Si estas entre volver y no volver, si ya metiste demasiado en tu nariz, si estás igual, que un barco en altamar…

L@s que vamos a cada concierto de Fito Paez, compramos las biografías no autorizadas, devoramos las entrevistas que a lo largo de los años el músico dio a la Rolling Stone, leímos su autobiografía Infancia & Juventud, no nos enteramos de nada nuevo en la serie que arrasa en Netflix. 

Pero disfrutamos viéndolo contar su historia a corazón abierto. 

El alcohol, el amor, los excesos, Fito y su carisma con mujeres talentosísimas, Fito y la lealtad inalterable de y hacia sus amigues, Fito y la obsesión por la música, Fito y el dolor infinito de pérdidas repentinas. La insoportable levedad del ser. Los claroscuros de ese mundo ajeno e íntimo.

Leí demasiadas veces quejas respecto a que nombra o muestra poco a Rosario. Yo escucho que hasta en el último capítulo Charly García le dice: “Rosarino vení”. Vi en la serie como el Flaco Spinetta viaja a Rosario con un Fito jovencísimo para conocer a sus abuelas. 

Como la disquería Oliveira es escenario del más profundo amor y el más profundo dolor cuando su padre, melómano empedernido, le enseña a de niño a escuchar Brahms, y años después se desploma a causa de una salud cada vez más frágil frente a esos mismos discos.

Si alguien decide contar su historia lo hace a su modo. Elige qué ventana abrir y quienes se asoman. Si millones decidimos verlo y nos conmovemos, todo lo que digan está demás, las luces siempre encienden en el alma.

Hablo por mi, que a los 12 años escuché de un tirón Circo Beat y decidí que tan pronto pudiera iría a sus conciertos de rock. Había algo movilizante en la alegría melancólica de ese disco que por momentos evocaba a la infancia y a lugares amados y atravesados por el tiempo. Había nostalgia, ritmo, y pogo, teclados y guitarras eléctricas. Explorar la poesía de Paez en cada tema fue un viaje de ida. Una perspectiva ante la vida.

Su mirada sobre un mundo donde el amor y la camaradería de un pibe de 11 y una nena de 6 que venden flores en calle Corrientes son más fuertes que el Olimpo. Su denuncia social que evoca al mismo pibe en El chico de la tapa, con algunos asuntos pendientes.

El chico de la tapa ayer vendía flores en corrientes

Después perdió a su chica en una sala en algún hospital

Y hoy amablemente y con una gran sonrisa en los dientes

Te para en la calle y si no le das te manda a guardar

Un artista que puede nombrar así el cielo y el infierno; que puede transformar eso en arte y marcar a generaciones enteras con su música, es un artista extraordinario.

Podría decir que estudié periodismo por pura casualidad y en algún momento decidí que mi único objetivo al meterme en aquel mundillo sería entrevistar a Paez. Lo logré cuando presentó su ópera prima Vidas Privadas y más tarde cuando vino a publicitar el disco La Ciudad Liberada. Sostengo sin pudor que su carisma es asombroso. 

En aquella charla pudimos hablar de los poemas de Néstor Perlongher, de música, de su encuentro con personas en situación de calle, del histórico concierto en Obras Sanitarias. Terminé de preguntar cuando la encargada de prensa me pidió que redondeara… Habían pasado 40 minutos. Too much.

Todo esto deja claro que no puedo ni quiero ni voy a ser objetiva en este texto. O mejor dicho que la subjetividad está provocativamente expuesta. Que me encanta, nos encanta que Fito llene estadios y se convierta en ícono de una plataforma digital internacional, que millones descarguen sus canciones en Spotify y su música siga siendo la banda sonora de nuestras vidas. Y la de nuestros hij@s.

Eterno Paez, Rosario siempre estuvo y estará cerca. Que tu buena estrella siga hasta el infinito. Gracias por acompañarnos cuando nos fuimos de casa con o sin una gibson les paul. Gracias por recordarnos que esta vida está hecha de cristal. Y que acaso lo único que importe sea el amor.

Gracias por ignorar las críticas.

Yo te entiendo bien

es como hablarle a la pared