En cada artículo que se escribe sobre Manuela Beltrán, famosa revolucionaria colombiana, se aclara que poco y nada se sabe sobre su vida. La acotada biografía cuenta que atendía una tienda de comestibles en la plaza principal de su pueblo; que provenía de una familia modesta, campesina; que a diferencia de buena parte de los aldeanos, sabía leer y escribir… Un dato nada menor para la gesta que se le endilga, un corajudo acto de desacato: arrancar el edicto real de la puerta de la alcaldía que anunciaba otro desmedido aumento de impuestos en el entonces Virreinato de Nueva Granada, ordenado por la monarquía borbónica en tiempos de colonia. La dama de 57 pirulos, según dicen, habría leído las líneas y, en un rapto de indignación, no solo tomó la papeleta: se la pasó por el traste y la rompió en pedacitos al grito de “¡Muera el mal gobierno!”.
“Toda revolución necesita una figura heroica y Manuela Beltrán fue la más improbable de todas”, anota la periodista y escritora Juliana Castro Varón en un reciente artículo que recupera a esta prócer que aquel 16 de marzo de 1781 prendió la chispa de la revuelta, uniéndosele en un periquete cantidad de vecinos envalentonados de El Socorro, su pueblo, y otros condados aledaños, en lo que pasaría a la historia como la Insurrección de los Comuneros, antesala de la lucha por la independencia. “Ella fue una de las primeras mujeres en América que desafío y enfrentó la autoridad española. Su rebeldía motivó a todo un pueblo a reaccionar”, puede leerse en numerosas publicaciones a cuento de quien acaso haya muerto fusilada por tropas realistas en día y sitio indeterminados, como muchas personas presumen; las mismas que admiran a este símbolo de resistencia y pelea femenino por la emancipación del país.
Porque hete aquí el asunto: desde hace algunas semanas se ha sembrado el caos entre voces especializadas, en un altercado intelectual que tiene a doña Manuela de protagonista. Armando Martínez, presidente de la Academia Colombiana de Historia, fue tajante al asegurar en varias interviús que, en realidad, Beltrán nunca existió, que es una mera invención literaria. Tesis que tocó un nervio sensible en la población porque, como explica el rotativo El País, “Manuela Beltrán es una figura que se estudia en las escuelas, que le da nombre a calles, a plazas, a una universidad, a colegios (…), considerada la primera mujer en América que se rebeló y uno de los antecedentes que llevaron a la independencia de Colombia. Convertirla en un producto de ‘la literatura liberal romántica’, como aseguró Martínez, suponía eliminar una parte de la historia con la que han crecido generaciones de colombianos”.
Vale aclarar que la hipótesis sobre Manuela como mito y fantasía ya la había postulado Judith González-Eraso, una investigadora e historiadora que lleva más de una década estudiando a las mujeres del movimiento independentista de su nación. En charla con la citada Castro Varón, Judith explica que la evidencia no respalda el relato: la primera mención de Manuela Beltrán como figura revolucionaria no aparece sino hasta 1880, más de un siglo después de que ella supuestamente viviera; además no hay rastros de las muchas citas que se le atribuyen, ni lápidas ni certificados de defunción que corroboren su muerte… Dicho lo dicho, aclara que las mujeres sí tuvieron un rol de peso en la rebelión de aquellas fechas, y que incluso hubo una dama que rompió edictos; lo que no se puede aseverar, a su entender, es quién fue realmente esa señora, mucho menos cuál era su nombre.
El debate está servido, porque -del otro lado del ring- diferentes voces han recordado que no se puede desmerecer el relato oral, sobre el que mayormente se basa la bío de quien es venerada como mártir prerrevolucionaria, tenida en esas latitudes por “el Heraldo femenino de la Libertad”. Otras personas han corrido a buscar certificados de natalicio que teóricamente confirmarían la existencia de varias Manuelas por esos pagos. Y no faltó quien dijese que, cualquiera sea la verdad, no es tan importante, porque ninguna nación se construye de la nada, necesita de sus símbolos y de sus mitos; idea que recuerda a cierta línea memorable del western El hombre que mató a Liberty Balance (1962), de John Ford: “When the legend becomes fact, print the legend”, o sea, “Cuando la leyenda se convierte en hecho, imprime la leyenda”… La propia González-Eraso insiste en que no está tratando de reescribir la historia, mucho menos de borrar a una heroína de sus páginas, como la han acusado: solo quiere que la gente reconozca que son creaciones simbólicas, producto de la imaginación colectiva y de las narrativas históricas.