En una reunión que mantuve con el Senador Miguel Rabbia apareció el concepto, “los tratamientos para personas adictas representan un fracaso”. Una definición tan alarmante como lúcida. Pues estaba fundamentada a la falta de una política de prevención integral que hace veinte años no existe en el país.
Es obvio que algunas personas adictas acuden a dispositivos terapéuticos, como lo hacen otras personas con otras patologías. Pero no de esta manera tan dramática.
Lo que aparece en esta interesante discusión se trata de los riesgos al naturalizar el consumo. Hay que pensar que usar drogas hace cuarenta años era un acontecimiento contracultural. Una rebeldía ideológica de sectores minoritarios de clase media, donde el arte, la música, la literatura, formaban parte del menú de sus comportamientos. Hoy el consumo integra. Da pertenencia. Por ello aparecen los conceptos de consumo problemático y consumo recreativo. El consumo es consumo. Habrá que evaluar la situación de cada persona y su vínculo con las diversas sustancias.
En relación a la prevención. ¿De que hablamos? ¿Cuáles serian los ejes de discusión?
La prevención no tiene que estar centrada exclusivamente en prohibir el consumo. Tiene que plantear desafíos originarios de la condicion humana. Se llega y se desarrolla el consumo por diversas causas y motivos. Alli está el dilema. Desde esa base habrá que desentrañar las deficiencias personales, familiares, sociales. Identificar como está funcionando la red social desde la educación, lo laboral, lo recreativo, desde el arte.
Que condiciones generamos en diversos ambientes humanos para que las personas puedan pensarse útiles, integradas, solidarias. La pertenencia genera empatía. Dan ganas de avanzar hacia espacios de intercambios, de debates, donde lo importante es la intimidad del alma humana. Y alli la valorización necesaria para proyectar una vida digna, con sentido.
Es evidente que ante la precarización estructural del país nos encontremos con episodios trágicos, casi terminales. Alli aparece la respuesta urgente del estado. Es contagiosa la urgencia social y su toxicidad. Inunda las decisiones que deberían idearse desde espacios profesionales y con la formación adecuada. Los objetivos se tergiversan. Caemos en la trampa. Creemos que con campañas, marchas, recitales, ramalazos asistenciales, discursos, creación de agencias, traerán soluciones. No será así. No es así desde hace años.
¿Entonces qué hacer?
Conceptualizar. Diagnosticar. Ejercer mecanismos que contemplen todos los aspectos involucrados. No tener la mirada sesgada políticamente frente a esta problemática. Las adicciones representan un problema de salud, espiritual, psicológico, social. Definir un eje que se sostenga a largo plazo más allá de los cambios de color político. Alli está la otra dificultad histórica.
El abordaje de la prevención y la asistencia de las adicciones tiene, debe, estar por encima de los cambios políticos. Será la única manera que podamos vislumbrar cambios en esta población, que como espectros, van hacia un cadalso trágico.
Osvaldo S. Marrochi – Presidente Fundación Esperanza de Vida