Aunque pareciera que las cosas se cuentan solas y sólo hay que saber mirar, quizá lo que cuenta es sólo un enorme conjunto de dudas.

El proceder de la Corte Suprema, para empezar por lo más escandaloso, no ofrecería interrogante alguno.

Es un partido judicial opositor que la semana pasada atravesó (casi) todo límite razonable de pudor porque, convengamos, nadie debería presumir una capacidad de imaginación semejante.

¿De veras alguien podía prever que el presidente del máximo órgano tribunalicio se animaría a sugerir, frente la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina, que llegado el caso debieran inmiscuirse en el control de la emisión monetaria?

¿En serio podía conjeturarse que a las pocas horas directamente postergarían elecciones provinciales sin siquiera expedirse sobre el tema de fondo, porque eso esperará hasta que se les antoje a sus zonas bajas?

Los textos constitucionales de San Juan y Tucumán, según la inmensa mayoría de especialistas consultados, indican que fueron temerarias —de mínima— las candidaturas de Sergio Uñac y Juan Manzur. No había lectura legal que permitiera dejarlas correr así como así. Pero es pornográfico que la Corte las haya impugnado a cinco días de votar.

Luego, suponiendo que, como resumió Mario Wainfeld, cabe esperar cualquier cosa de estos “chicaneros de guante blanco” (el colega fue asaz elegante, porque “chicaneros” es un adjetivo módico), ¿no rige la duda sobre qué hacer efectivamente con ese cuerpo judicial?

Ni hablemos de los escándalos que, en particular, rodean a Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz.

Se desarrolla el juicio político contra los integrantes de la Corte, sin ninguna probabilidad de que surta fruto concreto porque los números del Congreso no dan ni de cerca. Y lo mismo sucede con los proyectos de reforma judicial que están detenidos, porque esos números quedan más lejos todavía.

A ver si nos entendemos: las formalidades, deficiencias e intereses de clase de un sistema demo-liberal sólo pueden pasarse por arriba desde la fraseología facilista, demagógica, de quienes las resuelven con un chasquido de dedos.

¿Acaso Kirchner no lo hizo?

Sí, claro que sí. Por cadena nacional, apenas asumido, les exhibió a los supremos que no se arredraba; pero sabiendo que la mayoría cortesana menemista preferiría la declinación al escarnio. Julio Nazareno renunció asustado, después el Senado destituyó a Eduardo Moliné O’ Connor y Antonio Boggiano, y más tarde dimitieron Adolfo Vázquez y Guillermo López al asumir que los procesos en su contra tenían un final inevitable.

Era otro Congreso y otra atmósfera social, sin por eso restarle méritos categóricos a la avanzada del Presidente que les devolvió esperanzas a las grandes mayorías.

Este Parlamento no tiene nada que ver con aquél, en la acepción de chances para intentar algo similar a lo empujado por Kirchner. Y la opinión colectiva, que ubica a la “Justicia” y a la Corte en el tope del rechazo masivo, es precisamente eso: una opinión y no un clima potente, porque… ¿quién tiene hoy la fuerza de convocatoria para enfrentar a cortesanos que no sólo no se atemorizan, sino que son capaces de mostrar orondos su impunidad y sus provocaciones?

¿Estamos de acuerdo con que ésa es una duda legítima?

Sigamos.

Tal vez le asalte la duda o la angustia a Cristina, habiendo un clamor kirchnerista para que se presente de candidata a costa de lo que ya notificó, ya previno, ya aconsejó.

No solamente debería volver sobre sus pasos en cuanto a que jamás le regalará a la oposición el divertimento de herir con “la condenada”. También tendría que desandar lo dicho, en primer lugar por ella misma, sobre su carácter de proscripta.

Que con Cristina nunca se sabe es un argumento válido, o atendible. Pero lo es, asimismo y para reiterar, que es persona de una sola pieza y que no tiene antecedentes, ni uno, de haber retrocedido sobre sus anuncios.

