Comer un kupe sobre la calle Siria mientras suena de fondo una zamba de Eduardo Falú puede resultar una escena normalmente salteña. Sin embargo, estas conjunciones dan cuenta del extenso y profundo arraigo de la cultura sirio-libanesa en la provincia.
Eduardo Yamil Falú, salteño e ícono del folclore, era descendiente de comerciantes sirios arribados en los albores del siglo XX. En tanto el kupe, kipe o kepi, según las diferentes maneras de nombrarlo, resulta una comida en sus orígenes netamente árabe que hoy se puede saborear en cualquier barriada o carrito de comida al paso, disputando inclusive el gusto cotidiano a una típica empanada.
Estos son algunos de los ejemplos que muestran a las claras que los casi trece mil kilómetros que separan Siria de Salta se vuelven una nimiedad al comprender la fusión, que hace más de 100 años, se viene construyendo entre estos dos pueblos.
Nace la Sociedad sirio-libanesa
Hacia finales del siglo XIX arribaron a la Argentina grandes oleadas de inmigrantes. Una masa migratoria que llegaba expulsada, por diferentes motivos, de Europa y Oriente Medio en su mayoría. Aquella Argentina que castigaba internamente al originario, al mismo tiempo abría las puertas con políticas de recepción, a quienes quisieran habitar estas tierras.
Fue así que aquellos inmigrantes desarrapados que llegaron con ansias de paz y progreso económico se fueron instalando en diferentes rincones de la Argentina. Y tal es el caso de la comunidad sirio libanesa, la cual tuvo varias locaciones, pero que en gran medida se afincó en las incipientes provincias del norte del país.
El primer gran proceso de migración sirio-libanés se dio con el desmembramiento y persecución sufrido al interior del Imperio Turco-Otomano, coincidente con el contexto de la Primera Guerra Mundial. Este tiempo histórico se conjuga con la fecha de fundación de la Sociedad Sirio Libanesa de Salta, en julio de 1920.
“La sirio-libanesa en Salta nace por iniciativa de un grupo de paisanos y tiene el mismo objetivo con el que nacieron casi todas las sociedades, un espíritu de ayuda mutua, de hacer que aquellos paisanos que fueran llegando tuvieran un lugar donde recurrir para poder acomodarse, establecerse, e iniciar su vida”, comenta el actual vicepresidente y referente de la comunidad en Salta, Juan Esper.
El primer presidente de esta iniciativa comunitaria fue Félix Lavaque, de origen libanés, quien comenzó a traccionar junto a sus paisanos un largo camino que hoy ya es centenario, “todo se inició en la calle Pellegrini, en una casa de familia, y con el tiempo se tomó la decisión de levantar un local propio, donde poco a poco se fue poblando de actividades no solo comunitarias sino también deportivas”.
Este club, hoy de gran referencia para la sociedad salteña en su conjunto, está emplazado sobre la populosa calle San Martín, “La sirio hoy quedó sobre una calle altamente transitada, una zona muy comercial, y eso es muy simbólico, ya que al ver los negocios que están cerca, uno se va dando cuenta que muchos de ellos son de descendientes de sirios y de libaneses, y esto habla de la conformación de la zona, como si fuera un pequeño barrio comunitario”, comenta con orgullo Esper.
La familia Esper, pionera en el norte
“Tengo un tío bisabuelo de nombre Abraham Yazzle, que era conocido como 'Doble ancho', muy alto y de gran fortaleza física. Él llegó a la Argentina alrededor de 1876, bastante antes de la Primera Guerra Mundial. Se estableció en la ciudad de Orán donde puso su comercio, un lugar que para ese momento quizás era la última población, ya que, por ejemplo, Tartagal se funda recién en 1924”, cuenta el dirigente comunitario.
Luego de un tiempo de instalado, tal como hacían muchos inmigrantes, mandó a llamar a sus dos sobrinos, “uno de ellos era Abraham Esper, y el otro Amado Esper. En su tierra natal estaban viviendo asediados por el avance turco sobre Siria, de hecho mis abuelos contaban que salían por la chimenea de sus casas con una escopeta de un tiro y se alternaban de manera que uno subía disparaba, bajaba el otro, subía disparaba, y así se defendieron cuanto pudieron”.
El capítulo de los Esper continuó con travesías por el globo terráqueo, hasta poder reunirse con sus paisanos al otro lado del mundo. Juan lo cuenta con detalles: “Del pueblo de Mhardah llegan estos dos sobrinos que se instalan también en Orán, pero al tiempo se independizan, entre otros factores, por el movimiento que se genera por la Guerra del Chaco. Ellos fueron de alguna manera proveedores del Ejército boliviano. Comerciaban principalmente alimentos, aunque también, machetes, elementos de labranza y hasta algunas veces he visto municiones de escopetas... típicamente el rubro de los paisanos, vender lo que les pedían”.
“Increíble fue también la historia de mi abuela Nuar”, enfatiza Juan Esper. Es que aquella señora, también de origen sirio, tuvo peripecias cinematográficas hasta llegar al norte de la provincia. "Cuando llega al puerto de Buenos Aires, van a buscarla y la encuentran sola, llorando. Es que ya no quedaba nadie y ella pensó que no iba a poder encontrarse con sus familiares. Uno puede imaginarse la soledad, la tristeza y la angustia que debe haber sentido, luego de un viaje de tres meses en barco, llegar hasta Argentina y quedarse sola".
