El acordeonista Raúl Barboza y el contrabajista Daniel Díaz se propusieron una especie de pacto, un punto de partida: no hacer un disco de chamamé. O al menos, que ése género musical tan potente, reconocible y arraigado no tuviera un protagonismo central, sino que se escuchara como un cauce más. Souvenirs Panamericanos (2023), el disco instrumental que acaban de publicar en coautoría, es justamente un tránsito musical abierto, flexible y con una intención universalista.
En términos más precisos, el abordaje rítmico, la sonoridad y el carácter general del disco están situados en América Latina, pero la búsqueda artística se extiende hacia otras partes del mundo. Barboza, de hecho, es un especialista en traducir el chamamé para el público europeo, algo que viene haciendo hace más de treinta y cinco años. En este caso, en las músicas que ambos compusieron se escuchan ritmos que van desde la milonga, el vals, la vidala, el rasguido doble, la zamba y la chamarrita hasta la cumbia.
El chamamé aparece a veces como un perfume y en otros momentos se presenta de manera más clara, como en “Toda una vida volviendo”, “El Paraná Guazú”, “La ruta 14” o “Los vecinos”, el chamamé que abre el disco y que de alguna manera retrata el vínculo o la cercanía entre los músicos. Es que el disco fue construido en París, ciudad en la que ambos están radicados. Las ideas musicales fueron naciendo de manera improvisada en los encuentros en el estudio que Daniel Díaz tiene en su casa parisina.
"No hubo límites ni preconceptos a la hora de crear. Así se fueron manifestando estilos más o menos híbridos, lo que la inspiración iba trayendo según cada composición o cada idea”, señala Díaz, quien grabó guitarra, contrabajo, piano, percusiones y hasta un sintetizador analógico. Sin embargo, no es un disco cargado en instrumentación, sino que las texturas y los colores aparecen de manera sutil. “Las músicas del bajo y de los otros instrumentos me inspiraban ideas para el acordeón. Siempre trato de buscar lo que no está previsto y así fue surgiendo todo un repertorio”, explica Barboza, un músico de 84 años amante de las melodías.
La hibridez a la que refiere Díaz tiene que ver con que algunas piezas comienzan con un ritmo pero terminan desembocando o convirtiéndose en otro, como “La luz matinal”, un vals-chamamé; o “Detrás del monte”, una ranchera-vals; o bien “La tardecita, una milonga que muta en habanera.
Editado por el sello francés Cézame Latin, el disco se pasea entre la melancolía chamamecera de “Toda una vida volviendo”, la festividad alegre de “Chamarrita de la tarde” –la única en la que grabaron voces, la de Barboza-, la zamba “La norteña” (con charango), la milonga “El entreverao”, la cumbia “El jaguar” y la experimental “El valle de la muerte”.
El encuentro entre Barboza y Díaz deja en claro una intención: el juego, la complicidad creativa y el disfrute son más importantes que el virtuosismo, el exceso de arreglos o la complejidad. En definitiva, el objetivo central es entablar un diálogo .Y de eso se trata la música popular.