Este es el relato de una espera. El minuto a minuto del fin de un proceso de lucha que comenzó hace casi cuatro años, cuando cuatro jóvenes fueron asesinados por policías de la Bonaerense en San Miguel del Monte. La historia de una maestra, de familiares, amigos y vecinos de un pueblo que cambió para siempre en la madrugada, el 20 de mayo de 2019. 

“Los pibes de Monte nunca fueron el peligro, más bien son los que están en peligro”, dice Jorgelina, la maestra. Ella los conoce a todos. Algunos fueron sus alumnos, otros hermanos de alumnos o amigos. “Solamente dejan de estar con vos en el aula, pero los ves crecer y hacerse hombres y mujeres”, asegura “la seño Keny”, que dejó por un día su trabajo en manos de una suplente para acompañar a los familiares y a los amigos de los chicos hasta el momento del veredicto. “Pensar en todo lo que se perdieron de vivir, es algo que te destruye”, dice emocionada.

Es maestra de Ciencias Sociales de cuarto grado desde hace 15 años. A sus 53 años tiene cuatro hijos, un marido y dos perros que quedaron en Monte. Fue docente de Camila López y Gonzalo Domínguez, desde hace años pide Justicia, y asegura que no los iba a dejar solos en ésta. “Eran amigos, tan inseparables como distintos”, recuerda. A Gonzalo lo describe como "tímido, de voz finita, soñador y un poco colgado”. A Camila la define como "una princesa extrovertida". "No sé callaba nada, siempre decía lo que pensaba. Le encantaba bailar y cantar", dice. 

La seño se subió al micro con los primeros rayos de sol del miércoles 17 de mayo. "Es un buen augurio", cuenta que pensó. Fue en uno de los dos colectivos que pagaron entre todos los que estuvieron siempre, desde la noche de la masacre. Los que nunca se escondieron y salieron cada año "a reventar la Plaza Alsina y las calles del pueblo para hacer presentes esas ausencias, que duelen en los huesos", tal como recuerda Jorgelina.

En Calle 8 entre 56 y 57, en la Sala A del fuero penal, se lleva a cabo la audiencia final que marcará una primera resolución del caso. Todavía habrá que esperar el juicio que viene, contra los que encubrieron, sembraron falsas hipótesis y cargaron contra las víctimas. 

Las familias y los amigos se instalaron en la calle.

Hay banderas que piden "perpetua" y fotos de los chicos. De Camila y Gonzalo, pero también de Aníbal Suárez y Danilo Sansone, los otros dos jóvenes asesinados. El silencio es crudo en el aire. Va en aumento con la angustia. Las rondas de mates se dan bajo ese vacío de sonido. Poco a poco, desde dos parlantes que instalaron salen canciones de Fito Páez, Calamaro, Calle 13, Mercedes Sosa y León Gieco.

En la esquina hay una confitería donde según los fotógrafos locales se suelen juntar jueces y abogados y siempre termina siendo un testimonio de resoluciones judiciales . Entran los amigos de los chicos y toman una mesa. Son los pibes de la plaza de Monte. Los mismos que rapeaban y compartían jornadas larguísimas. Piden el desayuno mientras muy cerca los móviles ya ubicados comienzan sus copetes informativos, que se ven en una enorme pantalla de led del local. En ese momento llega una mujer que rondará los 70 años. La conocen como "Pina" y la señalan como una pionera en la lucha por los derechos humanos en el pueblo.

Cuando vecinos de Monte se encuentran acá o en cualquier marcha los abrazos son fuertes y largos. Hay algo en el aire de una comunidad hermanada. Como si hubiese un pacto tácito de no soltarse más.

"Cami era tan bonita - rememora Jorgelina -, y recuerdo que en la escuela para el día de la primavera todos son elegidos reyes y reinas. Y tengo la imagen de verla a ella con su corona y todas las compañeritas igual. Pero ella era la Reina.”

Su mirada perdida parece toparse con recuerdos, porque de pronto comienza a recordar a los cuatro. "Gonzalo era pura dulzura y sacrificio. Cuando algo no le salía se esforzaba hasta que lo lograba, Camila era espontaneidad, belleza, arte. Danilo era un genio, no solo jugando al fútbol: no sabés lo bien que rapeaba, era muy vivo. Rápido para todo y súper despierto. Aníbal había venido hace poco de Misiones y también era un amor."

