La vida breve de François Zourabichvili (1965-2006), destacado filósofo especializado en las obras de Baruch Spinoza y Gilles Deleuze (El vocabulario de Deleuze; Deleuze, una filosofía del acontecimiento; Spinoza: Una física del pensamiento), devino -inevitable, trágicamente, tras su muerte- en archivo: de él han surgido, de una tan laboriosa como afectuosa tarea colectiva, El arte como juego, volumen basado en las notas originales de Zourabichvili para un curso universitario dado en los años 2005 y comienzos de 2006, sumando para el cotejo las notas de sus estudiantes. A este libro, publicado en Argentina por la editorial Cactus con traducción de Pablo Manolo Rodríguez, se le suma el flamante La literalidad y otros ensayos sobre el arte, también por Cactus y con traducción de Rodríguez, importante volumen antológico donde nuevamente la filosofía se juega, a modo de rodeo (creativo), y apuesta (ética), por los caminos del arte.

El arte como juego es un texto establecido por Joana Desplat-Roger, con su anotación e introducción, y además trae un prefacio del filósofo Jean-Luc Nancy. Allí, este destaca de Zourabichvili "su vigor, su vivacidad y su agudeza". Como también "las notas de los estudiantes", ya que "son testimonio de una enseñanza rigurosa, ordenada y expuesta y, al mismo tiempo, un pensamiento en acto. Algo que no asombrará a quienes lo conocieron: pocas veces Zourabichvili hablaba de manera relajada, siempre era cuidadoso de 'cambiar la confusión por la claridad', como dice en el curso". A lo que agrega: "También, se podrá hacer de esta fórmula una marca característica, incluso de carácter, de su autor. Llevar lo confuso o lo oscuro a la claridad, a cualquier precio, con cualquier riesgo, podría haber sido para él una máxima".

Con un background que incluye como bibliografía fundamental una treintena larga de escritos teóricos y filosóficos (Crítica del juicio, El nacimiento de la tragedia, Homo ludens, Verdad y método), además de literarios (El jugador, La vida modo de empleo, Pequeño órgano para teatro), Zourabichvili comienza su curso con "salvedades" y "considerandos". Dice: "la estética no es una disciplina especial, que se ocuparía de cierto producto cultural que llamamos el arte o las artes, sino una dimensión vital para la filosofía en general hoy. No se puede ser filósofo hoy sin encontrarse con la interrogación estética". Afirmando entonces la disciplina como acto: "este curso será un curso de filosofía y no de historia de la filosofía".

Utilizando el concepto de juego de Schiller, Zourabichvili explica su "método", lo que busca: "Soy como Foucault: lo que quiero, todo el tiempo, es no pensar más como pienso, me fatiga volver siempre sobre las mismas representaciones. Hago filosofía para eso, para mantener la mente en estado de aventura. Supongo que es eso también lo que decide a componer a un compositor: querer escuchar otra cosa, estar cansado de escuchar lo que se escucha, estar cansado incluso de la propia manera de escuchar". Y ejemplifica con dos grandes artistas creadores, mencionando al compositor Stockhausen, quien "pasa su vida entera preocupándose por escuchar de manera diferente y entregarse a otros sonidos, otros modos de combinar los sonidos", y a Jean-Luc Godard, en materia audiovisual. La experiencia, el trance "es duro, a veces desagradable, pero es el precio a pagar por la aventura".

Entrando en materia, Zourabichvili señala "la extraña presencia del juego en la historia del arte: la literatura está poblada por el tema del juego (Marivux, El juego del amor y del azar; Pushkin, La dama de picas; Dostoievski, El jugador; S. Zweig, Novela de ajedrez; Cortázar, Rayuela, Jack London, El juego; Hermann Hesse, El juego de los abalorios, entre otros), y lo mismo con el cine". Y recuerda, en similar sentido, otros momentos de la historia: "en poesía, un gran número de corrientes consideraría a la poesía como un juego: en la Edad Media existían incluso las justas de poesía" en el siglo XIII, particularmente en el norte de Francia. "El siglo XX del cual salimos es un siglo poblado por el juego", afirma Zourabichvili, ocupándose de nociones tales como game y play, las reglas y otras invenciones; así como la práctica del arte, con alusiones a trabajos de Heidegger, Gadamer y Dewey. Son planteos que apuntan contra la “fenomenología” estética, contra las nociones de expresión y contemplación, contra el abandono de la diferenciación arte-vida, y contra el abandono de la relación arte-verdad. Luego, se desarrolla y elabora una discusión en torno a temáticas como distancia y realidad, pasando por análisis de autores tan variados como Rimbaud o Pollock (alguien que "no crea un caos, usa el caos, juega con el caos"). Kant, Hegel y Shelley, Schumann, Debussy y Berg, Balzac, Proust, Beckett, Cage y Resnais son tantos otros nombres célebres, con sus obras e ideas puestas en juego y discusión. De la autonomía de la obra, a las posibilidades -y necesidades- de reintegración a la vida.

