Frontera entre Argentina y Bolivia. Dentro de un micro, siete jóvenes esperan que regrese una octava. Los gendarmes acaban de bajarla por algún motivo. Tres hacen turismo, ajenas al horror, pero el resto del grupo transporta en sus cuerpos sustancias ilegales y para ellas la única opción parece ser el miedo. Escrita por Laura Fernández, y dirigida por Diego Brienza, la obra teatral "Colectivo" lleva a escena las historias invisibles de las llamadas “mulas”.

Interpretada por Mercedes Ferrería, Agatha Fresco, Eugenia Ghiselli, Claudia Mac Auliffe, Majo Ñañez, Daniela Salerno, Analía Sánchez y Andrea Varchavsky, y con música en vivo de Manuel Eguía y Gabriel Gonzalo García, la puesta puede verse en el Teatro Andamio 90 (Paraná 660), los sábados a las 22. Y las entradas se obtienen en Alternativa Teatral: alternativateatral.com/obra82597-colectivo

La lectura de una nota publicada por la periodista María Ayuso en el diario La Nación fue la que llevó a Brienza a querer hablar de las vidas de quienes terminan siendo el último eslabón del narcotráfico en medio de una larga cadena de desidias. Y la iniciativa ya cuenta con el auspicio del Ministerio Público de la Defensa de la República Argentina y fue distinguida con Mención Especial en el concurso Nacional de Obras Teatrales "Potencia y Política" de la Dirección General de Cultura de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación.

No es la primera vez que el director decide hablar de temas complejos y sensibles. Ya en trabajos anteriores como El niño con los pies pintados (2012) y Mujer hermosa se ve por allá (2015), abordó el abuso infantil y la trata de personas. Y es que, según confiesa, “hacer teatro es una forma de sacarse los fantasmas personales”.

El sistema deshumaniza a estas mujeres, y la apuesta de Colectivo es buscar restaurar esa identidad negada con una mirada y perspectivas de clase y género. “Me parece muy injusto que a uno le pasen ciertas cosas, y a otros les pasen otras solamente por haber nacido donde nacimos. Es muy tremendo. Y nuestra intención fue hacerles justicia a estas chicas para que no sean más judicializadas ni lastimadas”, reflexiona el director.

-¿Qué te impactó de esta problemática para decidir llevarla a escena?

-Mis últimos trabajos de teatro fueron sobre temas que me sensibilizan profundamente. En este caso particular, me pasó de encontrarme con una realidad de la cual uno está distanciado. Y me dije: “Tengo que hacer algo”. Ahí empecé a escribir algunas ideas, pero sentí que estaba usurpando un territorio que no me correspondía, y que había algo de lo femenino que yo no iba a poder lograr en la escritura, y por eso la convoqué a Laura Fernández para hacer la dramaturgia.

-La puesta pone de manifiesto que el uso que se hace de estas mujeres para traficar drogas es también una forma de violencia de género.

-Sí. Yo no tengo dudas de eso. Acá estamos hablando del cuerpo de la mujer, y de la vulnerabilidad que atraviesan los personajes de la obra justamente por el hecho de ser mujeres. Esto no les pasa a los varones. En su mayoría, se capta a chicas analfabetas que no saben lo que llevan en sus cuerpos. Y algunas lo hacen para hacer cosas tan simples como festejarle el cumpleaños a un hijo.

-Y frente a eso, el Estado, en lugar de reparar, las revictimiza porque las mete presas.

-Sí, los jueces actúan a sabiendas de que ellas no saben lo que están haciendo. Se produce ahí un doble maltrato. El primero es el de los narcos que las utilizan, y el otro es el que hace la misma justicia. El sistema educativo no las supo contener, el judicial tampoco las respalda y el económico no se ocupa.

-La obra también explicita una pregunta acerca de la representación teatral. ¿Por qué te interesó indagar en esta cuestión?

-A mí me interesa que el material que represento no caiga en golpes bajos ni que tampoco sea un panfleto, pero también busco hacer trabajos creativos y desarrollar temáticas que para mí el teatro independiente debe abordar. Y, en este sentido, creo que este circuito también debe preguntarse por el cómo se representa lo que se lleva a escena, y pensar el lugar desde el cual hablamos. Porque la gente que va al teatro en Buenos Aires, por lo general, pertenece a una pequeña o mediana burguesía ilustrada que tiene determinados hábitos de consumo cultural, y eso también ocurre con los artistas. Yo he tenido la suerte de conocer el norte y me ha pasado de sentirme extranjero. Muchas veces los que vivimos en el centro del país creemos que tenemos respuestas para todo, y poner en cuestión esto desde el lugar actoral es importante. Nos interesaba plantear la idea de cómo actrices que son blancas y viven en Buenos Aires pueden interpretar realidades tan distintas a las suyas.

-¿Y cómo trabajaron la puesta en escena?

-El trabajo fue muy sesudo y costó bastante. Primero teníamos que asumir que íbamos a tratar este tema en el teatro. Porque nos interesaba que fuera teatralmente atractivo y no bajar línea. La autora propuso que la historia se desarrollara en un colectivo, y yo al principio pensé que eso iba a generar una sensación de ahogo, pero después, en la propia dinámica de la escritura, empezaron a aparecer respiros que eran necesarios. Por otro lado, hay momentos de humor que también le dan una textura distinta al material. Y el público, cuando sale de la función, agradece eso.