"Lo más fuerte para mí de este lugar es que siempre fue un lugar de transformación, que siempre el que entró se fue diferente por equis motivo: porque buscaba trabajo, porque se peleó con el novio y se arregló, porque se separó definitivamente, porque se recibió, porque lo que fuese, fue transformador. Y en un centro cultural no hay nadie que entre y se vaya diferente, aunque venga a averiguar cuánto sale un taller. Entonces, esa mirada que tuvo mi abuela y mi mamá, yo trato de conservarla siempre desde que me puse al hombro esta transformación, que de eso ya hace 32 años, me parece que hay como un deber que te tenés que ir distinto", afirma Sandra Agis, Directora de Patrimonio Cultural de Almirante Brown sobre la historia del Centro Cultural Bijou, el espacio de formación y cultura que dirige, que sostiene en sí la historia de un barrio. 

En los años 70, la esquina más emblemática de Adrogué (Bartolomé Mitre y Somellera) guardaba historia. Mientras que en la planta baja funcionaba la famosa pizzería Brown, arriba tuvo lugar una pensión para mujeres. La historia comienza con María Rosa Menéndez, nacida en 1902 y separada a mediados de los años 40, con tres hijos. Una de ellos fue Bijou, seudónimo que se ganó por ser muy bella, y que se asocia a una larga carrera de artista plástica. Bijou pintó casi todas las casonas del barrio de Adrogué, muchas ya demolidas. En la década del 70, María Rosa y Bijou (que se había separado en los 60), deciden poner una pensión para mujeres para obtener un rédito económico. Así fue como se instalaron en esa casona de la esquina tres generaciones de mujeres, incluída la hija de Bijou: Sandra Agis, que en ese momento tenía alrededor de 12 años. 

La sala comedor era la única donde Sandra podía recibir alguna amiga. Había tres habitaciones con tres camas por habitación, y después un cuarto como de servicio que se alquilaba a una sola persona. Todas las residentes eran mujeres. Las razones por las cuales una mujer de los 70 se iba a vivir sola podían ser varias, ninguna vista con buenos ojos por la sociedad. ¿Quiénes eran esas mujeres?

"Todas las profesiones que existen convivieron acá. Había una celadora de una escuela, había una mujer que ejercía la prostitución, había una mujer que en ese momento se escondía por su condición de género, había gente que venía a buscar trabajo, había gente de las provincias que venía a estudiar porque está muy cerca la universidad de abogacía. Hubo varias que empezaron y terminaron la carrera acá", afirma Sandra. 

La pensión representaba un refugio para mujeres que, como afirman los poemas de Evaristo Carriego y los tangos, habían dado "el mal paso". Mujeres separadas, solteronas, prostitutas, travestis, o simplemente independientes, rebeldes. Como una especie de búnker, la esquina de Mitre y Somellera albergaba aquellas a las que la sociedad les había dado la espalda, o a las que todavía no entendía bien. Sobre todo, en el contexto de una de las épocas más violentas de nuestro país. 

"De vez en cuando, por la puerta cancel que había en el medio entraba la policía y sacaban a todas las chicas de las habitaciones. No te voy a decir que para mi era algo normal, pero a los 10 años no pensas porqué sucedía eso", afirma. "El recuerdo que sí tengo es que se la llevaban a mi mamá a declarar, porque se olvidaba de anotar a las pensionistas. Y por ahí le decían "pero Bijou, ¿cómo puede ser que tal persona que vive en Misiones, que es profesora de Historia, esté en Adrogué sin trabajar?" Y mi mamá decía "no sé, a mi me paga". Cuando tomé dimensión de eso, del tremendo desastre que sucedió en nuestro país, me sentí muy orgullosa de mi abuela y de mi mamá, porque quizás sin saberlo o quizás intuyendo que algo sucedía, yo siempre vi y sentí cómo abrazaban a las mujeres que venían acá, cómo las protegían".  

