El prestigioso escritor hispano-mexicano Paco Ignacio Taibo II realizó una minuciosa reconstrucción de los hechos que llevaron al alzamiento contra el horror del Tercer Reich en Sabemos cómo vamos a morir (Editorial Planeta). Varsovia era el punto de concentración de los judíos que serían deportados hacia su destino final, el campo de exterminio de Treblinka. En medio de aquellos terribles días de 1943, un pequeño grupo rebelde de jóvenes (muchos adolescentes), dirigido por Mordejái Anilevich, se preparó para batallar -en tremenda inferioridad de condiciones- contra las tropas nazis que controlaban por millares el gueto donde estaban hacinados. Y Paco Ignacio Taibo II recrea magistralmente con una estructura de historia narrativa el levantamiento del ghetto de Varsovia, que comenzó el 19 de abril de 1943 y del que el mes pasado se cumplieron 80 años. El escritor viajó a la Argentina para presentarlo y para participar de una charla del Proyecto Ballena 2023, organizado por el Ministerio de Cultura de la Nación.
“La idea del libro nació por accidente”, cuenta el director general de Fondo de Cultura Económica de México. Cuando Paco Ignacio Taibo II tenía 16 años descubrió la frase de Mordejái Anilevich: "Sabemos cómo vamos a morir”. Por aquel entonces, el autor de las biografías de Pancho Villa, Tony Guiteras y el Che Guevara decidió formar parte de un club judío. Sin ser de esa religión, lo hizo por amor: andaba tratando de conquistar a una joven judía y formó parte del club durante un año. “Soy de izquierda por parte de padre y de madre, y no me generaba conflicto formar parte de un club judío. Era otra manera más de ser todo y nada”, confiesa. En una biblioteca de la Ciudad de México este editor, historiador y ensayista descubrió la frase de Mordejái Anilevich al leerla en una biografía editada en la Argentina. Esas palabras le quedaron dando vueltas en la cabeza y lo persiguieron durante cincuenta años, hasta que empezó a encontrar materiales. “Y empieza a diseñarse en mi cabeza un libro, que es éste. Por acumulación iba sumando”, señala.
-¿Lo escribió en pandemia?
-Sí, porque de repente la obsesión me pegó con todo. Ya la investigación estaba avanzada, y dije: "Necesito concentración para narrar", porque sabía cómo quería el libro. Quería el libro con historias muy pequeñitas y fragmentarias que fueran creando panorama, cuyo eje era Mordejái Anilevich y los muchachos de la organización judía de combate. Pero eso era el eje. Y lo que había encontrado en años y años de investigación era, por ejemplo, los SS de Letonia que estaban en las afueras del ghetto, la historia de los ladrones judíos del ghetto, la historia de la policía judía del ghetto, la historia del general nazi que dirigía la contra insurrección, la historia del hambre, la historia de Treblinka, la historia de uno de los sobrevivientes que dijo "Estoy vivo de casualidad" y lo contó en ocho líneas. Entonces, yo tenía pedacería. Dije: "Es lo correcto: no quiero hacer la historia del ghetto, no quiero hacer la historia de Treblinka, quiero un libro hecho de pedacerías".
-El relato tiene una minuciosidad difícil de realizar a 80 años de los hechos. ¿Ese trabajo de investigación es el que duró muchos años y fue como un trabajo de hormiga?
-Sí. Y curiosidad. La historia tiene dos zonas de impulso. Una de ellas es la curiosidad: ¿Por qué? ¿Y quién? ¿Y dónde? Y el segundo factor es la tenacidad, lo que se llama “las horas nalga” que le dedicas a un libro. Los libros tienen talento, intuición, oficio y horas nalga. No lo notas, pero cada pedazo de libro está redactado entre diez y doce veces.
-¿Se angustió haciendo ese trabajo?
