El de la franco-coreana Park Ji-min es, sin duda, uno de los debuts actorales más impactantes de los últimos años. Artista plástica de profesión, el realizador Davy Chou –francés de nacimiento, de ascendencia camboyana– la convocó para interpretar el rol central en su último largometraje, Regreso a Seúl. La historia de una veinteañera de París que regresa a su país natal, Corea del Sur, por primera vez desde que fue adoptada por un matrimonio francés, cuando todavía era una bebé. Es tal la intensidad de Park como Frédérique, o Freddie como la llama todo el mundo, que la película no sería la misma sin su presencia, al mismo tiempo luminosa y compleja, llena de aristas, muchas de ellas punzantes. Es que Freddie es una angry young woman en pleno derecho, una muchacha que enfrenta la posibilidad de conocer a sus padres biológicos con iguales dosis de ansiedad y enojo. Evitando todos los lugares comunes del drama identitario, Chou crea una narración tan descentrada como lo es su protagonista. Una historia que recorre casi una década de vida, desde ese primer regreso a la capital surcoreana a los múltiples reencuentros con el lugar de sus ancestros (el film no incluye ni un solo plano rodado en Francia). Es una historia de (re)descubrimientos, de crecimientos y retrocesos, de pruebas y errores, de temores y también de lágrimas, las de tristeza y las de bronca. Pero sobre todo de ferocidad. Presentada en el Festival de Cannes y sin haber pasado por las salas de cine de nuestro país, Regreso a Seúl puede alquilarse en plataformas como Flow y Google Play, que de un tiempo a esta parte se han convertido en reservorio de muchas películas notables que de otra forma desaparecerían por completo del radar de sus potenciales espectadores.

Freddie llega a Seúl como si hubiera bajado de un ovni. La chica que atiende el pequeño hotel escucha un clásico del rock coreano de finales de los 60 y la recién llegada parece más interesada en oír la melodía que en confirmar su estadía. Freddie y Tena se hacen amigas casi de inmediato y una salida a un típico restaurante de bajo costo termina en una inesperada mesa redonda con varios invitados. La responsable de la reorganización de los comensales y de la seguidilla de botellas de soju consumidas es, desde luego, Freddie, que a los ojos de las chicas y chicos presentes se presenta como un auténtico espíritu libre. Es la primera señal de un tema que recorrerá toda la película: las diferencias culturales, con especial énfasis en las cuestiones ligadas al rol tradicional de las mujeres y los hombres en la sociedad coreana, por oposición a la francesa. Que Freddie termine durmiendo con uno de los muchachos, sin recordar si hubo o no sexo, no hace más que reforzar esa idea. “Hasta cierto punto, las narrativas usuales acerca de la adopción y los viajes a las raíces están predefinidas”, declaró Davy Chou en una conversación con la revista especializada Senses of Cinema. “En cuanto uno presenta una idea así para un film la gente tiene expectativas y nociones preconcebidas. Realmente quería jugar con todo eso porque los testimonios –no sólo de los hijos adoptivos, sino también de los inmigrantes de segunda generación e incluso por mi propia experiencia– muestran que la realidad es mucho más compleja y diversa que los clichés que el cine nos suele ofrecer. Pocos días antes del estreno mundial en el Festival de Cannes les mostré la película a algunos colegas en París. Claire Denis estaba allí y me hizo un comentario que me llamó la atención. Ella me dijo que la actriz, Park Ji-min, estaba en modo de resistencia. No sólo como Freddie, contra los personajes y situaciones de la película, sino que Denis también sintió que la actriz estaba resistiendo de alguna manera el film, como si no terminara de ofrecerse a la cámara. Creo que eso es absolutamente cierto”.


El primer segmento de Regreso a Seúl es el más extenso, cercano a la hora de duración, en un total de 120 minutos. En ese primer tramo la posibilidad de reunirse con su padre biológico comienza a formar parte de la vida cotidiana de Freddie, quien sabe que los días corren y en algunas semanas deberá regresar a la vida parisina (su madre la llama constantemente, todavía sorprendida de que el viaje de descanso original a Tokio se haya transformado en una suerte de peregrinación hacia el pasado en Corea). Freddie no habla coreano y la primera reunión de la protagonista con su familia de origen se lleva a cabo con la presencia de su amiga, la del hotel. La traducción suavizada de comentarios y recriminaciones empuja un ligero condimento de humor en una situación comprensiblemente tensa. Pero la vida sigue. Y cambia. De pronto han transcurrido dos años y Freddie parece otra persona, aunque ciertas esencias continúen presentes en cuerpo y espíritu. Vestida, peinada y maquillada de manera mucho más imponente que en el pasado, en aquel primer regreso a Seúl, la joven conversa en modo levante con un hombre francés bastante mayor, cuya particular profesión señala un camino posible en su propio futuro. La libertad sigue estando presente, sin embargo, en modos y vivencias diversas.

Habrá dos saltos temporales más en Regreso a Seúl, el primero de un lustro, el segundo de apenas un año. Las distintas Freddie –que no dejan de ser la misma pero, como ocurre con cualquier vida humana, el tiempo va alterando– regresan a Corea en compañía o en soledad. Una frase brutal e inesperada, “puedo quitarte de mi vida en este momento y para siempre”, vuelve a definir las zonas más ariscas de la heroína, esa rebeldía inherente, la resistencia mencionada por Claire Denis luego de ver la película de su colega. Una forma de ser tan franca y directa como, en más de una ocasión, agresiva e hiriente. El rostro enojado de Park, la actriz, es esencial a Freddie y a la película. Una película extraña, imprevisible, en la cual la identidad no es ni un concepto estático ni un constante fluir, sino un caos de emociones muchas veces incontenibles, imposibles de domar. Mucho menos domesticar. En la entrevista con el realizador ya citada, Chou recuerda que el título original de la película para el mercado de habla inglesa era otro: “Todas las personas que nunca seré”. Y explica su significado al referir que “tiene que ver con enfrentar cierta proyección de uno mismo, o la posibilidad de una vida que se pudo haber tenido. Si Freddie no hubiera sido abandonada, si hubiera crecido en Corea, tal vez sería parecida a Tena. Pero eso no es así. La cuestión pasa por la posibilidad de una conexión luego de comprender la distancia creada por el pasado, por una historia quebrada. El centro de la película está en la confrontación de esos dos rostros”.