A través de una carta, la vicepresidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner anunció que no se presentará como candidata a ningún cargo electivo en los próximos comicios a celebrarse en octubre de este año. Si alguna virtud guarda este gesto es el de anoticiarnos --es decir: hacer concreto y patente y efectivo--, del grado catatónico en que se encuentra el estado de derecho en nuestro país, a cuarenta años de la recuperación de la democracia. Vale prestar atención al párrafo en el cual CFK califica a la actual administración de justicia como un grupo de tareas de Juntos por el Cambio y de los grupos económicos concentrados. Razones no le faltan. La actual vice está proscripta por un tribunal cuya parcialidad y obscena manipulación quedarán como caso enseña en los anales de la historia de la corrupción judicial. Por lo demás, basta tomar nota del escandaloso encubrimiento que la jueza a cargo de la causa por el intento de magnicidio perpetrado el 1 de septiembre (contra CFK, o sea) para darnos por advertidos del demencial dispositivo de persecución implementado desde hace años contra la principal figura de la escena política argentina. Sin embargo, esta persona dos veces presidenta de la Nación y líder indiscutible del campo nacional y popular no se ha cansado de decirnos: “No vienen por mí, vienen por Ustedes”. Toda la pregunta es ¿qué le pasa hoy a ese Ustedes? ¿Va a hacer algo? ¿Se quedará mirando cómo la voluntad popular es fagocitada por el poder económico? ¿En dónde el Ustedes se articula con el Cada Uno que --desde el sujeto hasta el Nosotros-- nos conforma como pueblo de una Nación?

El Acto

Lo cierto es que si nos preguntáramos qué instancia, concepto o acción articula la intimidad de una persona con la actual situación política y social de nuestro país, responderíamos sin dudar: el Acto. Ese movimiento anímico que permite al sujeto cambiar de posición de manera que, cualquiera sea la situación, los condicionamientos o los avatares que enfrenta, se haga efectivo el rescate de lo más propio y auténtico en su singularidad.

El acto está siempre articulado con el duelo. Esto es: el consentimiento a la pérdida que supone abandonar la ilusión paralizante de lograr un Todo. Condición indispensable para el advenimiento de lo Nuevo que emerge en la acción, allí donde Uno --por aceptar correr el riesgo-- sale de la impotencia, la inhibición o la queja. Hablar de acto no supone ninguna acción específica o determinada. No se trata necesariamente de la positividad de tal o cual maniobra. Hacer silencio o no presentarse puede ser tan o más efectivo que hablar o mostrarse en público. Lo concreto es que después del acto ya nada es igual. Sólo el sujeto lo sabe, porque en el acto emerge un nuevo sujeto. Ese que eligió jugarse por determinado rumbo o acción. Se accede al acto en virtud de la inminencia de un enorme peligro, ya sea una tormenta en la montaña, un examen, el momento de apretar el enter o declararle el amor a una persona. En el acto no hay cálculo, estadísticas ni algoritmo que otorgue garantía alguna. Tampoco deducción ni anticipación sobre el resultado. Como ninguna otra instancia, el acto resume nuestra frágil condición existencial, siempre sujeta a los avatares con que la contingencia nos arroja en el sin salida de nuestras melindrosas cavilaciones. Esa zona donde determinadas estructuras de razonamiento prueban su tramposa inutilidad, a saber: “si yo hubiera hecho tal o cual cosa”; “si las cosas fueran distintas”; “si hubiésemos tomado tal o cual rumbo”; “en ese momento hubiera sido posible, pero ahora no sé”. En el acto no se trata de quien no tiene ya nada que perder. Se trata de quien está dispuesto a perder para poder ganar. Y precisamente porque el sujeto consiente a la posibilidad de perder, el acto supone siempre una apertura al Otro, por más que el gesto consista en arrojar papeles viejos, solo guardados para juntar melancolía o resentimiento. Lo cierto es que nuestra época no facilita el acceso al acto. Pesa sobre nosotros una suerte de proscripción.

Lo que está en juego

Es aquí donde nuestra harto peligrosa situación política y social se hace presente en los muchos cada Uno que constituimos esta comunidad hablante, hoy amenazada de transformarse en un campo de concentración de meros consumidores. Si es cierto --tal como dice Lacan-- que “Lo colectivo no es nada sino el sujeto de lo individual”[1], allí donde un pueblo se reconoce a sí mismo como un solo cuerpo social palpita la emergencia de un nuevo sujeto político. Ese dispuesto a correr el riesgo necesario para producir un cambio de posición que establezca un antes y un después en el tablero del juego político.

El duelo por Cristina presidente se tiene que transformar en acto. Lo que está en juego es la convivencia democrática, los derechos adquiridos y la soberanía de nuestra nación. Es decir, las condiciones mínimas para que la vida sea algo más que producir con el solo objeto de satisfacer el capricho de algunos bajo la amenaza de perder las migajas de su festín, si no prometemos silencio y obediencia.

A veces los números y las efemérides hablan por sí solos. El 25 de mayo (una de las dos fechas patrias que amparan nuestra nacionalidad) está convocado un acto. En este caso para conmemorar los veinte años de la asunción de Néstor Kirchner como presidente de la Nación y los cincuenta años de similar situación para el caso de Héctor Cámpora, ungido en ese entonces como presidente en virtud de la proscripción que pesaba sobre Juan Domingo Perón.

Se trata de una fecha cuyo valor simbólico trasciende todo particular interés o mero proselitismo partidario, y justamente por esto su puntual ocurrencia se hace tanto más sustantiva y excepcional. Un acto para reunir voluntades, estrechar vínculos, poner el cuerpo, desechar tonterías y recelos y así generar una acción común, decidida y triunfadora. Solo las calles nos pueden rescatar de la entente conformada por los poderes fácticos, la oposición y el partido Judicial. El acto donde el encuentro de los cuerpos rompa con la proscripción del acto nos atañe a todos y todas. Es el acto de asumir la responsabilidad que a cada Uno le toca por ese nosotros sin el cual la singularidad se desvanece en el aislamiento de los cálculos y las cogitaciones especulativas. El 25 debemos ser muchos, muchísimos. Están en juego nuestros más íntimos afectos, esos pliegues cuyas resonancias solo se hacen efectivas en el encuentro con el semejante. Las mismos por las cuales aún seguimos diciendo que La Patria es el Otro.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.


Nota:

[1] Jacques Lacan, “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1998, p. 203, nota7.