-No, al revés. Era la cura a todos los males. Conforme iba escribiendo, iba perdiendo angustia. Y lloré como loco. Tengo que confesar que no soy un hombre duro, nunca lo he sido ni quiero serlo, pero hubo noches en que después de redactar una nota tenía que secarme los lagrimones antes de poder avanzar por la empatía que iba construyendo. "¿Escritor mexicano de 70 años escribe un libro empático sobre los muchachos del ghetto de Varsovia?". Pues sí. Y al que no le gusta, que se joda.
-¿Le resultó sorprendente la valentía de estos jóvenes dispuestos a rebelarse en situaciones tan extremas?
-Lo que me resultó sorprendente, y que fue uno de los motores del libro, no fue la valentía. La valentía es un acto del instante. Cuando decides cruzar la calle a pesar de que están tiroteándola, por ejemplo. La valentía es ese rapto, el saltar. El valor es un elemento que viene por rachas. Lo que me sorprendió desde el origen del libro fue la firmeza. Son inoxidables, adolescentes. Tenían una certeza. Una vez que descubrieron que Treblinka era un campo de la muerte y que las condiciones diarias le daban un promedio de 14 horas a quien llegara a Treblinka, lo sorprendente era la fuerza de la decisión. Eran de una solidez sorprendente. Tal es así que no tuvieron deserciones, que las votaciones se tomaban por unanimidad. Y eran jóvenes judíos sometidos al exterminio, pero eran socialistas.
-Claro, en el libro usted señala que cantaban La Internacional...
-Un mes antes de que estallara la insurrección, ya la estaban cantando. Y todos los escritores sionistas que han tratado el tema omiten ese pedazo. Los muchachos del ghetto eran evidentemente socialistas: protegían al débil, al pobre, combatían por el proletario. Estaban formados y no eran stalinistas.
-¿Cree que fue una idea disparatada hacer una insurrección con tan pocas herramientas o lo ve como un acto de dignidad que logró una estructura de resistencia pese al final?
-Es "Sabemos cómo vamos a morir, pero vamos morir como nosotros decimos, no como dicen ellos". La insurrección no podía triunfar ni siquiera en el hipotético caso de que los aliados se dieran cuenta y pudieran lanzar armas al interior del ghetto (que sería la única esperanza).
-¿Cree que parte de del proyecto del levantamiento del ghetto tuvo que ver con la solidaridad que había entre los judíos que estaban adentro?
-Claro. Y una estructura que no era político-militar. Trato de explicar en el libro cómo es la estructura que surge del scoutismo: "Vamos a recorrer diez días por las montañas", "Vamos a ver los pájaros". Y el fenómeno alemán que se produce entre guerras de la libertad de los adolescentes y que trasciende en Polonia. Y la estructura organizativa del mundo judío. Los que leen sobre el Holocausto hablan de un mundo desorganizado. Y mi libro demuestra que era un mundo extremadamente organizado, con contradicciones internas tan fuertes que lo paralizan, porque el problema es que el ghetto se construye con el modelo alemán, que es uno de los modelos más horrorosos que ha imaginado el ser humano. Ponían un administrador del ghetto judío, un Consejo judío al que le decían: "Mandame cinco mil y si no me mandan cinco te mato cuatro". Y también el tema de los niños: ¿cómo decidían el asesinato de los niños? Esos niños que iban cantando a los trenes que iban a Treblinka... Yo no podía con el libro. Los veía. Vi fotos. La curiosidad me llevó a averiguar quién era el médico que dirigía el ghetto, que decidió marchar con los niños. ¡Lloré tantas veces con este libro en la noche! Se me caían los lagrimones.
-¿Toda esta lectura amplió su mirada para responderse qué era el ghetto de Varsovia, y por qué se produjo esa insurrección y no sucedió lo mismo en otros ghettos?
