La vida de Elise Sørensen se cuenta como un cuento, no importa el formato de ocasión, puede ser un libro ilustrado publicado en 2021 con merchandising incluido: Enfermeras invisibles, el video institucional de una fábrica danesa de equipos médicos o efemérides oportunas. 

La vida de la hija de un agricultor es una epopeya de amor fraterno que busca justicia biográfica. Elise iba en bicicleta a ver a sus pacientes, tenía cincuenta años y era enfermera a domicilio en Ordrup y Skovshoved, al norte de Copenhague, cuando a Thora (su hermana veinte años menor) le diagnosticaron cáncer de colon. La cirugía salvó a Thora de la muerte y la colostomía mató su vida social. 

Elise la veía hundirse desde el día que la cápsula (un dispositivo cubierto con algunos paños y sostenido con un cinturón) falló y el aula donde Thora estudiaba dibujo se sumergió hacia lo hediondo. Cuando Thora no quiso volver a clase ni a ningún lugar público, su hermana mayor se convirtió en inventora. La historia sigue así: Elise vivía en soledad en un departamento de 50 metros cuadrados (sin esposo ni hijos, una norma de época para las enfermeras) y aunque siempre se había preocupado por el dolor emocional de los pacientes con ostomías, ahora tenía que convertir su preocupación en investigación y su investigación en invento. 

Un invento sin derrames que liberara a su hermana de la vergüenza. Un día, como suele ocurrir con los inventos, mientras Elise hacía dibujos y pruebas, vio una bolsa de plástico, el remedio estaba delante de sus ojos. Una bolsa de plástico hermética unida a la abertura del cuerpo y un adhesivo que la sujetaba a la piel era la enmienda perfecta. Thora la probó, la piel no se irritó y el sellado la mantuvo a salvo incluso en la bañera.

Elise había inventado la bolsa de ostomía. El plástico y la ostomía era la combinación obvia pero solo la retrospectiva la ve simple y sencilla. Después de patentar su invento:  número de patente (dibujos y muestras) 86-860, Elise salió a buscar al fabricante, pero la industria hospitalaria no supo ver ni entender y le cerró las puertas. Entre decepciones, urgencias y con la depresión como escolta, Elise llegó a Gentofte, una fábrica de plásticos que también le dijo que no. 

Pero el destino del cuento había encontrado a su hada madrina. El hada se llamaba Johanne Louis-Hansen y era la esposa del dueño de la fábrica. Cuando Johanne, que era enfermera y había atendido a pacientes ostomizados, se enteró de la bolsa, convenció a su marido y cambió la ruta y los rieles. Fue entonces que las saludables bolsas de plástico sumaron a hombres de negocios y a un capataz que construyó las primeras mil bolsas a mano siguiendo las instrucciones de Elsie. 

Las bolsas probadas en hospitales y en casas particulares fueron un éxito. Los pacientes podían volver a vestirse como se vestían antes de la cirugía y las bolsas eran baratas y delgadas, se usaban, se tiraban y el repuesto se guardaba en carteras y bolsillos. El de boca en boca hablaba de bienestar mental y con el bienestar y la demanda aterrizaron la marca, la fábrica (Coloplast) y los contratos. Elise recibió primero siete coronas por bolsa, pero en abril de 1955 ya ganaba 4000 (cobraba 7000 al año como enfermera), y con el tiempo superó los tres millones de coronas. En 1963 fue nombrada la enfermera del año, pero no pudo recibir ni el premio ni las ganancias que merecía (hubo una demanda y una compensación, pero no mucho más) porque la depresión expansiva la había apartado de su vida, de su trabajo y estaba internada en un hospital psiquiátrico de Dianalund donde murió en julio de 1977. 

Su invento y una calle cerca del Hospital Bispebjerg en Copenhague hablan de ella, se espera más.