Cuando estaba en tercer grado de la escuela Nº38 de Lanús me gané la beca de Independiente al mejor alumno. Una beca completa que permitía acceder a todas las actividades de los socios por el periodo de un año en el club de Avellaneda. Es un poco tarde para alardear de mis éxitos, pero no para traer este recuerdo de los años 70. Por ese entonces, Independiente otorgaba becas en escuelas de Lanús y Avellaneda. Una beca completa y dos medias becas por grado. Miles de chicos a los que se les permitía formar parte de una club que no solo contaba con éxitos futboleros sino que también tenía todo tipo de actividades deportivas y culturales en su sede de la avenida Mitre.
Ese gesto de la institución no estaba dirigido exclusivamente a los hinchas del club, sino a toda la sociedad. De hecho, yo soy de Boca y no tuve que renunciar a mi bosterismo para ser socio becado del Rojo. Independiente actuaba como un club de barrio gigante cuya zona de influencia eran los partidos de Lanús y Avellaneda. Le interesaba que chicos y chicas de esos lugares pudieran practicar deportes y otras actividades.
A mí Independiente me quedaba lejos, todavía no viajaba solo en colectivo, y no era fácil concurrir, pero el recuerdo más fuerte que tengo de ese año es la primera vez que visité la sede. El club era enorme, tenía una pileta techada increíble y espacios para practicar muchos deportes. Pero yo, que ya pintaba para ser un poco nerd, quedé fascinado con la biblioteca. Un club famoso por su fútbol, que tenía en el centro de su vida las actividades deportivas, contaba con una biblioteca enorme. Como socio del club podía sacar un libro, llevármelo a mi casa y leerlo. ¿Cómo no me habían dicho que el paraíso existía? Ahí mismo me lleve una novela de la colección Robin Hood. Mi primer Salgari. Tenía diez días para leerlo. Fue el primero de muchas novelas de Salgari y Verne.
Siempre voy a estar agradecido a Independiente por haber facilitado mi acceso a los libros. Sin vincularlo con esto, dediqué mi primera novela, Lanús, a mis amigos hinchas del Rojo. Debo ser el único hincha (termo, muy termo) de un club que le dedica un libro a los hinchas de otro club, aunque este no sea tan importante por no alcanzar las copas intercontinentales que tiene Boca. Todo hay que decirlo.
Si Independiente era un club de barrio enorme, había también clubes más pequeños en Lanús. Eran clubes que tenían cancha de papy futbol y menos actividades. A pocas cuadras de mi casa estaban Portela, El Faro, Brisas, lugares donde los pibes hacían su acercamiento al fútbol, donde también los padres podían dejar a sus hijos un poco más controlados que en el potrero de la otra cuadra. Los que no jugaban a la pelota podían estudiar guitarra, o danzas españolas, o inglés, no tanto en esos clubes como en las sociedades de fomento, que también siempre quedaban muy cerca. A cambio de un pago accesible para la clase trabajadora se podía acceder a conocimientos nuevos, a diversión y a contención. La sociedad de fomento funcionaba además como un lugar de atención para dolencias no muy graves, o cuidados primarios porque generalmente contaban con servicios médicos. Una manera de no tener que acercarse hasta el hospital o al consultorio médico privado, que era más caro.
Los clubes de barrio, grandes y chicos, las sociedades de fomento y las bibliotecas populares, a las que concurríamos para hacer tareas (como la Biblioteca Sarmiento, en Valentín Alsina) eran parte de un entramado social que facilitaba la vida. Que facilitan, porque esas instituciones siguen existiendo. No todas, pero muchas siguen activas y cumplen con su función social.
Tienen en común que son asociaciones civiles sin fines de lucro. No son del estado, sino de la comunidad. La gente se junta, decide armar un club, una biblioteca, fomentar actividades diversas y crea una institución. Los que llegamos cuando ya existían nos resulta muy natural su existencia, pero no lo es. Si no se las protege, pueden perderse. Para que existan y sobrevivan es fundamental el compromiso de los vecinos, de los hinchas, de los amantes de los libros.
Desde hace unos años se quiere instalar en los medios y en la política que los clubes de fútbol tienen que dejar de tener socios para pasar a tener un dueño. Son los mismos que desprecian las universidades gratuitas, la salud pública o el sistema previsional solidario. En el caso de los clubes, ni siquiera está el “costo del estado”, sino que se especula con los fracasos deportivos o las malas administraciones. Entienden la realidad de los clubes desde el éxito o la planilla de Excel. Y nada de eso es inocente o casual. Tomen un club y vean lo que dicen y lo que quieren hacer con él y van a descubrir que esas ideas se proyectan a su mirada sobre toda la sociedad: apuntar al negocio y no a la actividad social, priorizan la decisión de un dueño rico al voto de miles de socios en igualdad de condiciones, fomentan la caridad privatizada a la solidaridad genuina de los hinchas. Ojo: no les resulta fácil. Todavía (y ese “todavía” debería preocuparnos) tenemos instituciones fuertes que han resistido y resisten al avance neoliberal reconvertido ahora en libertario.
Durante la presidencia de Mauricio Macri, los clubes de barrio fueron acosados con costos de servicios eléctricos impagables, falta de apoyo estatal, campañas de desprestigio. Hasta ahora no pudieron destruirlos, pero eso no quiere decir que no lo puedan hacer en el futuro. No les interesa ni les agrada que haya una sociedad que se organiza de manera solidaria.
Si pueden acabar con las asociaciones civiles que rigen en los clubes, van a poder avanzar sobre otros objetivos. Si destruyen el tejido social que se construyó desde Sarmiento para acá, con idas y vueltas, avances y retrocesos, podrán imponer el modelo de país con el que siempre soñaron: un país para pocos que consumen mucho y una mayoría silenciosa resignada a trabajos precarizados. Cuidemos a Independiente, a Boca Juniors, a todos los clubes que miran con ojos de buitres los vendedores de espejitos de colores.
El año pasado me tocó participar de la Feria del Libro de Avellaneda. En algún momento de la charla conté cómo gracias a Independiente empecé a leer a Emilio Salgari. Cuando terminó la actividad, se acercó una señora mayor para saludarme. Me contó que había sido bibliotecaria del club. Como hace décadas que no voy a Independiente, le pregunté si la biblioteca seguía existiendo. Me dijo que no. Que en su lugar pusieron un gimnasio.