parque Rivadavia) para vender las revistas de historietas, las figuritas difíciles, los recuerdos de las vacaciones en San Clemente, el mate, los cambios en el barrio, en los precios, la vida cotidiana, que al Capitán se le hacía imperioso seguir compartiendo con su hijo, al menos de esta manera. En el medio, le dice de diferentes maneras cuánto lo extraña, lo aconseja y no deja de hablarle de "la firmeza de carácter" que es imperioso mantener "para afrontar tus actuales dificultades". 

Soriani padre --un padre amoroso, que "no se ahorraba abrazos", pero poco dado a la charla social, lo recuerda su hijo-- tiene una prosa sorprendente, reflexiones en las que transmite valores y exige estoicismo. Mucho de lo que le cuenta al hijo y cómo se lo cuenta, en esa situación extrema, es "de una ternura que te deshace", dice el mismo autor, y da en el blanco.

Soriani hijo escribe casi sin adjetivos, narra sucesos increíbles con habilidad y precisión de cronista. A algunos los pasa por ese tamiz humorístico que --lo saben los lectores de Página/12 que disfrutan sus contratapas, algunas de las cuales fueron punto de partida para este libro-- es su marca propia. Pero si en Los días eran así, su libro anterior, también sobre aquellos años, ese humor estaba puesto en primer plano, aquí sobresale lo emotivo: es una gran historia de amor filial. Y ese despojo que elige para narrarla, dota de potencia al relato. 

El diseño de Gabriel Minivielle, que también pone su arte al servicio de las tapas y páginas de este diario, suma fotos y objetos de época --la lata de leche Nido que los presos cuidaban como un trofeo en los traslados porque allí hacían sus necesidades, la revista El Gráfico, las historietas y figuritas de la época, el teléfono ¡con cable!--, y así suma a la pintura de esas escenas cotidianas que atraviesan el libro. 

Ser hijo, ser padre

Soriani escribe también, y está dicho en algunos relatos, desde su propia paternidad: la que vivió cuando sus hijos eran más chicos, la que vive ahora cuando ya se fueron o se están por ir de la casa. "A mí no me sorprendía que mi viejo me fuera a visitar, que me escribiera. Lo naturalizaba. Lo que me sorprende hoy es el amor que volcaba en esas cartas. No lo había registrado", piensa ahora. "Recibir las cartas en ese contexto era sin ninguna dudas un soplo de vida. A tal punto que estábamos todos pendientes de la llegada de todas las cartas, y cuando había guardias buenas y no te las llevaban, las compartíamos, las leíamos para todo el pabellón. Entonces todos conocíamos a la hermana de tal, a la mamá del otro... Las cartas nos traían el afuera, las esperábamos ansiosos...", cuenta.  

--En las de tu papá, se nota el esfuerzo por contar el afuera pasando la censura de las requisas. Eran como crónicas de momentos, instantes...

--Es lo que yo ahora también redescubro. A mí me pasa que comparto el instante con mis hijos. Veo algo que me llama la atención, o que sé que les gusta, y los mensajeo: mirá dónde estoy. Un lugar, un bar, una esquina... Soy muy de whatsappear con Joaquín, necesito ese contacto. Y bueno, pienso que mi viejo también extrañaría eso, en lo que habrá sufrido la ausencia mía a su lado. Hay una carta donde dice: no sé si alguna vez va a llegar a tus manos esta carta, si te la van a dar. Pero el sólo hecho de escribirla, me hace sentir cerca tuyo, y eso me alegra y me tranquiliza. Salvando las grandes distancias, es como cuando mando el WhatsApp para sentirme cerca de mis hijos, esa necesidad de padre de comunicarse con su hijo.

--¿Pudiste decirle todo lo que significó para vos?

--Era una duda que yo tenía: yo nunca dimensioné lo que fue para mí en esos nueve años mi viejo, sin compartir nada de lo que yo había hecho y lo que pensaba. ¿Se habrá dado cuenta lo importante que fue para mí? Me quedaba esa duda. Bueno, entre las cartas encontré una mía, que le mandé para un día del padre, desde Rawson. Ahí le digo todo, la alegría que me había dado verlo en Rawson y lo que era como padre. Se lo digo con una prosa de veintipico de años que hoy me da pudor, pero también tranquilidad: sí, se lo dije. 

Del prólogo de Mariana Enriquez

"Este es un libro sobre la relación de un padre y un hijo. Una relación de afecto profundo y zonas de silencio; también de un amor y un apoyo incondicionales justo cuando la ruptura o la separación podrían haber sido el resultado de la profunda diferencia política. Se titula Las cartas del Capitán porque se trata justamente de eso: Hugo Soriani, militante de izquierda, es detenido un poco antes del inicio de la dictadura cívico militar mientras hacía la colimba y su padre, el Capitán Soriani es, en efecto, capitán: es un militar retirado. No se trata de un apoco defectuoso ni de un chiste: el hombre había pertenecido a la institución que llevó a cabo la masacre: su hijo podía sumarse a las víctimas durante estos años de correspondencia. Y el Capitán Soriani, a pesar de los desacuerdos, se mantuvo firme, apoyado en el más tierno de los deberes: acompañar al hijo. Siempre en su estilo. Le llamaba a la prisión "dificultades", por ejemplo, y escribe en una de sus cartas: "las dificultades son crónicas, no una injusta y caprichosa interrupción del proceso normal de la vida. Las dificultades son la vida misma" (...).  