Mientras habla, toma una fotocopia con la cara de los cuatro. La mira. “Tan chiquitos”, dice. A pesar de que vio la imagen mil veces comenta que se sigue conmoviendo. Recuerda lo duro de volver a las aulas después de ese 20 de mayo y la bronca de ver una parte de la sociedad de Monte que parecía no involucrarse. “A veces en el patio me cruzo con algunas de las hermanas menores de Gonza y les doy un abrazo enorme, por suerte acá hay muchos abrazos.”

"Por los chicos de Monte y de todo el país"

En ese momento y luego de acomodar bombos en el medio de la calle, Juan Carlos, el papá de Danilo, llega y se sienta a un costado. Se lo ve cansado. “Hoy llegamos con lo último, casi sin aliento, va a ser un día largo de batalla”, cuenta. Y agrega: “Estamos preparados para aceptar la decisión que sea, pero me parece que por todas las pruebas que hay necesitamos que hoy se haga justicia, no solo por el pueblo de Monte sino por la Argentina entera”.

Cada vez que alguien le pregunta por Danilo, él lo recuerda como “un chico alegre, que jugaba a la pelota y al que le gustaba mucho andar en skate”. Alguien le apunta lo bien que jugaba al fútbol y ahí por primera vez levanta la vista. "Era capitán del equipo”, cuenta.

La vida que esperaba tras la muerte

Anibal era el mayor entre las víctimas. Tenía 22 años, era el conductor del Fiat 147 y había sido señalado por la defensa de los policías como el responsable supuestamente por conducir en estado de ebriedad. Cosa que las pruebas desestimaron.

Su novia estaba embarazada, pero él nunca se llegó a enterar. La historia la cuenta Kenny que recuerda haber visto al hijo de Anibal a caballito de su tío en una de las marchas con apenas un año de edad. “Hoy en Monte hay un nene de cuatro años que no conoció a su papá y nadie se lo va a devolver", asevera.

Cerca del mediodía la música deja lugar a los oradores que se reúnen en la puerta del juzgado. Comienza Gladys , la mamá de Danilo que agradece el acompañamiento y  subraya que si está de pie no es solo por su hijo sino por “todos los pibes que dia a dia son asesinados por el gatillo fácil”. Cuando finalizó se llevó una marea de aplausos que deben haber retumbado dentro de la sala.

Es el turno de Lara. Tiene 18 años. Iba con los chicos a la Secundaria 1 de Monte. Ella representa a por lo menos 50 pibes y pibas que fueron amigos de los chicos y hoy están acá. Dice Lara: “Somos de una generación a la que nos arrebataron la adolescencia, porque tuvimos que madurar de golpe e ir a la escuela mirando de reojo un banco vacío”. 

“Salimos a protestar con guardapolvos y mochilas, no había tiempo para pensar en el Pretérito Perfecto, teníamos y tenemos que pedir justicia por ellos y por nosotros porque si estos tipos hoy salen a la calle, ¿los vamos a tener que cruzar en el almacén? Entonces, si todo esto es en vano, ¿cómo seguimos soñando?”, se pregunta.

Aparecen otros oradores, llegan otros vecinos, vienen amigos de los chicos que regalan canciones que hablan de “patinetas aladas” y de “sueños de libertad interrumpidos”.

Con el correr de las horas algunos familiares van saliendo del edificio judicial a saludar. Son recibidos con ruidosos aplausos que cortan las alocuciones o la música. Hay alguien que siempre se aparece y se presenta a dar un abrazo de apoyo. Es Pablo Díaz, junto a Emilce Moler un sobreviviente de La Noche de los Lápices. Cuando se le pregunta por qué está ahí dice: “Porque en la mirada de estos chicos están mis amigos”. “La juventud es lucha y hay gente que le molesta la lucha, ayer hoy y siempre. Nada es casual. Estos pibes en sus canciones decían lo que pensaban y señalaban lo que estaba mal. Eran poderosos y por eso hay gente que no se lo banca”.

Mientras tanto hay una chica que apenas si levanta la voz pero es una de las mayores protagonistas de esta historia: es Rocío Quagliarello, la única sobreviviente de la masacre. No quiere hablar hasta saber la resolución del caso pero ocupa siempre el centro de la calle. Está visiblemente ansiosa, pero entera. Sus ojos no se pierden de nada de lo que pasa. No llora, aunque cada tanto aprieta fuerte la mano de su hermana. Sus amigos y familia la contienen todo el tiempo, principalmente cuando alguien la nombra.

Se cruza con Lara, que le da un abrazo fuerte y le pregunta: “¿Estás, bien hermosa?”. Ella asiente con la cabeza y sigue caminando.