Ahora sí hay en marcha un clamor kirchnerista que, hasta hoy, fue más declamatorio que movilizado. La manifestación reclamada para dentro de pocos días, que requiere de una logística inmensa para hacer estallar la 9 de Julio, necesita que ella asista y comunique algo que ordene —o empiece a disciplinar— el dramático panorama oficialista.

¿Lo hará? Y si lo hace, ¿qué pasaría si el anuncio no se condice con las expectativas de una multitud?

Además, ¿CFK candidata es el seguro de ganar o de perder por menos? Ése es otro debate que asalta a los cálculos de las mesas oficialistas.

Y si no fuera lo primero, ¿de perder por menos contra quién?

¿Contra la ensalada cambiemita que sigue haciendo dudar al establishment de aquí y a los factores de poder internacionales acerca de qué les conviene, siendo que la derecha tampoco tiene liderazgo?

¿No será, por si fuera poco, que se sobrestima la importancia argentina en el tablero global?

Macri ya fue, le interesa desgastar a Larreta como único objetivo y corren versiones de que rompería para irse con los liberfachos.

Larreta tiene aparato y plata. Pero no termina de convencer como conductor del espacio “palomístico”, encerrado entre endurecer el discurso “antipopulista” con que lo corre la Comandante Pato para ganarle las Primarias y después… volver a mudarse al centro para vencer en las generales.

Y a Bullshit, o a Fanta Naranja, le da el carisma castrense pero no el aparato ni la plata (esto último, la plata, observado no en términos de ingresos personales, sino de estructura para afrontar las urnas).

Duda Sergio Massa, o se duda de él, salvo para advertir que, si no es Cristina, es él pero sin competencia en las PASO.

Con el índice inflacionario renovadamente disparado y sin visos de bajar en lo que resta del camino electoral, ¿le alcanzaría con la imagen de haber evitado el estallido financiero? ¿Le bastaría con que el Fondo le adelante los desembolsos de todo el año a cambio de una devaluación que, a la par, sería un suicidio electoral definitivo por el traslado a precios?

¿Cristina aprobaría eso? Y si no lo aprueba, y el Tesoro se queda sin dólares desde junio, ¿cómo llega el Gobierno hasta agosto, u octubre?

Dudas de y sobre Javier Milei, excepto que sólo a un desequilibrado se le ocurriría que la construcción mediática de ese personaje hitleriano, anclada en la bronca, en la furia, en el desencanto contra “la casta”, podría gobernar sin el menor esqueleto ejecutivo, parlamentario y distrital.

Dudas en la gobernación bonaerense, aún, en torno a si desdoblar la elección provincial porque, sin Cristina en la boleta, ganarla se parece a una quimera.

Dudas sobre una instancia geopolítica que afecta a estos pagos, y con una extravagancia que desafía a los sectores locales más combativos: en medio de la disputa entre Estados Unidos y China por la locomotora del comercio mundial (entre otros aspectos), Argentina requiere en paralelo la asistencia de ambos. De Washington, para que el FMI no le suelte la mano. De Beijing, para la coyuntura de reemplazar dólares con la moneda de los chinos y para la proyección de inversiones claves.

Si es por el oficialismo, el hecho insuficiente, pero imprescindible, continúa siendo que Cristina revalide o corrija su determinación de no presentarse como candidata a nada.

Mientras eso no suceda, evidentemente no hay melones que puedan acomodarse.

Su prédica para que ante todo se acuerde un programa de gobierno y de país, incluyendo a la parte “sensata” que quedara en la oposición, debiera ser lo primero.

Pero no es, porque hablamos de la única figura en aptitud de reentusiasmar a la minoría más intensa de la sociedad.

Guste o no guste, esté bien o mal, esto no se trata de opiniones sino de lo que ella diga. Y si vuelve a decir que no, habrá de verse si lo que ya no se llamará Frente de Todos queda a la altura de las circunstancias o de los egos.

A la oposición le pasa lo mismo.

Pero su Corte Suprema, sus medios, su proyecto y sus negocios tienen dudas menores.

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