-Hubo otros ghettos insurreccionales, cuyas historias están encubiertas. Pero no sabemos nada de ellos. Y sí me sirvió, sobre todo por la decisión que tomé desde el principio de que éste es un libro de fragmentación, no de análisis corrido, no argumentativo sino historia narrativa, captado con pedacería, que va construyendo un mapa emocional de la historia. Y no me importa dejar afuera esto. Y no me importa dejar afuera lo otro. Fui arbitrario hasta decir "Basta". De repente, decidí que tenía que haber veinte líneas sobre el asesinato de los gitanos. Y me preguntaría a mí mismo: ¿Qué tiene que ver? Nada, pero me sentía verdaderamente insultado que hayan asesinado a un millón de gitanos y no haya registro. Ultimamente me persigue otra obsesión y la voy a cumplir: tengo que contar la historia de los asesinatos de homosexuales en los campos de concentración alemanes.
-¿El hecho de que la organización de combate era mixta habla de una situación igualitaria de los derechos de hombres y mujeres al interior del ghetto?
-Absolutamente igualitaria. No al interior del ghetto sino al interior de las organizaciones juveniles. Tiene el origen en la estructura de los clubs scoutistas, cuando hombres y mujeres se iban, recorrían, dormían en el mismo piso, se echaban una manta encima, compartían. Eran comunitarios, socialistas y tremendamente feministas. El ghetto igualaba viejo con joven, niño con adulto, hombre con mujer. Estaban sometidos a los mismos horrores en cantidades tan grandes que la diferenciación tradicional del mundo machista externo hombre-mujer no existía. Y ellos, en los clubs la eliminaron. De hecho, la participación de las mujeres en el combate iba desde las que se colgaban con una cuerda de la torre con ametralladoras y giraban disparando. Y estaba la estructura de mensajeras, que era el trabajo más arriesgado de todos los trabajos: eran las que podían pasar de vez en cuando, hacer contrabando, disimular que eran polacas y no judías. Hasta el final, hombres y mujeres, todos combatían.
-El sobreviviente polaco de campos de concentración Jack Fuchs decía: “A pesar de todo, los nazis no nos pudieron deshumanizar”. ¿Usted cómo ve esta frase?
-Que no es verdad. Pudieron deshumanizar a la enorme mayoría de los encerrados en el ghetto. Los llevaron a tales límites que lo único que quedaba era el hilo de la supervivencia. Y a los que no pudieron quebrar fue a los jóvenes de las organizaciones de combate, que eran la minoría de la minoría. Incluso, cuando empezaron a decir dentro del ghetto "Vamos a la guerra", las comunidades religiosas les contestaron "No, nos van a matar a todos por culpa de ustedes". Les crearon un vacío. Y los muchachos dijeron "Vamos a la guerra".
-¿El hecho de que Alemania fue destruida por completo en 1945 les permitió a los alemanes mirar con sentido crítico al pasado?
-No lo sé. Mi relación con Alemania es polivalente y confusa. El primer libro que publiqué en mi vida fuera de México fue una novela policial en Alemania. El primer país del mundo donde empecé a editar regularmente fue Alemania, donde publiqué mis tres primeras novelas policiales. Siguieron Italia, Estados Unidos, Francia, pero el primer lugar fue Alemania. Y a partir de eso, creé nexos interesantes con mucha gente, como mi primer traductor, que era un personaje extrañísimo que hablaba español y náhuatl. Mantuve relaciones muy estrechas con los clubs juveniles en Berlín y en Hamburgo. Hice un montón de giras con mis libros. Cuando se publicó el libro sobre el Che, hice una gira de veinte días por comunidades alemanas, siempre con minorías: clubs kurdos, grupos de la resistencia, movimientos estudiantiles, okupas... Ahí encuentras lo mismo que traes de México: el espíritu y la rebeldía de los '60 los vuelves a encontrar. Pero de eso a entender al pueblo alemán como un todo, niego mi capacidad para entenderlo.
-¿Por qué los nazis encontraron una oposición tan débil a sus planes de transformar Alemania en un Estado totalitario? ¿Por qué tantos se dejaron seducir por Hitler?
