Cristóbal Colón nunca se imaginó al llegar en su primer viaje a las Américas, a una isla pequeña alejada del continente, que su sueño de encontrar Cipango, la tierra fabulosa de los palacios recubiertos de oro de los pisos al techo (hoy Japón), ni la no menos ponderada Cathay (hoy China) que tan pintorescamente describió Marco Polo y que Don Cristóbal subrayó empecinadamente en el libro de los recuerdos del veneciano, significaba en verdad sin saberlo que la tierra era redonda, con una circunferencia casi similar a la que se conoce hoy calculada 2200 años antes por Eratóstenes, el sabio griego.
Colón es una referencia que acerca la historia de dos entrañables amigos, y constituye un punto de inflexión en mi propio universo intelectual y afectivo: el formidable historiador brasileño Luiz Alberto Moniz Bandeira, fallecido recientemente, y la destacada escritora argentina Alicia Dujovne Ortiz. Se cruzaron en mi vida en momentos cruciales. Luiz Alberto cuando venía de publicar mi primer libro histórico; Alicia cuando publiqué mi primera novela.
De Moniz, con su efervescente forma de ser, atragantado de palabras y de gestos, con un corazón que según él no le duraría mucho (aguantó treinta años) recogí un torrente de historia y un proyecto que abarcaba todas sus facetas, lo político, lo social, lo internacional, lo económico respaldado por una documentación impresionante, en gran parte fuentes inéditas de distintos países, erudición que desbordaba todos los límites físicos posibles y se derramaba sin pausas sobre el lector. Hasta los puntos y comas tenían su explicación.
Desde la época colonial de Brasil y la Argentina, pasando por la infausta guerra de la Triple Alianza y llegando a las actuales relaciones entre los dos países y su estrecha vinculación con las potencias hegemónicas de cada época, en especial los Estados Unidos, la república imperial, a lo que sumo en sus últimos libros un análisis lúcido y dramático del mundo contemporáneo a partir de los hechos, no de las ideologías, todo cabe en su obra impetuosa e igualmente rigurosa. Él me llevó cuando nos conocimos a la feria de San Telmo donde descubrió para mí un invalorable libro sobre la influencia de los judíos portugueses en el Buenos Aires colonial, todo un hallazgo. Ese día tomamos un café y me fue contando su propio pasado, tanto el propio como el de los que precedieron. Allí me rememoró rastros familiares muy lejanos que se remontaban a la primera esposa de Colón, Felipa Moniz, de quien se decía descendiente y a su vinculación con las casas reales de España y Portugal. Su último libro lo dedicaba, él todo un republicano radical, a Don Duarte, duque de Bragança, jefe de la casa real portuguesa.
Con Alicia nos conocimos en un almuerzo en la casa de la psicoanalista Silvia Bleichmar, en la calle Arroyo, cuando veníamos de fundar con Hugo Urquijo, María Seoane y Silvia, el Movimiento Argentina Resiste, el primer movimiento masivo cultural después de la crisis del 2001. Nos vimos luego en el marco de una audición televisiva de Jorge Halperín que compartimos y allí intercambiamos figuritas sobre su pasado, cuyas salpicaduras se metían en una investigación que había realizado en los archivos del FBI, en Washington, sobre la Editorial Problemas del PC cuyo director fue en los años 40 su padre, Carlos Dujovne, un histórico del PC argentino, enviado por Moscú como miembro de la Internacional sindical roja y luego renegado de por vida por su diferente apreciación con respecto al PC del peronismo y del stalinismo. Carlos estaba casado con Alicia Ortiz Oderigo, una exquisita escritora militante de izquierda, de origen aristocrático criollo.
Nuestro siguiente encuentro fue en una pequeña casa de campo cerca de París, donde Alicia vivía amurallada de verdor y teniendo por vecinas una multitud de vacas Charolais, bien francesas y tan blancas como la leche que daban. Más tarde en Buenos Aires estuvo en la presentación de mi primera novela negra e histórica, Nunca es tarde para morir Mr. Braden. Ahora vino a presentar a la Feria del Libro su bellísima autobiografía Andanzas. Micer Nicolo Oderico, un embajador genovés ante los reyes católicos a quien un ansioso Cristóbal Colón recurre para que lo ayude a financiar su viaje a Cipango, véase Indias, véase Américas. Colón rememora sus orígenes judíos y cree que en Cipango se refugian las tribus perdidas de Israel. Y allí aparece la familia paterna de Alicia, los Dujovne, que se unen a los Ortiz Oderigo para orientarlo. En sus cuatro viajes Colón recurre al embajador Nicolo.
Para Alicia, como para Luiz Alberto, los siglos XX y XXI tienen fábulas más realistas, como las de las novelas negras. En el caso de mi amigo brasileño, comprometido en defensa de la democracia y de otros objetivos sociales y políticos desde muy joven, estuvo varios años en la cárcel cuando detonaron los golpes de estado militares en su país y luego, incomprendido en su tierra en épocas turbulentas, decidió un exilio voluntario en Alemania donde siguió derramando impetuosamente su interminable manantial de ideas en libros monumentales.
Alicia fue perseguida o ignorada tanto por sus posiciones políticas, que la llevaron a exiliarse en Francia, como por su pasado más cercano. Su padre sufrió la cárcel y luego el olvido y eso constituyó para ella un peso de plomo. La búsqueda de sus raíces la llevaron, fuera de todo confín religioso, a reivindicar su judaísmo, aunque este se transmite por el lado de la madre, no del padre. También a querer transformarse en alguna de sus novelas en una trasnochada agente soviética y a escribir porfiadamente un racimo de libros preciosos y exaltados donde el fantasma del peronismo, del que no se puede desprender porque venía con su infancia, refulge con sus claro oscuros en la figura de Eva Perón. Defensora del empoderamiento de la mujer, reivindica con su hilo mágico de palabras a personajes tan diversos como Santa Teresa de Ávila, Dora Maar y Milagro Sala.
Leyendo su libro Andanzas me di cuenta de que el afán de Alicia por remontarse al gran Almirante es muy similar al de Luiz Alberto. Colón es el enlace, el nudo del ovillo desde donde se bifurcan en la realidad y el sueño, Moniz y Alicia, mis entrañables amigos, dos brazos de mi río.