Queridos/as/es deudores/as/os:
Estamos, los argentinos (uy, parezco un militar poniendo primero el verbo), a punto de celebrar, conmemorar, festejar el cuadragésimo (o “cuarentavo”, para los que creen que se puede decir cualquier cosa) aniversario de nuestra querida, maltrecha, valiosa, depreciada, equitativa (aunque algunas veces sea “quitativa”) "democracia". Este término viene de dos palabras en griego: “demo”, o sea “pueblo”, y “cracia”, o sea “gobierno”. Entonces, sería “gobierno del pueblo”, y no “un demo que nos da gracia” (alerta, centenials). Pero, hay que decirlo, ni los antiguos griegos creían que “democracia” fuera el gobierno del pueblo, ya que solamente votaban los varones, si eran libres y tenían ciertas capacidades o títulos. En fin: como los griegos fueron los que inventaron eso de que “los teoremas se resuelven por la vía del absurdo”, seguramente también resolverían así esa cuestión.
Volviendo a nuestra deuda, quise decir, a nuestra realidad, nuestra Carta Magna nacional no usa la palabra “democrática” para definir nuestra forma de gobierno, sino que “va por tres” y dice: “republicana, representativa y federal”. Vayamos por partes:
* El término “republicana” de alguna manera implica democracia, ya que viene de “res publica” (sin tilde porque es en latín), dos palabras que en Roma significaban: “la cosa pública”, o sea “de todos”. “Todos” quiere decir “todos”, y no “nosotros y nuestros amigos” (alerta, neoliberales).
* El término “representativa” es como que pone un límite al poder popular autopercibido, ya que nuestra Carta Magna dice: “El pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes”. O sea: “El pueblo no gobierna ni delibera", y después sigue algo más (alerta, políticos).
* El término “federal”…, ¡uy, parece más fácil, pero es mucho más difícil de definir! Sería “lo contrario de unitario”, pero en nuestra historia hemos tenido “los federales más unitarios que existen”.
Como sea, la querida y vilipendiada democracia cumple 40 y sigue siendo atractiva y atrayente, aunque algunos le quieran hacer retoques en el quirófano (más para sacarle pedazos y apropiárselos que para agregarle). La democracia puede ser, y lo es, totalmente seductora. El problema aparece cuando la tergiversan, le mienten, la posverdadean (qué feo este término que acabo de inventar, prometo no usarlo más), y etcéteras diverses. Y digo todo esto porque escuché, por derecha, por izquierda, por arriba y por abajo, a gente que dice, más de frente o más susurrado, que la democracia no sirve, que no va más, que está vintage, que está gagá, craquelé, reblán (gracias, Landrú), que ha caducado, decaído, despatarrado, finiquitado.
Quienes lo afirman “por derecha” proponen un sistema donde directamente San Mercado se haga cargo de nuestros deseos; mejor dicho, “de lo que el mercado decida que son nuestros deseos”; aún mejor dicho, “de lo que el mercado tenga para vendernos y nos haga creer que es lo que deseamos”. Nuestras necesidades reales son, para ellos, “popó de vaca”, o ni siquiera; al menos el popó de vaca quizás lo vendan como abono.
En cambio, quienes corren por "sedicente izquierda” proponen que sea el Estado Plenipotenciario Magnánimo quien se haga cargo de nuestras necesidades, y también de definir cuáles son esas necesidades, las necesitemos o no (en cuyo caso nuestros deseos se transformarían en un lujo, algo superfluo, burgués, qué sé yo).
Tiendo a pensar que somos “sujetos de las necesidades” (o sea, de aquello sin lo cual no podemos vivir, o vivimos excesivamente mal), y también de nuestros deseos (o sea, aquello que elegimos, consciente o inconscientemente). También creo que los deseos solamente pueden manifestarse cuando las necesidades están satisfechas (“Primo mangiare, doppo filosofare” –primero comer, luego filosofar–) dicen los tanos, que de esto saben mucho.
Nos guste o no, el mercado existe. Y sabemos que, librado a su propio deseo voraz, competitivo y falsamente meritocrático, es insaciable. El Estado podría, puede y debe regularlo, limitarlo, frenarlo, encauzarlo. Ahí es donde justamente, se pone en juego la democracia: en la elección de quiénes, y con qué programa, proyecto, plan, evitan desde el Estado que el mercado perjudique a algunos sectores (generalmente, los más débiles) y favorezca a otros (los poderosos).
Los sectores más vulnerables suelen quejarse de que la democracia no les resuelve sus problemas, y tienen razón. Los poderosos, a su vez, en su tiempo libre, critican la corrupción. El punto es que el concepto de corrupción, según dicen los economistas, siempre se vincula al Estado. Para los poderosos, si un funcionario propone o acepta dádivas, es corrupto. En cambio, si un empresario malversa, roba o tergiversa en su propia empresa, o en la de otros, o al Estado, no es corrupto, sino que aplica “una estrategia más, quizás no las más ética, pero…”.
Y encima, cuando el neoliberalismo llega al gobierno, reemplaza a los políticos (“porque son corruptos”) por gerentes que siguen actuando como tales dentro del Estado. Entonces, como son “empresarios” (aunque ejerzan de funcionarios), creen que “hagan lo que hagan, si es negocio está bien”. ¡Y después le echan la culpa a la democracia!
Como diría Mordisquito, el alter ego de Enrique Santos Discépolo: "¿A mí, me la vas a contar?".
Inevitablemente esta semana les propongo acompañar esta columna con el video “La Suprema” de Rudy-Sanz (RS+):