En el último tiempo se retomó una discusión estructural para la economía argentina que tiene que ver con la relación entre exportaciones y salarios. En esta agenda, se ha señalado en más de una ocasión que una consigna pro-exportadora esconde detrás la necesidad de tener salarios bajos y un menor consumo interno para incrementar los saldos exportables.
En vigor, este enunciado no es más que una arista dentro de la supuesta dicotomía “exportaciones versus mercado interno”. Sin embargo, lejos de estas aseveraciones infundadas, la experiencia internacional e incluso la propia historia económica argentina muestran que mayores exportaciones redundan en mejores indicadores laborales.
En este sentido, cabe repasar algunas vinculaciones fundamentales entre las exportaciones y el mercado interno, que pueden ayudar a dar por tierra con esta falsa construcción del imaginario público.
Salarios
Por un lado, exportar más generaría una economía con salarios mayores, no menores. Múltiples estudios para distintos países del mundo muestran que las empresas que exportan, lejos de explotar a sus trabajadores con salarios bajos, pagan entre un 5 por ciento y un 40 por ciento más que las empresas no exportadoras.
Argentina no es la excepción a esta regla: la brecha salarial entre dos firmas del mismo rubro, donde una exporta y la otra no, es de alrededor del 30 por ciento, según un estudio del Centro de Estudios para la Producción (CEP-XXI).
A esto se debe agregar que las grandes oportunidades que se presentan hoy para Argentina en materia exportadora se verifican en sectores que cuentan con salarios por encima de la media: minería e hidrocarburos, las dos actividades con salarios formales privados más altos del país; y economía del conocimiento, un sector con muy altos salarios y con una demanda de trabajadores que por ahora parece inagotable.
Empleo
Por otro lado, exportar más generaría más empleo, tanto de forma directa (las empresas exportadoras demandan cerca de un 10 por ciento más de trabajadores que las no exportadoras) como fundamentalmente de forma indirecta, tanto por la provisión de servicios para la exportación como por la demanda generada por esos trabajadores de mayores salarios.
Este es un punto sumamente relevante: incrementar las exportaciones suele estar vinculado con un aumento del ingreso per cápita, lejos del imaginario de que aquello que se exporta son saldos que no se colocan al mercado interno cuando cae la demanda.
Un último aspecto que vale la pena destacar es el de las oportunidades que se abren a partir de una mayor inserción exportadora. Tanto vender nuevos productos como ingresar a nuevos mercados es un proceso complejo y exigente, tanto para el sector privado como para el público.
Efectos virtuosos
Del lado del privado, esta exigencia fomenta la innovación, sea para ofrecer un producto diferenciado como para diseñar nuevas estrategias de competencia. De esta forma, se promueve un ecosistema doméstico proactivo en materia de innovación que genera derrames en toda la economía.
En materia pública, se requiere un Estado que entienda las necesidades del sector privado para insertarse en otros mercados y encarar en consecuencia las soluciones diplomáticas pertinentes para ello. Esto fomenta una burocracia estatal activa y preparada también para otros desafíos de política pública.
De todo esto se desprende que, lejos de ser una cuestión dicotómica, existe una complementariedad fundamental entre las exportaciones y el mercado interno. Mayores exportaciones derivan en mejores salarios y más empleo, apuntalando la demanda para la producción interna y robusteciendo de esta forma el mercado doméstico.
Además, un salto exportador permite financiar un mejor nivel de vida de la población, permitiendo un tipo de cambio real más bajo, que equivale a mejores salarios en dólares y mayor poder adquisitivo, y un incremento sostenible de las importaciones, tanto para consumo como para producción. De esta forma, se genera un crecimiento inclusivo genuino, que alcanza a la sociedad en su conjunto y de forma sostenible.
Y en ese aspecto, la historia económica nacional dista mucho de ser un caso atípico en la materia: durante el periodo 2002-2011, el país atravesó la recuperación económica más rápida de su historia. La misma fue posible gracias al incremento del poder adquisitivo y la mejora de las condiciones de vida de la población, que redujeron la pobreza a menos de la mitad. Sin embargo, esta gesta no hubiera sido posible sin una explosión de las exportaciones, que en dicho período duplicaron su precio y se incrementaron un 30 por ciento en cantidades.
En contraste, inmediatamente después de ese ciclo, Argentina vivencia una década de estancamiento. La pobreza se incrementó más de 10 puntos en diez años y el ingreso per cápita es un 10 por ciento inferior al de 2011. La contracara de esta crisis interna del país es una crisis de inserción externa: al cierre del año 2022, las exportaciones aún son un 6 por ciento inferiores a 2011, medidas en cantidades. Y esta no fue una anomalía, sino que encuentra otra coincidencia en la otra década perdida del país, en 1979-1989, cuando el estancamiento también estuvo explicado por una caída en lo que se exporta al mundo.
En este sentido, una rápida revisión de la historia económica nacional reciente revela sin matices la importancia que toman las exportaciones para impulsar el crecimiento económico y mejorar las condiciones de vida de la población. Y de la misma forma, en qué medida las crisis de inserción externa conducen a un estancamiento económico generalizado.
Esto no quiere decir que cualquier estrategia de inserción internacional sirva para alcanzar el desarrollo, pero queda claro que cualquier plan de desarrollo que no piense en cómo insertarse en el mundo de forma inteligente es un plan incompleto. Exportar más es condición necesaria para el desarrollo argentino. Que aún no exista pleno consenso de ello revela lo poco que aprendimos de nuestra historia económica.
* Economista UBA-UNSAM. Especialista en desarrollo económico, integrante de Misión Productiva.