Amamantada por las ubres del alumbrado público, bajo la tutela de un cartel que le convida cerveza Quilmes a quiénes llevan días sin comer, una criatura se entrega a la madrugada.
Carne sin aura, hecho político.
La bestialidad de una puesta en escena.
El rocío es aguarrás.
Suite de la corrosión, dos perros se abalanzan sobre una bolsa que cae del camión recolector de basura.
Nosotros, solubles en realidad, apenas si distinguimos, entre la música tan fea que suena por todos lados, al coro de hambreados serenateando en las ventanas.
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Desear, al momento de conformar una estructura, incorpora a la probabilidad de buena ventura toda una cadena de desastres capaces de caer sobre el estamento que se ambiciona.
Valga a modo de ejemplo la paloma y su doble cara de soplo de espíritu y plaga de ciudad.
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Desear se autoproclama Comandante en Jefe de las Pulsiones Insatisfechas.
Desear bucear en los mares de la luna.
En medio de una tormenta de rayas desear linealidad.
Desear ser trapecista en un espacio sin gravedad.
Desear descuento sobre lo que aún no se tasó.
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Desear dejar de hacerlo.
Desear desear más.
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Desear pampa forja tundra.
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Cada deseo intransferible, tan propio e individual, reduplica en el alma de otro deseante que, desde lo profundo e irrepetible de su entidad, anhela lo mismo.
Tamaña previsibilidad nos allana el terreno a la hora de socavarles la voluntad.
Nuestro deber, al amparo de relatos efectistas, es restringir hasta más allá de la depravación.
Generar creyentes adictos al desconsuelo.
Devotos a miedo como máquinas a vapor.
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Su Majestad La Sangre Sana, entre reliquias supurantes y leucocitos de San Genaro, pronuncia su discurso definitivo. “El demonio, dicen algunos que juran haber compartido con él más de un banquete, no consume morcilla. Estupefaciente carnal.
Licuación del milagro.
Caridad mal encauzada”.
Fantasmagoría para víscera y tendón.
Puesta de fe auspiciada por una empresa productora de plasma sintético que prefiere resguardar su identidad.
@dr.homs