“…para que muerda la vida y no me canse la muerte.”
Miguel Ángel Bustos
Conjugar ferocidad con ternura, si se puede en la escritura, es algo que milagrosamente logran los versos de Miguel Ángel Bustos. Un poeta más que necesario, imprescindible, quien fuera desaparecido en la oscura noche de la última dictadura cívico militar.
Como si supiera intrínsecamente su terrible destino el poeta escribió: La única verdad que poseo es mi muerte, pero cuando muera, el profeta/ que hay en mí se alzará como un niño/ sin moral y sin patria./ un odio en silencio y dientes, que por milenios me persigue/ O tal vez mi viejo tigre, rayado por la piedad, / quiera devorarme como a un niño.
Vicente Zito Lema, compañero de militancia del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT, junto a Raymundo Gleyzer y Haroldo Conti) planteó: “La imagen de Miguel Ángel Bustos como un loco suelto es una hijaputez. Hay que reivindicarlo como un revolucionario y como alguien que habló en un tiempo en el que muy pocos hablaban. Había una fe revolucionaria en él".
“La desesperación por la vida”, llegó a escribir Bustos, quien también como si supiera cuál iba a ser su fin, sabía alemán, italiano, inglés y francés, además de rumano; fue antropólogo, hizo hasta tercer año de Filosofía y Letras, fue docente en esa facultad, colaborador de notas periodísticas y críticas literarias y culturales en las revistas Panorama y Siete Días, Crisis y en los diarios La Opinión y El Cronista Comercial. Escribía (distribuía) en El Nuevo Hombre, Estrella Roja y El Combatiente, publicaciones del PRT.
Tuvo una fe desesperada en aquella revolución que no pudo ser.
Miguel Ángel Ramón Bustos Von Joecker nació en Buenos Aires en 1932. Heredó de su abuelo la pasión por los libros. Tuvo una cultura enorme e impresionante. Fue secuestrado de su domicilio, frente a su mujer y su hijo, el 30 de mayo de 1976 por “averiguación de antecedentes”. Después se supo que estuvo en el Vesubio y fue asesinado en la Masacre de Sarandí, junto a 8 personas más. Su cuerpo fue exhumado e identificado de una tumba NN del cementerio de Avellaneda en mayo de 2014.
Fue definido por Leopoldo Marechal, su Maestro y amigo, en el prólogo a su libro Visión de los hijos del mal, como un “poeta místico en estado salvaje”.
Después de un intento de suicidio en 1964 es internado un año en el Hospital Borda en donde se hace muy amigo del poeta Jacobo Fijman.
Fue periodista, poeta y dibujante.
Publicó en vida cinco libros de poesía ilustrados por él mismo: “Cuatro murales, un óleo”, Ed. De autor, Buenos Aires, 1957, “Corazón de piel afuera”, Ed. Nueva Expresión, Buenos Aires, 1959 (poemario musicalizado por el Tata Cedrón), “Fragmentos fantásticos”, Editora Francisco Colombo, Buenos Aires, 1965, “Visión de los hijos del mal”, Sudamericana, Buenos Aires, 1967 (2do. Premio Nacional de Poesía, prologado por Leopoldo Marechal), “El Himalaya o la moral de los pájaros” (becado por el Fondo Nacional de las Artes), Sudamericana, Buenos Aires, 1970. En 2015 su obra completa fue traducida al francés y en 2018 al inglés.
Su hijo, Emiliano Bustos (1972), compiló su obra en prosa, “Miguel Ángel Bustos, prosa 1960- 1976”, publicada en 2007 por el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
En 1998 Ediciones de Tierra Firme publicó “Despedida de los ángeles”, antología sobre su obra.
Formó parte de la generación del ´60 junto a Alejandra Pizarnik, Leónidas Lamborghini, Francisco “Paco” Urondo y Juan Gelman.
Sus poemas integran ediciones traducidas en todo el mundo.
Fue un gran poeta maldito. Un maldito sudamericano que nunca nació en Francia. Su poema “La garza negra” es una parabóla perfecta entre la guerra y la muerte: “A la hora en que en Hiroshima cayó la bomba, mi tintorero de Buenos /Aires quemó la ropa y manchó con ácidas lágrimas una larga solapa/ Fue perdonado en homenaje o tristeza no sé. /Mi japonés es muy sensible juega en la sombra con flores u hojas/ verdes. Él sabe. Sabe también de la garza negra que visita el/ diminuto jardín que tiene detrás de la tintorería con cuatro flores y seis hojas./ Poco a poco ha ido abandonando la tintorería por el pequeño/ bosquecillo y como es natural los negocios no marchan. La garza / negra desciende más a menudo. / Un día clarísimo con sus cuatro flores y seis hojas el japonés en/ su agonía ve caer del cielo para siempre la garza negra de alas de/ agua. / En Nagasaki la garza negra levantaba el vuelo”.
El secuestro y asesinato del hombre que llegó a escribir “Niños heridos/ palomas de hambre/ amordazan mis besos”, fue incluido en una causa en donde se investigaron, probaron y condenaron los delitos de lesa humanidad cometidos.