“Recios y barbudos, muy seguros tras sus discursos de justicia social, de igualdad, ¿qué necesidad de algo así? De acribillar con saña, de atacar con bronca los cuerpos y despedazarlos como si les tuvieran miedo, tanto miedo” escribe Juan Carlos Cortázar poco después de la muerte de una personaja trans a la que matan en su novela Como si nos tuvieran miedo, editada por Ferragosto y ahora en Argentina por Alto Pogo. Cortázar aclara "el título se lo robé a Donoso" pero él no estaba hablando de los cuerpos desobedientes a los que este autor peruano da voz y vida. Cuerpos que cargan con las ambiguedades más insoportables para tantos otros mortales que quieren disciplinarlos, castigarlos o tratarlos como escoria. Angie y Miluska tienen una pequeña peluquería en un barrio marginal: tres sillones rojos bastan para armar ese campo de resistencia, de belleza y alianza afectiva.
¿Cómo armaste estos personajes?
--Traté de entroncar, en la medida de mis posibilidades, con una mirada trans. Por eso investigué mucho, tardé cuatro años en escribir la novela. Yo puedo ser todo lo gay del mundo pero ser trans es otra cosa, totalmente distinta. Escuché muchas cosas, horas de escucha: muchas chicas travestis que se dedican al trabajo sexual y dicen que no se van a operar porque perderían trabajo. O transformistas que van con rugbiers, se meten los huevos para arriba, la pija para atrás y tienen sexo con ellos. Hay algo ahí que calienta mucho y a mí me interesa hablar sobre el deseo. Para mí el deseo se abre paso, como los ríos, y cuando se abre camino genera cosas que son hermosas pero a la vez tortuosas (la homofobia, la transfobia, etc) pero a la larga cuando se abre paso también genera imágenes, experiencias, situaciones bellas y luminosas. Hombres maduros que salen del clóset como yo, la gente me dice "qué valiente" y no fue para nada un acto de valentía, no pude hacer otra cosa porque es el deseo que se abre paso. Y no te lo voy a negar, fue lindo pero a la vez dejó un reguero de problemas, gente herida, quilombos. Uno no puede ir por la vida pensando que los actos de libertad no tienen costo.
Un peruano de apellido Cortázar en Buenos Aires
Juan Carlos vivió dos veces en Buenos Aires: la primera tres años, "entre el ultimo año del innombrable y antes de la debacle del 2000", dice. Y luego en el segundo gobierno de Cristina, del 2011 al 2014. "De hecho tengo una hija porteña, que ahora tiene 23, y aparte dos hijos adoptivos. La primera vez vivía en Caballito, y la segunda vez en Cerviño y Oro así que re porteñazo".
¿Cómo era llamarte Cortazar viviendo acá?
--Esta es una anécdota que es verdad: yo estaba haciendo la formación de dos años en Casa de Letras. Siempre se sumaba gente pero éramos un grupo de seis u ocho estables. Y también se sumaban docentes nuevos. Cada quien que entraba me decía "¿vos sos algo de...?" y yo tenía dos respuestas: la falsa pero verosímil, que era “ah, el tío Julio?” y la gente decía "aaaahhh", en Chile diríamos quedaba peinada para atrás. Y la segunda respuesta, que es verdadera pero inverosímil, es “yo soy papá de Julio Cortázar”, que es verdad, porque mi hijo adoptivo se llama Julio. Cuando adoptas un niño grande no le cambias el nombre, y él ya vino a casa llamándose Julio.
¿Cómo te hiciste escritor? Contame esa historia.
--Yo me salí del clóset grande, a los 42, 43. Tenía un trabajo que pagaba las cuentas muy bien pero yo lo odiaba. Y en un momento me di cuenta que si no hacía algo que me llenara me iba a volver loco o a devenir asesino serial. En ese entonces yo estaba trabajando en Washington, no me gustaba Estados Unidos para nada asi que pedí un pase y me mandaron a Chile. Me dedicaba a la gestión publica. Y me acuerdo que en ese momento dije "¿qué hago?". Compré una batería y me puse a hacer un taller de escritura. Al mismo tiempo aprendí a ser gay (risas). La batería nunca la saqué de las cajas hasta hace muy poco (y descubrí que es muy difícil) y luego (año 2010) me metí a un taller. Me dije claramente "esto va a ser un hobbie", pero bueno, acá estamos. Luego llegué a Argentina y me metí en la Casa de Letras después de leer en una contratapa que un autor había ido allí. Me metí de cabeza a hacer la formación, los cursos, etc. me enseñaron Brindisi, Brizuela, la Gabriela Cabezón, Selva Almada… Así que no tengo tanto tiempo escribiendo, unos diez años.
Y ahí pudiste renunciar...
--A mí la escritura me salvó la vida, porque yo padecí mucho trabajo pero estaba atado a él. Yo trabajaba en el Banco Interamericano de Desarrollo. Estos organismos internacionales tienen un sistema de jubilación anticipada a los 55. Así que yo contaba los días como los presos. Sigo dando clases de gestión pública pero ya soy libre.
¿Tenés una rutina de escritura?