Quiero subrayar esto: para el Capitán Soriani, gorila profundo como él mismo se reconocía, y como lo conocían todos, no debía ser fácil tener reuniones con otros familiares, ni rebelarse ante las fuerzas armadas ni tolerar -no muy bien pero con respeto-. la decisión política y militante de su hijo. No quiero escribir cursilerías ni tratar de interpretar a un hombre que no conozco, y que tampoco puedo conocer del todo en sus cartas -porque como él sabía que eran leídas y censuradas entonces escribe sobre vaguedades a propósito-. Lo que sí quiero decir es que la posibilidad del afecto a partir del desacuerdo político es no sólo posible, sino deseable. Si en estas circunstancias, de las peores, un militar pudo darle la mano a su hijo de izquierda en todo sentido durante años, el taxista no tiene por qué insultarnos, no tenemos por qué denigrar a los jóvenes libertarios (si pensamos distinto, explicarles por qué), no debemos calificar a nadie de fascista y nazi si no lo son, no hay por qué usar un micrófono para degradar y desear la muerte: no estoy diciendo que la de ellos dos es una relación ejemplar, porque quizá no lo haya sido, sino que fue posible y se sostuvo con firmeza y eso es muchísimo. Es tanto que leerlos, a los dos, al padre y al hijo, resulta asombroso. La ternura, la emoción que le impide al hijo abrir muchas cartas por día, el recuerdo de la caricia que llegaba con esos papeles manoseados por los guardias durante la detención". 

* Fragmento del prólogo del libro.

Del texto de Hugo Soriani

"Ahora, cuando se cumplen 44 años del campeonato mundial que ganó Argentina, encuentro algunas cartas que mi padre, el Capitán Soriani, me mandaba a la cárcel de Magdalena, donde yo llevaba más de tres años preso y aislado. Mi viejo hilvanaba los relatos de manera que me sintiera a su lado disfrutando juntos el campeonato hasta el último partido, la final que Argentina le ganó a Holanda 3 a 1 y que desató el delirio colectivo. 

En su carta del 13 de febrero del 78, meses antes del partido inaugural, el Capitán me escribía: "Tu primo Tato quiere ver por lo menos un partido del Mundial yendo a la cancha, y yo también, así que veré de conseguir dos plateas. También se pasará por TV en blanco y negro acá, y en color en el extranjero. Y finalmente en el Luna Park, en pantalla gigante, se transmitirán otros, así que iré viendo las distintas opciones y luego contarte todos los detalles de este acontecimiento único, aunque no nos caiga en el mejor momento".

No  nos caía en el mejor momento, no. Mi padre lo sabía por el clima que notaba en esa prisión militar cuando iba a visitarme y por alguna de nuestras charlas, cuando podíamos tenerlas. Pero el fútbol era una pasión compartida y el Mundial un punto de encuentro que ambos celebrábamos con intensidad (...).

Muchas cartas se han perdido en el camino y la próxima que encuentro ya es del 26 de junio, día siguiente al partido final que Argentina le ganó a Holanda (...): Yo he visto toda esa alegría pero no he participado, porque en mi espíritu hay más sombras que luces y porque me recuerda otras épocas más felices a tu lado. Estoy juntando diarios y revistas para llevarte que espero te sean autorizados. Hasta entonces vaya un cariñoso abrazo de tu Papá. 

Lo que el Capitán no supo hasta mucho después es que ese partido final me salvó de un calabozo en el que me habían encerrado luego de que sostuviera una discusión con un gendarme, al que insulté por negarse a abrir mi celda durante todo el día para llevarme al baño. Esa discusión me valió un encierro en un 'buzón' en el que no cabía parado, y donde pasé diez días rodeado de cucarachas. Casi sin comida ni bebida, y molido a palos durante varias noches, permanecí ahí hasta el 25 de junio. Mientras el gordo Muñoz vociferaba que los argentinos eran derechos y humanos y la Junta Militar festejaba en la cancha, un alférez de Gendarmería me abrió el calabozo y me dijo: 'Agradecele a  Kempes, porque si hoy ganaba Holanda, vos eras boleta'. 

Los diarios y revistas que el Capitán Soriani me había comprado para que leyera los festejos, nunca llegaron a mis manos. Pero esos goles de Kempes aún hoy los sigo celebrando". 

* Fragmento de Las cartas del Capitán.