Guillermo Andrade es el director de la Licenciatura en Diseño Industrial de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa), una carrera que comenzó a dictarse en 2007 con un promedio anual de 200 inscriptos, matrícula que nunca disminuyó y actualmente anda por los 250. Andrade tiene claros los perfiles que se acercan a cursar: en las especialidades en metalmecánica y transporte hay adultos mayores de 30 años, que ya están insertos en el mercado laboral, —especialmente en la actividad industrial— en relación de dependencia y vienen en busca de herramientas formativas que les permitan potenciar su carrera profesional. En la especialidad de diseño textil y de indumentaria son más jóvenes, de ambos sexos y con proyectos o emprendimientos propios que pujan por desarrollar o mantener. En ambos casos, el rasgo común y predominante es que son primera generación de universitarios.

De ese contexto surge el sensor de dióxido de carbono, denominado "SEUCOO", conjuntamente desarrollado por docentes y estudiantes, en colaboración con el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), del que ya terminaron una primera tanda de 50 unidades que, supone, tendrán que duplicar o triplicar pronto.

—¿Qué particularidad tiene este sensor respecto de otros ya existentes en el mercado?

—Éste es el primero hecho cien por cien en una universidad nacional. Acá nada se tercerizó. Estos sensores se empezaron a incorporar durante la pandemia de Covid-19, pero son útiles para prevenir todas las enfermedades propias de la época invernal, las afecciones respiratorias en general. Nosotros sólo compramos los componentes electrónicos, después hicimos el trabajo de ensamblado, la carcasa, el display, todo en la universidad. Para testear si los valores de medición de las primeras unidades eran correctos, compramos otro y comparamos. Era muy similar, porque durante 2020 y 2021 circuló mucha información en la web sobre cómo armarlos. La rectora Ana Jaramillo siempre nos plantea que la investigación debe resolver demandas de la comunidad, con los recursos disponibles y en menos de un año. Acá se cumplen todas esas premisas. Hay casos de investigación dedicada a la innovación y otros dedicados a la producción, como en este caso. Hicimos 50, 25 de aula y 25 de escritorio. La diferencia radica en cómo te alertan. El de aula o pared, tiene un semáforo que cambia de color según la cantidad de dióxido de carbono que detecta y, cuando se pone rojo, además emite un pitido. El de oficina, en cambio, tiene una pantallita. La idea era que el aula sea mucho más grande y la pantalla iba a encarecer el producto final.

—¿Qué rol cumple el INTI en el proceso de producción?

—El INTI nos presta dos servicios muy importantes. En primer lugar, INTI Ambiente hace un chequeo o certificación de desvíos que permite saber con certeza cada cuánto debe ser reconfigurado. Cuando empieza a perder exactitud en la medición requiere de un proceso muy simple que se hace al aire libre, suele ser cada uno o dos meses. Luego, con el Centro de Diseño del INTI estamos por firmar un convenio para realizar un estudio de usabilidad. Esto es consultar a los usuarios por su experiencia para volcarla en una serie de ajustes y mejoras de diseño. El INTI tiene mucha experiencia en este tipo de trabajos. Después de esto, la idea es proveer primero a toda la licenciatura, luego al Departamento de Humanidades y a la UNLa en su conjunto. Tenemos un objetivo de sanidad universitaria.

—¿Y el costo, es competitivo?

—Esta tanda costó 12 mil pesos por unidad, la mitad de lo que sale en el mercado, pero la explicación es que no está volcada la hora hombre de los docentes y algunos otros costos. Yo destaco que participan también los estudiantes en todo el proceso: trato con proveedores, ensamblado, detección de errores, todo a la par de los docentes, porque cumplen con un objetivo académico que son las prácticas preprofesionales, bajo la figura de “auxiliar de laboratorio”. Es un antecedente curricular y una oportunidad de aprendizaje muy importante para ellos. También se involucraron estudiantes de la Licenciatura en Comunicación Visual: el diseño de marca, los manuales de usuario, todo eso lo hicieron ellos, aportando su conocimiento. Es una experiencia de cooperación entre dos carreras de diseño, en el marco del laboratorio compartido.

—La licenciatura, el laboratorio, requieren una inversión importante en equipamiento. ¿Cómo están en ese aspecto?

—Contrariamente a lo que uno desde afuera podría imaginar, en estos últimos años, la inversión se mantuvo constante y hasta creció un poco. Hemos incorporado seis impresoras 3D, una impresora de resina que tiene una tecnología distinta a la del filamento plástico, un escáner 3D que es una tecnología que convierte un objeto físico en información digital y un pantógrafo de corte que permite cortar chapas de hasta 2 centímetros de espesor. Están por llegar un equipo de corte láser y una máquina de costura por ultrasonido.

—Después de más de 15 años, ¿cómo son las trayectorias laborales y profesionales de los graduados?

—La mayoría se inserta a la actividad industrial antes de graduarse, ya como estudiantes avanzados. Lo sé porque muchas de esas búsquedas laborales pasan por nosotros. La mayoría trabaja en grandes empresas industriales. Hay un porcentaje que trabaja fuera del país. Tenemos un graduado de UNLa en BMW. Desde 2021 también tenemos un posgrado.