--Hasta hace poco yo tenía una disciplina más ordenada. Hasta Como si nos tuvieran miedo tenía un orden más estricto, pero ahora estoy escribiendo cuentos de barroco andino, que es muy homoerótico (siempre he dicho que entrar a una iglesia colonial es una clase de gay life, con esos cuerpos maravillosos). Yo he tenido un pasado militante cristiano de izquierda pero bueno, ahora estoy en otra onda. El barroco español tiraba unos cuerpos…. y ahora que terminé estos cuentos me doy cuenta que he tenido un ritmo de trabajo mucho más relajado. Antes trabajaba sobre la base de una idea, hoy día escribo más a partir de una sensación, de una imagen, de una frase.
¿Cuál fue la inspiración para Como si nos tuvieran miedo, que no es una voz que te corresponde biográficamente pero que tomaste para escribir?
--Yo he sido muy militante en mi juventud, así que ahora no tengo ganas de repetir el plato. Me parece fantástico militar pero yo no escribo por militancia. Puede tener consecuencias pero no es lo que busco. Cuando me propuse el proyecto quise descentarrme de mi voz de hombre cisgénero blanco. Ya había escrito algunos cuentos con personajes trans, de hecho Angie y Melgar, que es el barrio donde transcurre la acción, ya los había inventado para un cuento anterior, así que empecé a buscar por ahí. Acá en Santiago en el mundo gay el arco trans está muy presente, y esa fue una primera idea. Y al poco tiempo fue esta matanza en una discoteca en Orlando (de hecho la peluquería de la novela se llama Orlando) que me impactó mucho. La prensa peruana empezó a retomar casos de violencia contra la comunidad lgbt y hubo varios en la época de la guerra interna del MRTA. Había dos movimientos subversivos: el MRTA y Sendero Luminoso. Hubo una matanza muy importante en una ciudad de la selva con este discurso de limpia social; matar a los maricones que infectan a la juventud. Y esto me pareció interesante porque conectaba con mi experiencia militante. El MRTA tenía este gran tronco que es el guevarismo y parte del discurso del Hombre Nuevo, donde no entran ni la lesbiana ni el maricón ni les trans ni nadie. Ahi me hizo click y me fijé en esa matanza, que se llamó las Gardenias, fue en 1989.
Y tu novela sucede en 1992...
--Sí, la anclé en ese año porque pasaron muchas cosas: Fujimori cerró el Congreso, matanzas a cada rato, hubo el atentado más grande en Lima donde tiraron abajo un edificio, Tarata.
¿El MRTA y Sendero actuaban separados?
--Sí, Sendero fue el más poderoso, el más sangriento, la mirada maoista los hacía mas intransigentes y estaban más nucleados en las ciudades, mientras el MRTA actuaba más en la selva. Ambos tenían una lógica de limpieza moral. Cuando investigué los archivos de la Comisión de la verdad, pregunté si había testimonios de personas lgbt y me dijeron que había muy pocos. Solo hay uno que es público, que ni siquiera es de una persona homosexual sino que es de una mujer que vio cómo mataban a un grupo de homosexuales en la selva. Y ahi ficcioné esa imagen, que era muy fuerte: les ataban a un poste y les cortaban el pene. No los mataban a tiros sino que castigaban los cuerpos. La novela inicia con una cosa que yo vi, que fue que en una ladera de Lima prendieron fuego una oz y un martillo. Miluska militó en Sendero y se sale y se esconde en la peluquería.
Tenerle más miedo a los compañeros que a los enemigos…
--Maricones hay en todos lados y en Sendero tiene que haber habido. Es un personaje bien difícil de clasificar en que está, pero se da cuenta que la van a matar entonces se hace la muerta y escapa. El temor es que la descubran y es ahí donde ella termina escondida en esta peluquería con Angie. Creo que es algo poco explorado y que la ficción puede ayudar a entender. El horror de vivir por un lado con miedo a los militares y por el otro a los ex compañeros.
Eso también explica que hay personas que no salen del clóset.
--En Cuando los hijos duermen, hay dos personajes, uno es un hombre maduro con hijos que decide salir del clóset, y conoce otro hombre que decide no salir del clóset para seguir cerca de sus hijos. ¿Cuál de las decisiones es mejor? No hay respuesta. Cuando yo le planteé a mi ex mujer que quería estar con hombres pensé en esta opción de tener una vida alterna secreta y si no elegí eso fue porque soy muy malo mintiendo. Yo me salí del closet en inglés porque en ese momento estaba en Estados Unidos y creo que eso me ayudó mucho, aprender todo el lenguaje gay en otra lengua. Mi familia era bastante liberal, yo estudiaba en un colegio católico, progre pero católico al fin, pero yo no me lo decía, en mi cabeza no tenía palabras. Supongo que me gustan los hombres desde que nací pero no tenía capacidad de expresarlo.
¿Qué pensas de las críticas por escribir personajes trans sin serlo?
–Shakespeare nunca fue a Venecia ni a Dinamarca, sin embargo sus historias ocurren allí. Cervantes nunca fue un terrateniente empobrecido de Castilla y sin embargo ahí tienes al Quijote, y Homero no era ni troyano ni guerrero. Menciono estos ejemplos no por compararme sino por mencionar que desde el origen la literatura consiste en este desequilibro entre nutrirte de lo que vives e impersonar lo que no eres. Ese es el arte. Yo no tengo problema con la autoficción pero no me llama la atención. Si escribo un cuento de dos chicos sicarios gays en Cuzco, no soy ninguna de todas esas cosas: ¿y? El arte no tiene que ser testimonial. Hay gente que lo hace muy bien y me encanta, Lemebel por ejemplo. Pero cada uno tiene que escribir desde su musa. Mi literatura es realista pero no busco hacer una réplica de la realidad.