En los cuadros de Carlos Masoch (Buenos Aires, 1953) se rescata una mirada modernista y por lo tanto anacrónica, de narrar a través de lo pictórico. En tales narraciones pintadas flotan misterios y enigmas.
Su exposición, que lleva por título “50/70”, se compone fundamentalmente de tres series de pinturas, desplegadas en tres de las paredes de la sala Colectivo Periferia, en La Boca.
La primera serie se compone de un conjunto de pinturas apaisadas sobre la naturaleza, donde se evocan bosques y agua, en un clima inquietante, recorrido por personajes con linterna
En la segunda serie, en telas también apaisadas, el artista pinta interiores espaciosos, similares entre sí, desde cuya amplitud y luminosidad, a través de grandes ventanales, se observa el cielo y la vegetación.
La tercera serie está conformada por un amplio conjunto de pinturas sobre papel, de pequeño formato, en los que se ve una serie de personajes en medio de paisajes diurnos y crepusculares, reunidos en lo que parecen ser ensoñaciones, o tal vez rituales religiosos, donde aparecen varios libros y se repiten escenas de lectura.
“Hace unos siete u ocho años que no exponía mis trabajos -cuenta Masoch- y las que muestro acá son obras que vengo haciendo desde 2010 y que, alternativamente, fui abandonando y recuperando. No insisto siempre en un mismo cuadro. Me gusta saltar de un cuadro a otro. La idea general es la de ‘Hechos memorables’.”
-¿Cómo surgió la serie de los bosques?
- El tema de esa serie es la amenaza. Voy seguido a San Pedro, a la casa de Lalo Mir, que es mi amigo y él tiene una lanchita con la que salimos a navegar a las islas de las Lechiguanas, que tienen mucha vegetación. Ahí surgió esta serie.
-En la serie de los interiores el formato muy apaisado acentúa, como en la de los bosques, cierta idea narrativa.
-Los interiores los vengo pintando desde hace mucho. Primero fueron interiores menemistas; después fueron interiores macristas. Son las casas que nunca voy a tener. A mí me gusta trabajar la idea de la cocina del pintor. Yo, por ejemplo, pinto en a cocina de mi casa. Vivo en un departamento muy chico y entonces con esta serie pinto una casa con un taller, que es la casa que nunca tendré.
-La tercera serie parece evocar situaciones religiosas.
-A esa serie la llamo “La inmaculada concepción” y tiene que ver con el trabajo de la creación pictórica y con poder decir algo a través de eso. Para mí la creación es inmaculada. Y siempre intento pintar cierta repetición. Como si estuviera haciendo el mismo cuadro. Investigo las mismas obsesiones: el rito, la religión, el conflicto espiritual, el preguntarse “para qué”.
-¿Para qué todo lo demás, excepto pintar?
- Yo tuve mucha vida social: viví haciendo radio, televisión, trabajé en cine. Y la pandemia me cambió la vida, me permitió dedicarme plenamente a la pintura. Porque ya no quería todo esa vida social, ese estar siempre adelante, hablando mucho. Entonces desde 2020 me enfoqué en pintar, que es lo mejor que sé hacer.
-La pandemia funcionó como un repliegue.
-Me permitió “retrotraerme”. El título de la muestra “50/70” tiene que ver con el paso del tiempo. Hace cincuenta años que hice mi primera exposición y tengo setenta años. Fuera de la pintura me retiré de casi todo lo demás. No hago más que pintar. A todo lo que me proponen por fuera de esto, digo que no. Ya no me interesa. Ya no participo de esa runfla.
-Hay un clima inquietante en todas las pinturas.
-Mi vida estuvo siempre en la incertidumbre. En mi militancia cuando era adolescente. En los años de la dictadura, en toda la historia que tenemos como argentinos, que te deja un poco en la incertidumbre. Y a eso hay que sumarle la edad. Ya quedan pocos caramelos en el frasco. Además no me gustan las redes sociales, y busco trabajar matando mi ego. Por supuesto siempre está la problemática con el dinero y las cosas materiales, a las que no le doy tanto valor. Finalmente el cajón de madera no tiene bolsillos.
-En el texto presentación de la muestra Julio Sánchez asocia algunos aspectos de tu obra con la de ejemplos de la historia del arte: la soledad de Edward Hopper, las narraciones apaisadas de Cándido López y el erotismo de Balthus.
-De Hopper no solo me interesa la soledad sino también para mí es un modelo de artista. Antes de ser un artista soy un hombre y Hopper era un tipo común, sin veleidades. Yo quise ser pintor desde chico, cuando me llevaron al Museo Nacional de Bellas Artes y me impactó mucho la pintura de Cándido López sobre la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. Entonces llegaba a mi casa y jugaba con los soldaditos como si fueran los cuadros de Cándido López. Empecé a intentar pintar así y todavía lo sigo haciendo.
-En la obra de Cándido López la guerra se compone de escenas en miniatur inscripta en el paisaje natural, de la vegetación.
-Mi obra es escenográfica. Durante cuatro años de mi adolescencia fui figurante de escena del Teatro Colón y después hice diez años de teatro. Esa idea escénica se ve en mis cuadros. Lo teatral y lo fílmico tienen que ver con mi obra.
-Los cuadros apaisados tienen que ver con el desplazamiento.
-Generalmente cuando uno se acerca a un cuadro de proporciones usuales, lo ve todo de una mirada, no lo recorre. En cambio para poder ver los cuadros de Cándido López hay que recorrerlos. El era manco y a mí me falta un ojo. Y con un solo ojo, el tema de acercarme y recorrer los cuadros me permite trabajar en detalles y cosas muy pequeñas. No tengo que alejarme mucho del cuadro porque no veo.
-¿Y la relación con Balthus?
-Me gusta también, tiene un erotismo raro. Y otro pintor que siempre me gustó mucho es Roberto Aizenberg: siempre me fascinó su obra. Quise estudiar con él pero en mi adolescencia yo era muy pobre y no me podía costear el aprendizaje con él. Entonces ingresé becado al taller de Néstor Cruz.
* En Colectivo Periferia, Villafañe 101, La Boca; diariamente, de 14 a 20 hs, hasta el sábado 27 de mayo inclusive. Acordar citas en el whatsapp 1159512419.