En épocas de crisis se acrecientan los fantasmas. En vísperas de elecciones nos atrapan intermitentes trayéndonos recuerdos de épocas nefastas. Pero no solo hay fantasmas políticos, o de la política, o que sobrevuelan continentes. Existen escritores fantasmas, historias de fantasma y fantasma como tecnicismo psicoanalítico. Fantasmas familiares y hasta miembros corporales fantasmas (brazos, dedos, piernas) ocupando el espacio de un miembro amputado. Los fuegos fatuos que brillan en las noches campestres también son fantasmales.
En la Argentina se estima que más de la mitad de la población cree que los muertos emiten señales, o que los astros predicen el futuro, se lee el horóscopo (aunque “no se lo crea”), se espera vida después de la vida, se cree también en hechos mágicos y que quienes ya no están en este mundo vuelan. Es dilemático porque nadie puede demostrar que los fantasmas existan, pero tampoco puede nadie demostrar que no existan.
¿Qué es un fantasma? Una figura inmaterial en la que se alucina la imagen de alguien que murió o se vivencian sensaciones del más allá. Si bien a veces solo se ven, se sienten y escuchan, otras el fantasma se manifiesta actuando: libros que caen solos de los estantes, sombras amenazantes, ruidos sospechosos, gritos sofocados. La tradición le da forma de sábana sobre un cuerpo invisible que deambula. Se lo ubica en un afuera de nosotres, como en el cuadro de Magritte “El fantasma”. Una mujer junto a un típico espectro de sábana blanca nos sugiere la brevedad de la vida y la permanencia en los vivientes del rastro de quienes ya no están. No siempre son terríficos los fantasmas, pero en ese caso les decimos fantasías.
Hay otra acepción de fantasma: el que se introyecta. Imágenes interiores que suelen repiquetear en la consciencia: el fantasma de los celos, o del hambre, el desempleo, la guerra, las pérdidas. Miedos recurrentes. La pantalla en la que se proyectan ya no es trascendente -algo más allá de nosotres- sino inmanente, colonizan nuestra subjetividad aquí y ahora.
Mostrarse, aparecer, brillar son las connotaciones griegas del término fantasma. Por otra parte, en latín refiere a representación, imitación, copia. Ambas acepciones confluyen en castellano en el término fantasma, en el que se atropellan entre sí los significantes. Todos siguen vigentes en la concepción actual de esa ánfora con dos asas que llamamos fantasma. Una formada por seres imaginarios exteriores: bultos blancos, luces malas, sombras tristes; la otra por fantasías interiores: miedos, angustia, fobias.
La filosofía, la literatura, la política, la actividad artística y la vida cotidiana están atravesadas por fantasmas. Gobernantes que no gobiernan. El daimon de Sócrates poseyéndolo en los lugares menos pensados y dejándolo catatónico, se volvía más sabio cuando lo visitaba su fantasma personal. Los simulacros evocados por Lucrecio en La naturaleza de las cosas, replicando -en impecables versos latinos- la teoría materialista, atómica y mecanicista de los griegos Leucipo y Demócrito, así como la hedonista de Epicuro. Quien denuncia que el poder inventa terrores (fantasmas) para dominarnos mejor. Epicuro propone comprender la realidad por sí misma, sin inventar seres sobrenaturales.
Al respecto dice Gilles Deleuze, en La lógica del sentido, que el placer es el objetivo de la práctica (ética) epicúrea e invita a arrancar de nuestras creencias dioses y otros simulacros sobrenaturales que nos juzgan, nos persiguen, nos amargan. El hedonista recomienda acudir a todos los medios para suprimir o evitar el dolor. Pero nuestros placeres se chocan con obstáculos más fuertes que los propios dolores: las supersticiones, el futuro incierto, el miedo a morir y otras inquietudes. Como el duende que viajó en el mismo vagón que Sigmund Freud toda una noche, o el fantasma del padre de Hamlet como co-protagonista invisible que marca el derrotero y sentido de la obra.
O el fantasma que asiste a una cena sin cenar en El burlador de Sevilla y el convidado de piedra, de Tirso de Molina. Lo que está más allá de la realidad, pero la invade forma un rizoma creativo: José Zorrilla con Don Juan Tenorio, Molière con su Don Juan, y Mozart y Byron y Alejandro Dumas enredados con lo sobrenatural, así como tantas escritoras hoy reseñadas en Mujeres letales. Obras maestras de las reinas del terror, edición de Graeme Davis, o la argentina Mariana Enríquez, entre otras escritoras contemporáneas de ficción.
Abundan también fantasmas en el cine, no solo en las películas de género, sino en documentales y ficciones, desde las icónicamente explícitas como Ghost, la sombra del amor, de Jerry Zucker, o Historias de fantasmas, de David Lowery, a las sutilezas simbólicas de Gritos y susurros, de Ingmar Bergman, o Los archivos de la Media Luna, de Philip Scheffner: una historia de fantasmas que se basa en investigaciones científicas de un lingüista que registró la voz de prisioneros musulmanes indios, encerrados por los alemanes, por haber sido soldados (colonizados) por los británicos. La película intenta rescatar a esas marionetas de la guerra y la ciencia, esos extranjeros cobayos forzados a morir lejos de sus hogares. En Alemania, en lo que era ese campo del horror hoy dicen que se perciben crujidos y vibraciones. Por otra parte, en la Argentina se están desarrollando investigaciones sobre fenómenos atípicos en los ex centros clandestinos de detención y exterminio.
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Una mujer fundó el género fantasmal. Frankenstein es la primera novela de ciencia ficción y su autora -Mary Shelley- concibió su relato en un tétrico castillo en penumbras atravesado por truenos y relámpagos. Esa noche estaba embargada por lecturas de historias espectrales y por la complicidad gótica entre amigues. Su Frankenstein es un fantasma ciborg, mezcla de restos humanos y tecnología. Metáfora de las multiplicidades surgidas de la imaginación, la avidez técnica y el gigantismo tecnocientífico. Y como si dialogara con quien le teme a los aparecidos, Kavafis (hablando en segunda persona) señala que no le debes temer a los fantasmas, ya que “si limpio es tu pensamiento y alegre la emoción de tu espíritu y de tu cuerpo, no hallarás tales seres en tu camino. Nunca te chocarás con monstruos sobrenaturales si no los llevas en tu alma, si no es tu propia alma quien ante ti los pone”.