Hace poco me regalaron el libro de la psicoanalista y filósofa francesa Anne Dufourmantelle: La mujer y el sacrificio (Nocturna; 2023). Enlaza género y sacrificio, desde Antigona, Julieta, las místicas, hasta las sacrificadas de hoy: la feminidad sacrificial como un movimiento ambiguo de opresión y de revuelta al mismo tiempo. 

Lo paradójico, la autora de Elogio del riesgo muere ahogada diez años después de la primera edición en el mar Ramatuelle por salvar dos niños atrapados en el agua. Me acuerdo una de las primera oraciones con las que otra filosofa, Julia Kristeva, comienza su libro Sol Negro depresión y melancolía: "escribir sobre la melancolía no tendría sentido, para quienes la melancolía devasta, si lo escrito no proviene de la propia melancolía. ¿Qué relación hay entre el sacrificio y la melancolía? ¿Entre la desobediencia y el dolor? Desde arrasamientos y reproches insoportables, a modos dolorosos y entristecidos de conexión con la existencia, la melancolía nos enuncia algo sobre el mundo que hay que poder escuchar".

Le digo a mi analista que creía que me había convertido en una melancólica. Ella contesta que, entonces, algo bueno había hecho con mi dolor. ¿Cuál es el archivo sensible, clínico y político de nuestras melancólicas? Las escritoras malditas quizás serán las más reconocidas. Pizarnik, la poeta que eligió dormir para siempre. O Alfonsina que terminó con su vida debajo del mar. Pero no toda melancolía es augurio de un destino terrible que arrasa con todo. Y no toda melancólica se convierte en una escritora reconocida de su época. De hecho entre lxs grandes genixs entristecidxs de la historia el lugar para las feminidades fue muchas veces relegado a la mera enfermedad, miradas desde la infamia y desvalorización.

Pero también estamos las melancólicas del siglo xxi. Las anónimas, las que hacen su sacrificio en el silencio de la opresión doméstica y laboral, las enamoradas que lo pierden todo, las que dedican su tiempo y vida al cuidado de los otrxs, las matronas en los comederos, las denunciantes inefables, las que lloran desconsoladas, las que toman sertralina o citalopram, y las que sentimos que no hay posibilidad de lo vivo sin un riesgo al dolor.

Anne Dufourmantelle, la filósofa y psicoanalista francesa que murió salvando a dos niños de ahogarse. 


Un poco de historia

La melancolía fue, desde el siglo V a.C. hasta el renacimiento un tipo de humor causado por exceso de una de las cuatros sustancias de nuestro cuerpo, la bilis negra. La teoría de los cuatro Humores formulada por Hipócrates planteaba que la salud dependía del equilibrio de las sustancias sangre, flema, bilis amarilla y negra. La bilis negra como un veneno, se enfriaba en el interior, consumía y desesperaba. Aristóteles sostenido también por la tradición hipocrática, postularía por primera vez la conexión entre el humor melancólico y el talento por el arte. Así proliferarán las concepciones de los espiritus melancólicos como genios artísticos (generalmente varones cis que eran los que podian ingresar al mundo público). 

También la melancolía estaba asociada a los estados de delirios místicos y de arrobamiento. Durante la caza de brujas en los siglos XVII y XVIII la melancolía era producto de satanás y las melancólicas eran quemadas en la misma hoguera que las brujas. A partir del siglo XIX, con el nacimiento de la psiquiatría clásica y la ciencia moderna la melancolía se corre de ser una enfermedad en sí misma para ser un adjetivo patológico y se incluye en los diagnósticos como depresión, histeria, o bipolaridad. Hoy todos ellos agrupados en el último manual de diagnóstico como Trastornos del estado de ánimo.

En 1915 en un texto clave de su obra, Duelo y melancolía, Freud va a decir que la melancolía es una perturbación anímica caracterizada por una sensación de indignidad, falta de interés, dolor, martirio "que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones". Y al mismo tiempo va a agregar que "se muestran como sí hubieran sido objeto de una gran injusticia. (...) y su conducta provienen siempre de la constelación anímica de la revuelta, que después, por virtud de un cierto proceso, fueron trasportadas a la contrición melancólica" La querella melancólica es el reverso del grito frente a una injusticia.

Melancolía y escritura de un mundo

Como el sacrificio para Dufourmantelle, la melancolía es una fuerza ambigua. Hecha de pasiones tristes y alegres. Pasiones que integran y componen mundos y de afectos que lo separan todo hasta dejar cenizas. Hay un decir no escuchado, una lengua fuera del lenguaje que abre la melancolía como gran tristeza. Los reproches miserable que no dejan vivir son el reverso de una desobediencia. No se trata de romantizar la melancolía si no sumergirse en su ambivalencia como terreno de investigación

En este sentido, la feminidad melancólica, sacrificial, muchas veces, es una figura que enuncia y denuncia con su carne, no con su voluntad la opresión, el lugar de objeto y de injusticia. Ahí está el pliegue no obvio a los ojos de la moral. La insumisión de la melancolía: la posibilidad de conectar con ese dolor es también la posibilidad de conectar con un saber y un decir, cuándo no hay una captura total del abatimiento. Producción de una intimidad común. Una clandestinidad. Un territorio donde se despliega el acto creativo, la imaginación y la invención.

Nuestro archivo feminista de la melancolía es el archivo de la historia no oficial, un modo del decir, la escritura de aquellxs que no encajan en las vidas normales. "Escribir sobre la melancolía no tendría sentido, para quienes la melancolía devasta, si lo escrito no proviene de la propia melancolía". Las Anne Dufourmantelle, las antígonas, las Pizarnik, las Storni, las amantes que solo encuentran sentido en el ser para los otros y terminan su vida, las diagnosticadas bipolares, las depresivas del prozac de ayer y la sertralina de hoy. Y nosotras, las melancólicas anónimas del siglo xxi.

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