Sin embargo, Nuar, una vez instalada, se convirtió en una más del pueblo y comerciaba con los originarios de par a par, “el primer idioma que mi abuela aprendió no fue el español, fue el wichí, el idioma que hablaban los originarios, y esta relación con los indios fue tan maravillosa que la acompañaron a mi abuela hasta que se murió. Todos los sábados llegaban a la puerta de su casa a venderles de todo: pollos, animales que cazaban, frutas de todo tipo, mango, palta, papaya, y mi abuela tenía para darles mercadería o le pagaba con dinero o como fuera… ver esa situación era realmente excepcional, era una cosa maravillosa, simple como lo cuento, pero maravillosa”.
Por su parte, Juan Esper continuó las tareas de afianzamiento comunitarias pero ya sin dedicarse de lleno al comercio, “las terceras generaciones en su mayoría seguimos carreras profesionales, yo me recibí de contador y en esa profesión me desarrollé”.
Los Aquim, parientes de Jesucristo
Mientras entran y salen autos del taller de baterías que la familia Aquim tiene sobre la céntrica calle Belgrano en la capital salteña, se escucha enfáticamente: “Está escrito en la Biblia”. Quien lo dice es Gabriel Rubén Gilobert Aquim, más conocido en el barrio como Cafú, uno de los Aquim que se sienta a conversar sobre los orígenes bíblicos de sus antepasados.
El Nuevo Testamento confirma el dato arrojado por la familia, cuando el evangelista Lucas (3.23) habla expresamente de la genealogía de Jesús. Allí se lee: “1.Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham (…) 12. Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, y Salatiel a Zorobabel. 13. Zorobabel engendró a Abiud, Abiud a Eliaquim, y Eliaquim a Azor. 14. Azor engendró a Sadoc, Sadoc a Aquim, y Aquim a Eliud. 15. Eliud engendró a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; 16. y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo; 17. De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce”.
Esta sucesión, quizás poco clara o algo encriptada para quien no es avezado lector de la Biblia, se puede resumir en que Jesús es descendiente de Aquim cinco generaciones antes, o para decirlo de otra manera: el chozno de Jesús es Aquim.
Cafú, apodo que su padre le puso al trabar relación con un cacique que, según relata, se llamaba Cafucura y con el cual trabajaba en un ingenio azucarero del norte provincial, tiene costumbres bien salteñas: coquea, le encantan las empanadas y es uno de los grandes personajes barriales que guardan memoriosamente, la historia de la ciudad.
“Mi abuelo José Aquim, era nacido de Damasco, Siria. Vinieron en barco, estuvieron en Buenos Aires un tiempo y luego llegaron al norte, porque el clima es más parecido al que tenían allá. Mi abuelo llegó primero, después llegó su hermano... esto fue a mediados de la década del 30”.
Los primeros Aquim arribados a Salta se instalarán en el pueblo de La Merced, ubicada poco más de 20 kilómetros al sur de la ciudad de Salta. “(El abuelo) Tenía un negocio de ramos generales, vendía de todo, le iba muy bien y fue haciendo mucha plata, hasta que un día quedó en la calle, algo pasó que él nunca contó… lo cierto es que se perdió, se fue, y nunca más lo vimos”, relata Cafú.
En ese contexto su abuela, Mercedes Gómez, queda sola, “con mis cinco tíos varones y una mujer, y tuvo que salir a trabajar de lo que pudo. Después de un tiempo, se vinieron a Salta”. Una vez en la ciudad, “mi mamá se casó con mi padre que era hijo de franceses, una mezcla tremenda”, dice entre risas Cafú.
Por su parte, su primo Daniel Aquim es quien heredó de su padre el negocio de baterías que, tal como reza en su entrada, tiene “más de 60 años en el rubro”. “Somos comerciantes, los árabes creo que nacemos con la habilidad para ser comerciantes”, remarca Daniel y agrega: “Nunca me conecté con la comunidad sirio libanesa, con la partida de mi abuelo se perdió la conexión, no nos han enseñado lo puntual de la cultura, pero si me hubiera gustado aprender más, sobre todo por mi hija, para que ella sepa… en algún momento me gustaría que aprenda el idioma, el árabe”.
Y si bien la conexión comunitaria no se fomentó, pareciera que algo siempre sobrevuela en el inconsciente de aquel que pertenece a generaciones de migrantes, “Miro muchas veces videos de Siria. Sé que ahora están admitiendo nuevamente turistas, porque se había parado todo por la guerra. En el futuro me imagino que voy a viajar, es un sueño por cumplir, pienso algún día voy a ir a ver si me encuentro con algunos parientes”, sueña despierto Daniel, mientras su primo Cafú refrenda: “Me encantaría conocer Siria, pero plata no tengo”, dice entre carcajadas cómplices, “sería lindo ver de donde vinieron mis abuelos, y allá seguro hay parientes”.
En los últimos años, el lazo de hermandad entre los territorios de Oriente Medio y el norte argentino, se volvió a unir, de forma lamentable, por la tragedia de la guerra. Con la creación del Programa Siria, Salta acogió nuevamente a migrantes que tendieron sus lazos comunitarios hasta el otro lado del mundo, reviviendo y reafirmando lo construido hace más de 100 años.
Los Aquim, los Esper y tantos otros y otras, son parte fundamental, cada uno a su manera, de la comunidad sirio-libanesa en Salta. Aquellos que con más o menos arraigo comunitario se encuentran insertos en la sociedad y se pierden entre la salteñidad como uno más.
Cada relato es singular, es centenario y a la vez actual. Todos traen la carga sentimental del territorio abandonado, pero muestran el esfuerzo por afincarse, rehacer su vida y forjar un nuevo horizonte para su familia en una tierra tan lejana. Salta supo cobijarlos, y hoy son parte de la misma fragua.