Desde Barcelona
UNO Si de por sí ya hay algo de vitalmente resurreccionista en el volver a leer un libro que gustó tanto que en verdad nunca se dejó de leer (¿será algo así como violar amorosamente una tumba, como Heathcliff con la de Cathy, para que vuelva todo lo que en verdad jamás se fue?; no olvidar que ese acto mortífero es lo que detona la segunda parte/remake/reboot/revisita en Cumbres borrascosas); hay algo todavía más perturbador en estar releyendo ese libro de ese autor vivo para, de nuevo en sus perfectas últimas páginas, enterarse de que ese autor ya no está del mismo lado de sus lectores sino, para siempre, del de sus libros. Algo --indudable e inevitablemente-- cambia entonces: porque se relee algo que escribió alguien quien, súbitamente, ya no volverá a escribir. Y así, de algún modo, todas y cada una de esas líneas se convierten en famosas últimas palabras.
Le pasó días atrás a Rodríguez de regreso en una de las novelas que más veces releyó. Campos de Londres de Martin Amis, que para Rodríguez siempre será London Fields: barrio donde no transcurre de una ciudad donde sí pasa de todo y todo le pasa a quien la lee y la relee.
DOS Y, sí, Martin Amis es un escritor del que Rodríguez leyó --a medida que eran publicados-- todos sus libros. Es decir, Rodríguez no envejeció sino que creció leyendo a Amis.
Y, claro, ya lo pensó Rodríguez: hay pocas cosas más interesantes y reveladoras que volver sobre el primer libro de quien inevitablemente se convertirá en un gran escritor para comprender que ya lo era en una línea de largada a la vez que meta. Y si como postuló Vladimir Nabokov (junto a Saul Bellow, sus por él definidos como "mis twin peaks" encumbrados a escalar y coronar) que la única y digna de interés biografía de un escritor pasa por la historia de su estilo, entonces la de un veinteañero Amis ya fue dada a luz con encandilador debut. Ahí, ya un estilo martinamisiano.
Novela de iniciación a la vez que terminal se leía como un doméstico y masturbatorio Expediente casi X-Rated. Y ya no sólo espiaba con nervio de voyeur sin párpados todo lo que campeará en las posteriores y magistrales trillizas Dinero, Campos de Londres y La información. También se apreciaba el arte de Amis para fagocitar el genio de Bellow para el mínimo pero revelador detalle o la frase divina de Nabokov aplicada a lo más terrenal.
Y en El libro de Rachel --Amis reincidiría en el síntoma con la magnífica La viuda embarazada-- la crónica incurable de la (de)formación de un escritor. De cómo se aprende a ver (leer) primero para después a observar (escribir). Lo que, claro, tiene sus riesgos. Así, el vivaz y joven Charles Highway del primer libro ya es el terminal y maduro y bloqueado Samson Young (irónicos nombre y apellido) agonizando en 1999, en London Fields, tal vez, por una temprana exposición al plutonio con el que trabajaba su padre científico, en una infancia tan fosforescente como esos amaneceres de Londres en los que "el amor viaja a la velocidad de la luz".
TRES Y Rachel Noyes --objetable objeto de deseo a novelizar para así, claro, por fin poder olvidarla como persona habiéndola convertido en personaje inolvidable-- es la primera Hembra-Amis conectando con la ahora última y definitiva Phoebe Phelps en ese revolucionario ejercicio final de memoir-fiction que es Desde adentro. Chicas inmensas y mujeres feroces que (se supo en su momento) ya fueron determinantes para que (por protesta de dos jurados mujeres que lo consideraron una cancelable apología de todo lo misógino) no le concedieran el Booker Prize por London Fields (ni siquiera llegó a la ronda final) en 1989 ni en 1999 ni en ningún otro año, antes o después.
Y, de acuerdo, en London Fields abundan las descripciones de las seductoras y pero casi robóticas posiciones de la asesinable y fatal Nicola Six, hay detalladas descripciones de su ropa interior a interiorizar (se destaca su predilección por el sexo anal y se describe su orificio como un cósmico y devorador de toda luz agujero negro), y se cuenta el que probablemente sea el chiste verde más podrido en toda la historia de la humanidad. También, violencia de género, maltrato a niños vomitivos, racismo clasista. Y, sí, la palabra clave es sátira, pero ya se sabe que esta es una palabra que cada vez se entiende menos y se condena más y se malentiende como sátiro. Pero tampoco --hasta donde sabe Rodríguez-- nada de la abundante y profunda non-fiction de Amis fue honrada con alguno de esos premios grandes y pensadores.
Hay muchas teorías al respecto del por qué. Se lo consideró en principio "hijo de..." (del alguna vez joven airado Kingsley Amis, a quien está dedicado London Fields, quien nunca lo leyó por "ilegible", y quien en sus cartas se refería a su hijo como "el mierdita"); después se convirtió en precoz star literaria con look de mini Mick Jagger titulando opus 2 Dead Babies (y retitulado para el pocket por su editor como Dark Secrets); luego se consagró como puntal del Dream Team UK (junto a Ian McEwan, Kazuo Ishiguro, Julian Barnes y Salman Rushdie, todos bookerizados); y más tarde tanto sus divorcios como su cambio de agente literario (y su pelea con Barnes) y su cambio de dentadura así como sus contundentes pronunciamientos (siempre codo a codo y a veces a codazos con su hermano del alma Chritopher Hitchens) fueron castigador material de tabloide o de editorial. Marginal marginalia, en cualquier caso.
Lo que --mejor, inmejorable-- lleva a Rodríguez de vuelta a London Fields. A esta novela extraña que parece transcurrir en varios tiempos/lugares/mentes simultáneamente y contarse al mismo tiempo que parece reescribirse mientras se la lee. En resumen: London Fields como novela ideal a ser releída varias veces como si fuese la primera vez.
CUATRO Y no es casual que en London Fields (donde confluyen todas las preocupaciones meta-sex-atómico-lit-apocalípticas de Amis) se mencione a Heisenberg. Eso del observador modificando a quien lo observa y en este caso al lector quien lee y relee obra maestra hasta llegar a sus últimas páginas, entre las más emocionantes y mejor escritas que Rodríguez leyó nunca. Alguien reseñó en su momento que leer London Fields era como meter los dedos en un enchufe no para morir sino para ser encendido. Geoff Dyer escribió el domingo pasado que "conversar con él era como tomar cocaína". De la muy buena, de la excelente. Pura y blanca como la lingerie de Nicola Six.
CINCO "Dicen que la novela está muerta. Bueno, intenten que la gente deje de escribirlas. A ver si pueden. Supongo que tal vez nadie sabrá deletrear de aquí a cincuenta años; pero no sucederá si los libros siguen por aquí... Yo creo que los escritores te enseñan cómo pensar y actuar frente a diferentes situaciones en la realidad. Y hacen al planeta un poco mejor. Leemos para pasarla bien, no hay otro motivo para hacerlo", dijo Martin Amis. Ese escritor adictivo que en La información se refería a esa súbita consciencia de la muerte como algo que ya no le sucederá sólo a los demás y, en un ensayo en El roce del tiempo, explicaba que "este es el sucio secretito de la literatura moderna. Los escritores mueren dos veces: una vez cuando muere el cuerpo, y otra vez cuando muere el talento".
El para siempre eléctrico y electrizante Martin Amis --esto no es una necrológica-- murió y morirá nada más que una sola vez.