Son las tres de la tarde en San Miguel del Monte. Gustavo Ojeda, de 16 años, está sentado en las escalinatas de la Plaza Alsina, convertida en "la plaza de los pibes". En sus manos sostiene el redoblante que abrirá la jornada en poco más de una hora. “Venimos a hacer ruido, a decir lo que los pibes decimos hace cuatro años”, cuenta. Lo acompañan dos amigos que también llevan instrumentos de percusión y estuvieron en los tribunales de La Plata el miércoles pasado.

Es el sábado 20 de mayo. Hace cuatro años, de madrugada la policía persiguió y baleó el Fiat 147 que conducía Aníbal SuárezDanilo Sansone tenía 13 años, igual que Camila López. Gonzalo Domínguez tenía 14 y Aníbal Suárez 22. Rocío Quagliarello, de 17, fue la única que sobrevivió, aunque con gravísimas heridas. 

Gustavo era de los más chicos ese 20 de mayo de 2019. Tenía apenas 12 años. Todavía no rapeaba ni hacía música. Era más bien de los que observaba y reía. “Aprendí a tocar el redoblante en las marchas y a batallar reclamando por mis amigos”, cuenta.

A pesar de que pasa ahí casi todas sus tardes, para él Alsina nunca fue igual. El dolor por la pérdida de sus amigos marcó su adolescencia, pero reconoce que la declaración de culpabilidad de los ex policías Rubén García, Leonardo Ecilapé, Mariano Ibáñez y Manuel Monreal “es un paso muy importante para sanar”.

Cuenta Gustavo que cada vez que viene a la plaza a rapear o a compartir un rato con amigos vuelve a ver a Camila López, Gonzalo Domínguez, Aníbal Suárez y Danilo Sansone. “Los veo todo el tiempo”, dice. Y los evoca: “Batallando en los escalones, sonriendo o simplemente sentados, siempre los veo cuando estoy acá”.

El acto por el cuarto aniversario de la masacre fue organizado por el movimiento “20 de Mayo”, el colectivo feminista Vivas y “La casa de las Madres del Pueblo” y apoyado por una comunidad que nunca olvidó a sus chicos, y que —con pandemia o sin ella—, el día 20 de cada mes se reunieron para reclamar justicia. Pero esta vez es diferente.

“Lo que se logró fue muy importante. Vamos a recordar siempre a nuestros pibes, porque la memoria es nuestra manera de luchar. Pero hoy venimos a festejar”, dice la maestra Jorgelina al tiempo que aconseja cerrarse las camperas porque “el aire de la laguna es traicionero”.

En el corazón de Monte

La plaza Alsina está en el corazón de San Miguel del Monte. Frente a la municipalidad, sobre el lateral de la calle Yrigoyen está la iglesia y sobre dos de los vértices restantes, los bancos Provincia y Nación. Aunque parezca un único espacio con la diagramación de todas las plazas en todos los pueblos, la plaza Alsina se divide en dos, la parte que da a la calle Alem, donde hay hamacas, toboganes y subibajas, que es el lugar de los más chicos; y la que da a la palacio municipal donde están las escalinatas y una suerte de escenario de cemento oscuro con una estrella roja enorme casi en el centro.

Nadie lo dice pero, en Monte, terminar la infancia significa cruzar de un lado hacia el otro de la plaza. Las batallas de rap en los que los pibes hablan de las injusticias y la represión policial, los problemas sociales y la contaminación del agua con arsénico, pasan frente al palacio municipal, ahí mismo donde estaban Camila, Rocío, Gonzalo, Danilo y Aníbal la noche que salieron a dar una vuelta rumbo a la laguna.

“Acá habíamos pintado un montón de pañuelos de Madres y Abuelas para el viernes 24 de marzo y el lunes pintaron arriba con este color gris”, cuenta Pina, mientras señala al piso. Josefina Pina Procaccio es psicóloga y destacada por todos como “la eminencia en Derechos Humanos del pueblo”.

“Este espacio era el espacio de los pibes, en el que rapeaban, jugaban y compartían su juventud. Cuando pasó el 20 de mayo, todos entendimos que había que rebautizarla como “La plaza de los pibes”, dice mientras señala el escalón inferior que tiene un grafitti enorme.

Josefina cuenta que fue docente durante la dictadura y que siempre peleó "contra el silencio" y subraya que hoy está esperanzada, no sólo por la condena de las últimas horas, sino por ver “la alegría de mi nieto de 10 años cuando se enteró”. Y agrega: “el legado va a estar si marcamos la vida de los que vienen para que esto no vuelva a pasar”. Mira a su alrededor y reflexiona: “Nuestra plaza es la vida del pueblo, acá di la vuelta al perro yo cuando tenía 15 años y hoy es lo mismo. Para generaciones y generaciones de adolescentes, éste lugar fue refugio e historias y no podemos permitir que sea un lugar de miedo o de gente que corre peligro.”

Poco a poco, la plaza se empieza a llenar de amigos, vecinos y familiares. Desde los más chicos hasta los más grandes, todos hacen algo. Algunos cortan verdura sobre una tabla con caballetes para la olla popular, otros cuelgan carteles, prenden el fuego o prueban los equipos de sonido. Mientras tanto, sobran mates, abrazos y risas. Algunos, más tímidos, apenas toman un lugar en los bancos de cemento, y no para de llegar gente de todos lados. “Por suerte el sol acompañó”, dice Claudio Rivas, mientras se ceba un amargo. Él es familiar de Rocío, la única sobreviviente de la masacre, y vino con su esposa y su hijo de cuatro años, que corretea disfrazado de Capitán América. “Él nació con esta situación, le tocó un contexto bravo, con la familia muy triste, pero es necesario que esté acá, que aprenda que luchar sirve y que acá en Monte estamos para cuidarnos”, asegura. Claudio sabe que el del miércoles fue solo “el primer triunfo” y que ahora “se vienen peleas duras con los encubridores”, en referencia a casi la veintena de policías hoy acusados de encubrimiento. Y adelanta: “Tenemos que ponerle un límite a la policía. Si no hacemos algo, si no seguimos peleando, algunos de estos tipos van a volver a Monte en un par de años. Y eso no lo podemos permitir.”

