Hortensias. Una flor de otra época, su color rosado de niña vieja, infaltable en jardines secretos. Lula Mari pinta hortensias como lo que son, ramos domesticados por la naturaleza, señoras que se asoman pero esconden algo. Enfrente de las hortensias hay una pintura de murciélagos: los animales alados sobre fondo es amarillo parecen huir del fuego, del amanecer, de la luz terrible. Las pinturas de Lula Mari son inquietantes y así montadas como están en el Rojas recuerdan a la sala de la Tate Gallery de Londres dedicada la los prerrafaelitas, pero por supuesto con menos pompa y con un misticismo distinto --aunque Lula cuelga una Anunciación--. Son los colores, la entrega al óleo y los detalles realistas y la belleza, la imaginación descontrolado pero en los límites de una realidad difusa. No hay mitos europeos de caballeros pero si hay damas del río, náyades del delta, ninfas que protegen a sus seres locales bajo una frazada, como si fuesen niños que hay que cuidar del sol. En su conexión con este tiempo a través de una realidad rota, de sueños entrevistos, de conexión con la espesura, la selva como lugar del misterio, los interiores como continuidad de esa vida, Lula Mari conecta directamente con la nostalgia de algún paraíso perdido pero no bucólico. A mi me recuerda las tardes de infancia en la laguna Totora, en Corrientes, el cielo negro, la tormenta que se avecina, el barro en las orillas, lejos los sauces y una selva con ojos, todos adentro del agua sin miedo ni a las palometas ni a los rayos, el calor como un sopor tóxico. En Lula está Lucrecia Martel y los cuentos de la siesta, rock era Houses of the Holy (hay una tortuga mágica que podría estar cerca de los niños en la tapa de ese disco de Led Zeppelin), hay mujeres de tres brazos que se llaman Penélope, cangrejos y animales de dos cabezas que pueden ser fenómenos genéticos o una nueva especie. Los cangrejos son raros en sí: no hay mucho que agregar. Son pinturas de la tierra del río y contiene nuestras historias, las siestas amenazantes y los cisnes que hunden la cabeza y emergen bestias. La realidad no se limita a lo que llamamos real, dice Lula: son reales los miedos, las alucinaciones, las posibilidades, los sueños, los relatos. Por supuesto. Y nada es más contemporáneo que esto, nada le habla más a nuestro mundo que la pérdida o la mutación de lo real. Si esta pintura virtuosa no se enfrenta a la tecnología ni a los nuevos soportes es porque entiende que primero está la esa voz interna. Y hay un diálogo con sus contemporáneos. Los espacios liminales y los bosques con sus chicas muertas del norteamericano Aron Wisenfeld (pero lo de Lula es menos pop); las metamorfosis y amistades ferales siniestras de la polaca Aleksandra Waliszewska (aunque Lula es menos satánica), los claroscuros y el anacronismo deliberado del argentino Santiago Caruso (aunque Lula es menos tenebrosa), el hiperrealismo con cuento de hadas del chileno Guillermo Lorca (aunque a Lula le interesan menos los personajes y la espectacularidad), los mundos paralelos del norteamericano Esao Andrews (aunque Lula es menos surrealista), la naturaleza que acecha y fascina en la obra de la sudafricana Ruby Sweeney (aunque la técnica de Lula es totalmente distinta). Quizá el título sirva para acercarnos al corazón de esta turbulencia lenta: Yo estuvo aquí es muy parecida a la frase Je suis un autre de Rimbaud, que no es posible de traducir como "Yo soy otro", quizá si como "Yo soy un otro", pero eso no tiene demasiado sentido, la gramática está apenas agrietada, es como una rajadura, la misma que tiene Yo estuvo aquí, que debería ser “estuve” y esa leve rebelión es la que define la incomodidad y lo intangible de este universo que convierte a Lula Mari en una de las artistas más potentes e hipnóticas de la escena actual.
Je suis un autre es un término que Rimbaud usa en sus dos “cartas del vidente”, enviadas a amigos en 1871. Rimbaud, el poeta que nombró el color de las vocales en un poema (“A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul”) se extiende en la carta "Porque Yo soy un otro. Si el cobre se despierta convertido en trompeta, la culpa no es en modo alguno suya". Alquimia, entonces. El viaje vital, para la alquimia, está en los colores hasta llegar a la Gran Obra. No creo que Lula Mari pretenda semejante reto, porque hay tanta ambición como pudor en estas pinturas. Pero también hay conjuro: un mundo que, como los videntes, solo ella es capaz de atisbar.