PáginaI12 En Francia
Desde París
Las 10 mil camisetas con el número 10 y el nombre de Neymar vendidas por el equipo francés PSG en apenas 24 horas son un suspiro de bebé comparado con el alto grado geopolítico que encierra esta millonaria y aberrante operación de transferencia cuyo principal beneficiario no es el jugador, ni el equipo del PSG ni el fútbol en sí sino el propietario del club, Qatar. Sin disparar un sólo cañón y a través de las delicadas influencias del Soft Power Qatar, con la compra de Neymar al Barcelona y la puesta en escena que la acompañó, se metió en el bolsillo a la opinión pública mundial y con ello ganó una batalla considerable en la guerra diplomática y militar que opone a Qatar con Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Bahreim y Egipto. El pasado 5 de junio, estos cuatro países rompieron sus relaciones diplomáticas con Qatar al tiempo que le impusieron sanciones económicas. Liderados por Arabia Saudita, los antiguos socios de Qatar acusan al emirato de mantener lazos estrechos con grupos extremistas y de no marcar las suficientes distancias con Irán. Desde principio de junio, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Bahreim y Egipto han lanzado también una voraz campaña de desprestigio en los medios de prensa internacionales con el fin de aislar a los qataríes. En un par de semanas, el pequeño emirato de 2,6 millones de habitantes dejó a sus adversarios sin armas con que combatirlo. El fútbol, más un emblema intacto como la capital francesa y Neymar le ofrecieron a los qataríes un primer plano de lujo. Mathieu Guidère, un reconocido profesor de geopolítica árabe, comentó que “por el momento, los adversarios de Qatar están paralizados frente a esta estrategia. Ninguno de ellos cuenta con un argumento de comunicación tan poderoso en el plano internacional. Desde hace varios días, nadie habla de la imagen negativa de Qatar sino únicamente de la transferencia de Neymar. Resulta claro aquí que el deporte sirve para romper el aislamiento político de Qatar. La idea del deporte se impone sobre todo lo demás”.
El futbol ha trascendido los ceñidos espacios de las canchas. La dimensión política de este deporte no es nueva pero “el golpe” de carácter universal que ha dado Qatar con la compra y transferencia de Neymar al PSG es una demostración magistral de cómo ganar una guerra con instrumentos incruentos. No por nada la FIFA cuenta con más adherentes (211) que las Naciones Unidas (192). Como lo señaló hace algunos años Pascal Boniface, director del IFRI (Instituto Francés de Relaciones Internacionales) y, entre otros, autor del ensayo La Terre est ronde comme un ballon; Géopolitique du football (La tierra es redonda como una pelota: Geopolítica del fútbol) “el fútbol se ha expandido más que la democracia, internet o la economía de mercado”. En el mismo ensayo, Boniface escribió: “El fútbol es un elemento constitutivo de las relaciones internacionales contemporáneas (…) La vida del fútbol tiene repercusiones sobre la imagen de las naciones, sobre la política internacional, los problemas ligados a la paz y a las guerras”. Los qataríes entendieron el alcance de ese “Soft Power” aplicado al fútbol. Tampoco son nuevos en la disciplina. Qatar maneja desde hace muchos años varios símbolos de ese “Soft Power”, empezando por los canales de televisión que le pertenecen, Al-Jazeera y Bein Sport, la compañía Qatar Airways, antaño patrocinadora del Barcelona de Messi (2010-2016, 171 millones de euros), y, desde luego, la organización del mundial de fútbol de 2022, cuya atribución a los qataríes constituye un precioso manual de corrupción de las instancias deportivas y políticas del mundo.
Qatar cuenta con una infinita cuenta corriente bancaria alimentada con los beneficios de las exportaciones del Gas Natural Líquido, del cual es el primer exportador mundial. Su expansión a escala internacional ha sido una constante de los últimos 20 años. Los qataríes han realizado gigantescas inversiones internacionales en la rama inmobiliaria, la hotelería de lujo, el transporte aéreo, los medios de comunicación y el deporte. París y su equipo de fútbol, el PSG, han sido un eje mayor de esa trama de influencias. Desde que en 2011 el emir de Qatar Tamim bin Hamad Al Thani y Nasser Al-Khelaïfi (hoy presidente del PSG y de Bein Sport) se hicieran cargo del club de la capital francesa, el PSG gastó unos mil millones de dólares en compra de jugadores, entre ellos Javier Pastore (41 millones de euros) y Ángel Di María por quien se pagaron 63 millones de euros. Sólo lo supera otro dirigente del Golfo Pérsico, el jeque de Abu Dabi Mansour bin Zayed Al-Nahyan, propietario del Manchester City, quien gastó 1050 millones de euros.
Qatar, con el fútbol y ahora con Neymar, se compró una pantalla gigante abierta hacia el mundo. Ante el obscurantismo confesional de sus vecinos, el papel que desempeñan (Arabia Saudita) en las guerras regionales (Irak, Siria, Yemen) y la macabra dictadura egipcia, Qatar se parece a un jardín paradisíaco gracias a estos operativos deportivos. Su imagen ha quedado pegada a la de la magia de los pies de Neymar. Christophe Lepetit, economista en el Centro del Derecho y la Economía del deporte, comenta que “se trata de una estrategia perfectamente coherente y muy bien pensada. Ante una imagen no siempre buena, Qatar apostó por el deporte”. Para ello, el emirato necesitaba mucho más que el patrocinio de un club, incluso si se trataba del Barcelona. La salvación la encontró cuando adquirió al Paris Saint Germain mediante el fondo Qatar Sports Investments (100 millones de euros). Le faltaban aún dos cosas: ganar la Champions y una estrella universal. La Champions, hasta ahora, el PSG nunca la pudo ganar pero sí llevó hasta el final la “Operación Neymar” la cual es, según argumenta Christophe Petit, el “resultado de una estrategia diseñada en el mismo corazón del poder qatarí” y en la cual Neymar es “la proa del navío”. Alfred Wahl, historiador especialista de la historia del fútbol, recuerda que “Qatar es un pequeño país, muy rico pero sin poder militar. Uno tiene la impresión de que el poder que ha adquirido a través del deporte reemplaza el poder que otorga un ejército de alto nivel. De alguna manera, Neymar es un como como la bomba atómica de Qatar”. La inversión futbolística es infinitamente menor que la militar y trae, por ahora, más réditos. En 2017 Qatar compró aviones de combate norteamericanos F-15 por unos 11 mil millones de unos y gastó otros cinco mil millones en la compra de siete barcos de guerra a Italia. El pequeño emirato es una verdadera empresa de expansión global. De los pies de Neymar dependen sus futuras conquistas y las formas con que el emirato puede derrotar a sus antagonistas regionales.