Héctor Cacho Usuna es vecino de la familia de Danilo. No llega a acomodarse cuando desde la organización le piden ayuda con los equipos de sonido. Vuelve rápido y se presenta, tiene una sonrisa en la cara que según cuenta es “gracias a un sentimiento de paz que no teníamos desde 2019”. Recuerda a Danilo como un chico con “una alegría contagiosa”. Mira la plaza y no para de saludar. “Teníamos que recuperar este lugar, no podíamos permitir que se dijeran las cosas que se dijeron”, asegura. Para él, lo que pasó “no fue un error, sino parte de una forma de actuar de las fuerzas de seguridad”. Y añade: “Eran tiempos en los que una ministra de seguridad premiaba a un policía por matar por la espalda o que otro, provincial, decía que había que 'disparar primero y después preguntar"'. Aunque asegura que “el dolor es para siempre”, siente que hoy vino con su familia a “festejar la unión de un pueblo que evitó que esto cayera en el olvido”, dice mientras —una vez más— se levanta a “dar una mano”.

Los carteles ya cubren completamente el semicírculo de gente que se armó alrededor del escenario improvisado. Hay unas 200 personas que no dejan un lugar libre sobre el cemento, mientras los más chicos juegan al fútbol o andan en monopatín.

La promoción 2023

Los afiches no sólo piden Justicia por la masacre con los nombres y apellidos de los ex policías imputados, también protestan contra el gatillo fácil y reclaman por la aparición de Camila Cinalli, desaparecida el 29 de agosto de 2015.

Una de las pancartas fue realizada por los egresados de la Secundaria 1 “Crucero General Belgrano”, en ella están las manos de los pibes y pibas de sexto año y arriba dice “A la Promoción 2023 le faltan dos chicos”. Lara, de 18 años y ex compañera de banco de Gonzalo en primer grado, acomoda ese cartel que el viento revolvió y dice: “Para mi es el más emocionante, es el que resume lo que vive mi generación desde ese día." Ella estuvo el miércoles en La Plata y leyó un poema que escribió para los amigos que le faltan, algo que sigue emocionando a todos. Recuerda ese día y se emociona al describir el momento en que “todos hicieron un semi circulo y nos abrazamos, esperando la sentencia”. Y agrega: “Cada vez que escuchabas que decían 'culpable' te temblaban las piernas. Era una liberación que necesitábamos todos desde hace cuatro años. Nada nos devuelve a los pibes, pero necesitábamos esto, por eso hoy tenemos una plaza con más sonrisas que llantos.”

Trinidad Loyola tomó el micrófono tanto en La Plata como acá, en Monte, junto a Julia Risso Villani. Es amiga y vecina de las familias, estudia trabajo social, es percusionista y hace radio. “Acá somos locales”, bromea mientras recibe otro mate de alguien que pasa con un micrófono en la mano. Cuenta que la masacre la “atravesó completamente” y que para ella es “imposible ser indiferente a tanto dolor, sólo me animo un poco más por haber hecho radio pero todo lo que se logró es por la hermandad de un pueblo que nunca dejó de pelear”. Y agrega con una sonrisa: “Ahora estoy joya pero al otro día del veredicto no podía hablar, era muy fuerte para nosotros reencontrarnos con la familia." Y cierra: "Fueron 8 días que ellos estuvieron allá y nosotros queríamos estar los ocho días con las familias cuando salían del tribunal para recibirlos con un abrazo”.

Mientras Trini habla, los redoblantes de Gustavo y sus amigos empiezan la batucada que, acompañada de palmas y bailes llena el aire. Nadie deja de trabajar y cada uno en su lugar se suma, después de cuatro años, a esa alegría masiva.

Juan Carlos es el papá de Danilo; está con las manos en los bolsillos pero tímidamente ensaya unos pasos. “Eso me gusta”, asegura en voz alta mientras se acerca al fuego mientras Rocío Quagliarello, la única sobreviviente, ríe con fuerza, rodeada de amigos.

La apertura de Trinidad y Julia pide por los pibes y aseguran que estarán presentes “ahora y siempre”, con el acompañamiento de todo el pueblo que lo grita bien fuerte. Ya nada queda del aire frío de la laguna y poco importa que el sol empiece a bajar.

Llega el turno del resto de los oradores, primero las familias y después sus abogadas y las del Centro Provincial de la Memoria. Todos agradecen lo vivido y el acompañamiento pero coinciden en que “la lucha continúa”.

La noche llega para encontrarlos a todos bailando una chacarera, en ronda, alrededor del fuego. Las horas pasan sin apuro y nadie se va de esta jornada histórica. Alguien recuerda que hace menos de 72 horas estaban juntos, en semicírculo, pero esperando el veredicto frente a las escalinatas de los tribunales platenses.

“También se recuerda en la alegría”, dice Trinidad, consciente que éste es apenas un primer paso. La jornada termina, entonces, con un San Miguel del Monte que se abraza y baila, después de cuatro años de lucha, alrededor del fuego que quedó de la olla. Otro fuego que no pudieron apagar.