La pensión de mujeres fue un lugar de cobijo, tanto en tiempos buenos como en épocas "de malaria". Cuando no había plata, las mujeres trabajaban en la pizzería de abajo, lavaban las copas, o limpiaban la pensión. Había algo "solidario mezclado con bohemia", define la nieta de esa señora que se puso al hombro la organización de un negocio que no conocía. 12 mujeres y una cocina. Los hombres no estaban permitidos. Sandra recuerda que la abuela solía decir: "yo lo único que les digo es que en el zaguán no quiero a ningún hombre". Sin embargo, al llegar había que andar a los codazos para llegar a la puerta. 

La pensión funcionó de 1972 hasta el 91. La llegada de la democracia coincidió con los veinte años de Sandra, que decidió irse a vivir a la capital. A pesar de que vivir en la pensión era pintoresco, Sandra añoraba lo que tenían sus amigas: una casa tradicional, sin desconocidos que entraban y salían constantemente.

Pero en 1991, el sueño de la pensión terminó. María Rosa había fallecido, y Bijou ya no podía hacerse cargo. Tenían que dejar el lugar. Fue cuando el espacio corrió peligro que Sandra decidió renunciar a su trabajo y a su departamento de Capital Federal, para volver a su hogar, y reconvertirlo en un espacio artístico. Al ver lo que había sido el comedor vacío de muebles, se le ocurrió que su madre podría hacer una exposición de sus últimos trabajos. Ese fue el punto inicial de la transformación de lo que hoy es el Centro Cultural Bijou

"Sentí que no se tenía que perder la historia de la esquina. Mi mamá comenzó a dar clases de pintura y fuimos sumando otras disciplinas. Yo iba hablando con las pensionistas que quedaban, les avisaba que tenían que irse dentro de meses, cuando pudieran. No le podía decir "andate mañana". Eso fue una transición de años, era muy gracioso porque se mezclaba todo. Mi mamá estaba dando clases y una estaba cocinando, la otra se bañaba y estaban haciendo teatro", recuerda. 

La última habitación estuvo ocupada por una señora a la que quienes viven en Adrogué llaman La Colo ("Lo menciono porque es conocida y la queremos mucho"). Sandra le prometió a Colo que mientras estuviese este lugar abierto, ella iba a poder seguir viviendo en la última habitación. Ese final llegó con la pandemia, donde se cortó la racha de más de veinte años de mujeres viviendo en la pensión. En el 2020, quien fue a vivir a esa casa es Marco, el hijo de Sandra, hoy encargado del centro cultural. 

"Yo siempre había estado como extranjero en el lugar. Si había una exposición venía, pero después salía y no me sentía perteneciente al lugar. Pero cuando me vine a vivir acá en la pandemia, empecé a recordar a mi abuela, que falleció cuando yo tenía 8 años. Así empecé a conectarme de vuelta con su historia, a recordarnos cuando pintábamos, cuando mirábamos juntos algún que otro partido. Y empecé a sentir como una emoción muy grande, no solo por mi abuela sino también por mi bisabuela, que no la conocí. Ahí pensé esta historia está llena de mujeres y yo soy un hombre, ¿qué hago? ¿Me hago cargo? La dejo a mi mamá que se siga haciendo cargo del lugar. Y dije no, voy a acompañarla", afirma Marco. 

Hoy, en la habitación donde había tres camas hay tres camas de pilates. Pasaron por el espacio distintos tipos de danza, canto, pintura, cursos de restauración, folklore, salsa, tango, comedia musical y más. Se hicieron modificaciones estructurales a la casa original para que sirva mejor a las necesidades de un centro cultural. Sin embargo, se conservó gran parte del espíritu original de la casa, con las aberturas de madera, los vidrios esmerilados y la cocina original. El espaco se sostiene "a pulmón, aunque no sacrificado". "Un lugar así se sotiene porque somos todos: profesores, alumnos, directora", afirma Sandra. 

El Centro Cultural Bijou espera poder participar de los festejos de los 150 años del partido de Almirante Brown, en septiembre, aniversario que quieren acompañar si o si. Mientras tanto, están abiertos a recibir y escuchar distintos tipos de propuestas artísticas que lo tengan de protagonista. "Ya lo vamos a hacer. Nos faltan sillas", afirma Sandra, riendo.