A poco menos de tres meses para las primarias abiertas que seleccionarán a las candidatas y los candidatos presidenciales, se vuelve relevante discutir programas y propuestas para el futuro de la Argentina. Uno de esos primeros debates gira alrededor de la idea de la dolarización, con eje en la falta de reservas del Banco Central, la emisión monetaria y la inflación.
Entre todas las razones para rechazar la dolarización, la principal es la pérdida de soberanía monetaria del país. Ninguna nación industrializada a la que queremos parecernos ha hecho esto, ni aceptaría ser parte de un experimento mundial sin antecedentes. Ahora, permítame lector usar este punto para dar vuelta la cuestión, transformar la afirmación en pregunta. ¿Si dolarizar significa una pérdida absoluta de autonomía, cual sería la medida opuesta que nos posibilitaría aumentarla?
La respuesta casi natural sería contar con reservas en el Banco Central que excedan las necesidades de pagos de importaciones, deudas, turismo, ahorro, etc. Tener dólares permitiría incluso importar esos bienes que empresas monopólicas remarcan en nuestro mercado interno como consecuencia de no tener competencia. Toda nuestra realidad económica sería considerablemente mejor si estuviéramos en esa posición.
Con algo de memoria podríamos identificar tres formas de conseguir dólares para el Banco Central. La primera es tomar deuda externa o permitir el ingreso indiscriminado de capitales financieros especulativos, atajos que utilizaron gobiernos liberales, desde la última dictadura hasta Macri.
Una segunda es vender las empresas públicas, privatizar, como hizo Menem en los noventa, para sostener la convertibilidad. Tanto endeudarse como vender empresas garantizaron dólares en el corto plazo, pero finalmente se fueron más de los que llegaron por los intereses de las deudas y la remisión de utilidades de las empresas privatizadas.
La tercera opción es tener una balanza comercial favorable, es decir, más exportaciones que importaciones. Ocurrió en mayor medida entre 2003 y 2015. Se consigue ese resultado tanto aumentando las exportaciones como sustituyendo importaciones que pueden producirse localmente.
En este punto es donde me permito ofrecer una alternativa radicalmente opuesta al plan de dolarización, que consiste en aumentar las exportaciones como salida autonómica para el país. Y me permito proponerlo porque me da confianza el hecho de que ya recorrimos ese camino. En mayo de 2012, el Congreso votó el proyecto enviado por Cristina Fernández de Kirchner para expropiar el 51% de YPF. Su artículo primero decía que el fin de la Ley era recuperar el autoabastecimiento energético a fin de garantizar el desarrollo con equidad social y el incremento de la competitividad de la industria nacional. Once años después, y pese a los cuatro años de gestión de Macri, estamos a pocos días de alcanzar la meta con la finalización del gasoducto Néstor Kirchner y la licitación del tramo que permitirá conectar el gas de Vaca Muerta con los mercados de consumo de la región.
¿Qué demuestra este caso? Que después de una década de gastar dólares en importaciones de energía ahora vamos a volver a exportar. Hay quienes estiman que, en pocos años, las exportaciones de energía van a generar igual cantidad de dólares que la soja. De allí que creo que lo que sigue, lo que debería seguir, es ir por más, con la mayor escala y velocidad posible. El nuevo programa económico para la Argentina podría enfocarse en duplicar las exportaciones en pocos años, y no sólo de materias primas, energía, litio, minería, economía del conocimiento, sino de cualquier empresa o persona que tenga oportunidad de hacerlo.
Claro está que mientras tanto tenemos que hacernos cargo de gestionar de la mejor manera posible la condición de economía bimonetaria del país, la inflación y la relación con el Fondo Monetario, al que en 2005 habíamos corrido de las decisiones económicas.
Pero más allá de la coyuntura, lo que va a plantearse en las elecciones son opciones para nuestro futuro común. Están los pesimistas, los que dicen que la Argentina es inviable. Están quienes piensan que nuestros problemas se pueden resolver con un decreto en una tarde, como dolarizar o volver a endeudar al país, medidas que después terminamos pagando durante años a un costo altísimo.
¿Pero qué tal si ese futuro no implica arriesgarnos a terapias extremas o viejas y dolorosas recetas, sino volver a hacer lo que ya hicimos bien? Creo que es posible, porque ya lo hicimos y funcionó. Depende de nosotros.
* Presidente de la Comisión Nacional de Valores