-Ese es otro libro y no lo he escrito todavía. El atractivo del pensamiento totalitario ante la crisis de los modelos democráticos más blandos y menos sólidos. La falta de un frente popular socialista-comunista que le dio la posibilidad de entrar en mayoría al Congreso a Hitler. Pero tiene que ver con los fenómenos del siglo XX. Explícate Donald Trump. Explícate cómo los obreros de Detroit (a los que conozco muy bien porque he ido tres veces a presentar libros míos en Detroit) viven en una ciudad hecha pedazos. Al destruirse la industria automotriz progresivamente por la entrada de los automóviles japoneses, Detroit se fue volviendo un fantasma lleno de fábricas desocupadas, desempleo, migración. Y hay una clase obrera blanca, que eran mis lectores. O unos pocos de ellos, a los que vi desaparecer de Detroit. Fueron borrados del mapa. Y cuando vi la primera victoria electoral de Trump, me interesó particularmente y entré en Google a estudiar cuanta estadística encontré sobre el voto blanco obrero en Detroit. Y votaron a Trump. El atractivo de la opción ante el fracaso del modelo Obama, la destrucción del mundo que conocíamos y la atracción del mundo totalitario. ¿Cómo se puede explicar que la Argentina, que fue un país civilizado hasta que los militares lo hicieron pedazos, y que haya un candidato de ultraderecha en las elecciones que vienen? Tienes que mirarlo dos veces y decir: “¿Este moco de qué nariz salió?”
-A pesar de todo el horror pasado, en estos tiempos, como usted señala, la ultraderecha e incluso los partidos neonazis están creciendo en todo el mundo y tienen representantes en los Parlamentos de toda Europa, por ejemplo.
-Y tendrán en el Parlamento argentino. ¡Qué horror! Te levantas a la mañana y dices: "No pasarán. No pasarán". Y luego pasan, pero no importa: hiciste tu mejor esfuerzo.
-Según su opinión, ¿existe alguna garantía de que nunca habrá un Cuarto Reich?
-No, no existen garantías de nada. La mentira de que la historia es lineal y ascendente que se la vendan a otro. La historia es regresiva, con avances y retrocesos, curvas. El mundo va a ser como permitamos que sea. Y esto es lucha contínua. ¿Por qué escribir este libro? Tiene mil razones. La primera es que yo soy hijo de mis obsesiones y las cuido como si fueran hijas mías. La segunda es que quiero que adolescentes argentinos, mexicanos, cubanos lean esa historia. Adolescentes de la edad de Mordejái y de las muchachas del ghetto.
De Bayer a Walsh
Maestros argentinos
Paco Ignacio Taibo II acaba de publicar también La libertad. Trece historias para la historia (Editorial Planeta): reúne a un actor de cine, héroe de guerra destinado a substituir a Bogart; un general soviético que cambió diez veces de nombre y estuvo en todas las revoluciones del siglo XX; un espía contra la Comuna de París que tenía once casas; Josef Stalin, rey del Photoshop; un general zarista que quiso ser Gengis Khan; un cuadro maravillosamente romántico y su autor; un tuerto mexicano que dirigió la más exitosa huelga de prostitutas de la historia mundial; el joven John Reed en México; el amor del autor por los leones venecianos; las últimas 72 horas del anarquista español Francisco Ascaso; un novelista misterioso apellidado Bogomolov; el revolucionario profesional venezolano Aponte; y el maestro del nuevo periodismo latinoamericano, Rodolfo Walsh. “En Sabemos cómo vamos a morir, hay horror y dignidad, pero en La libertad hay festín en algunos textos. En otros no me pude escapar del final ineludible”, señala el autor. “La libertad es un ejercicio para demostrar que la historia puede ser muy divertida, muy amena, muy cautivadora. Y mis maestros fueron argentinos, como Osvaldo Bayer. Yo soy argentinófilo. Debo ser el último de los mexicanos argentinófilos. Pero me crié en los '60. Y en los '60 leía a Cortázar, Soriano, Bayer, Gelman. Y leía a Rodolfo Walsh”, concluye Paco Ignacio Taibo II.