Y en cuanto al "caos", y otros fenómenos lindantes y derivados, podría ser su existencia una condición necesaria, pero no suficiente para la filosofía como (un) arte. Este último ya posee sus complejas formas y dinámicas, heterogénesis incluida: "En un primer momento, vemos que el principio de la autonomía repone desde la base la cuestión del modo de unidad, de individuación o de coherencia de la obra: ya no se puede tratar de una unificación ni de una totalización. Esta cuestión está resumida en el acrónimo de Joyce, que ya no habla de caos sino de ‘caosmos”, caos/ósmosis, que describe el fenómeno físico de difusión entre dos líquidos o dos soluciones de concentraciones moleculares diferentes, separadas por una membrana semipermeable que deja pasar el solvente, pero no la sustancia disuelta. El ‘caosmos’ nombra entonces, más generalmente, la idea de una influencia recíproca e insensible".

DIARIO DE PENSAMIENTO

Estos temas también se encuentran en gran parte de La literalidad y otros textos sobre el arte, volumen que reúne textos "que sus amigos, Philippe Simay y Kader Mokadden, estimaron que eran los más legibles entre los que François Zourabichvili dejó en su computadora. Fueron tomados en la imprevisible irreversibilidad de la muerte que siempre sorprende al pensador a contratiempo", comenta en su prefacio Anne Sauvagnargues. Y más: Zourabichvili siempre se propuso "escribir como filósofo, codearse con lo que él llama lo desconcertante, es decir, lo extraño y lo difícil, pero también lo que nos arroja al costado, nos desvía fuera del camino: no nos deja tranquilos". Interrogación creadora, no comentario o mera difusión de ideas ajenas. Sauvagnargues especifica que La literalidad se conforma de "textos de circunstancias, pronunciados en diversas ocasiones, según los coloquios y los pedidos que jalonan la vida del investigador. Escalonados entre 2003 y 2006", son "un diario de pensamiento". Edición que sería, entonces, "un primer inventario de su trabajo, una invitación a continuar su edición, y retiene de la masa de archivos informáticos de François Zourabichvili un grupo de textos más accesibles", quedando pendiente continuar el trabajo con lo que sería, entonces, "una serie de esbozos lógicos salidos de la masa de archivos que aún no han sido procesados, porque van desde simples anotaciones, ensayos de cursos o notas de lectura, hasta escritos personales; un verdadero alambique del pensamiento vivido". Hay una "genética del pensamiento", pero no "de la obra" (una construcción lineal y armoniosa, sin claroscuros ni contradicciones, y falsamente coherente).

"La cuestión de la literalidad" surge de unas jornadas de estudios, "Deleuze y los escritores", de 2003. Comienza con una cita de Deleuze sobre Melville en su Bartleby, más Guattari y Kafka. "Se podría esbozar una lista de las contradicciones aparentes de Deleuze a propósito de la literatura", anuncia Zourabichvili. "Aquí no hacemos más que inventariar estas contradicciones para incitar a realizar las exploraciones que dictarían tanto la probidad como el espíritu de aventura intelectual".

Plantea: "puede significar 'literalidad': una producción literaria que no remite a nada exterior, pero no por ello es un tema del 'arte por el arte', manipulación divertida del lenguaje, precisamente porque el lenguaje y el mundo están dados al mismo tiempo, y no hay palabras antes que el mundo o luego de él, separado de él". Desde la dupla Deleuze/Zourabichvili, se problematiza el empleo generalizado de la metáfora, en aras de una filosofía del sentido. En "¿Los conceptos filosóficos son metáforas? Deleuze y su problemática de la literalidad", intervención en Nueva York en 2004, y en "El juego del arte", ponencia en un congreso realizado en Fortaleza, Brasil, ese mismo año, se insiste en las temáticas deleuzianas, sin escapar a contradicciones, inconsistencias y aporías: la creación filosófica desde las artes, el cine especialmente, como una creación de resistencia.

Lo que sorprende de La literalidad es la amplitud y capacidad de elaboración de Zourabichvili en torno a toda clase de obras cinematográficas, artistas, teorías, tendencias y agrupamientos: Dziga Vertov, el materialismo bergsoniano, Hitchcock, Chauteabriand, las Cartas sobre la educación estética del hombre de Friedrich Schiller, Boris Barnet -autor de Okraina (1933), la primera película sonora de la URSS-, Gadamer, Chris Marker, y hasta Hugo Santiago Muchnik. En una conferencia en el ciclo "Cine y filosofía", en Montreuil, en 2005, Zourabichvili se ocupa de Les autres (1974), película sobre Spinoza, las metamorfosis y el suicidio, con guion de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y el mismo Santiago, quienes además aparecen repetidas veces, los tres juntos, caminando y conversando al aire libre, desde el mismo comienzo de la película.

Señala Nancy en su texto para El arte como juego, que Zourabichvili "veía con pasión los films de los que habla (y otros), y además era pianista. Tenía experiencia en lo que denomina 'ser traicionado por la expresión'". Desconfianza y recaudo, entonces, con la herramienta que permite pensar y dar forma a los conceptos: duda, inseguridad, tanteos y lances con la palabra. Obra en construcción. Work in progress. Una vida que se expresó, en definitiva, desde la filosofía, recreándola desde una ética -de la estética- posible.