¿Cuántas veces Alberto Breccia dibujó a San Martín? La pregunta no se cancela con una cifra aproximada, tampoco con recordar al Libertador a caballo en aquella curiosa tapa de la revista Misterix número 75 (verano de 1950) y que hasta hoy se considera el antecedente más antiguo del encuentro entre dibujado y dibujante. No, el cruce entre ambos todavía es materia de rastreo e investigación porque el trabajo de Breccia sobre temas históricos para libros escolares, enciclopedias educativas y revistas, desde mediados de los años ’40, es abrumador.
Pero por algún lado hay que empezar. Y eso pensó Toni Torres, conocido en el mundo de la historieta no sólo por ser un gran lector y guionista de personajes (El Caballero Rojo y Juan de Noche, por ejemplo), sino por ser además quien conserva y protege publicaciones, originales y rarezas de este arte que, sino no fuera por su pasión, generosidad y conocimiento, se hubiesen perdido o, peor, hubiesen caído en manos de los mercenarios de siempre. El subsuelo de su local El Club de Comic de la calle Montevideo es un santuario de las mil y una maravillas. Casi todas las publicaciones que pretenden historiar el mundo de la ilustración, el dibujo y la historieta nacional (pese a que algunos no le quieran reconocer el mérito) tienen a Torres como fuente indispensable de consulta y documentación.
“Junté las Billiken por los dibujos de Breccia”, dice Torres en referencia a la investigación que le llevó una década de trabajo: la búsqueda y restauración de las viñetas e ilustraciones de carácter histórico que hizo el dibujante aproximadamente entre 1963 y 1974, mayormente para la revista Billiken sumadas a las de los libros Historia gráfica de Chile e Historia gráfica de Argentina y a varios repuestos escolares de la época. ¿Para qué? “Primero pensé en hacer un libro con todos los dibujos de temática histórica que hizo Alberto pero al poco tiempo me di cuenta que el material reunido era enorme y daría para varios tomos, un imposible hoy en día”, cuenta. “Después me dije vamos a hacer un libro sólo con los dibujos de historia argentina, y otra vez me di cuenta que el material era descomunal. Así que finalmente me decidí por enfocarme en San Martín, en los dibujos del Libertador que Breccia realizó en ese período tan importante de su trayectoria y que corresponde a la época de Mort Cinder, es decir al Breccia maduro, de grandísima técnica, el que luego hará El Eternauta”. Delimitado el campo de acción, la tarea de Torres fue “guionar la historia del General y reordenar los dibujos de tal manera de armar un relato ilustrado, es decir una historieta del héroe argentino y que se acopla muy bien a los otros dos libros históricos que hizo Breccia con Oesterheld: Vida del Che y Evita, vida y obra de Eva Perón”.
Reunir el material para la realización del libro no fue nada fácil para Torres. Debió recurrir a librerías antiguas, canjes, ferias y recorrer todo el barrio de San Telmo en busca de billikenes viejos para luego indagar si en sus páginas había viñetas de Breccia. Su pesquisa lo obligó también a indagar en algunos materiales casi inhallables como es la ya mencionada Historia gráfica de Chile, que Breccia dibujó a fines de los años 60 luego de permanecer un mes en la capital del país vecino. El trabajo, encargado por el gobierno del presidente Eduardo Frey Montalva fue destruido tras el golpe de Pinochet, de la misma manera que sucedió, por ejemplo, con parte de la obra de Oski en las publicaciones de la editorial chilena Quimantú.
Con solo hojear las páginas de este San Martín por Breccia (Loco Rabia) se comprende el tiempo invertido por Torres en la tarea: hay san martínes entintados en todas las posiciones imaginadas y en todos los momentos de la vida: desde que era un niño y estaba en los brazos de su madre Gregoria Mattoras hasta que murió aquella tarde del 17 de agosto de 1850. Los hay leyendo; escribiendo cartas; adoptando esa actitud contrita de ciertos próceres ante la decisión final de la lucha; montando a caballo; dialogando con su mujer Remedios y con los miembros de la logia; reflexionando sobre su obra con o sin uniforme militar, con o sin sable en alto, de frente ante la inmensidad de la cordillera, con catalejo o haciendo visera ante el vuelo de los cóndores. Primeros planos, planos americanos, hay san martínes de todo tipo que, pese a ser trabajos que Breccia resolvía en una tarde, escapan al destino de las figuritas escolares, porque esos dibujos tienen vida. ¿Y eso que demuestra?
Cuenta el escritor Mariano Buscaglia, en el impecable prólogo, que si bien su abuelo “se aburría dibujando próceres” nunca se permitía ‘bartolear un laburo’ (según sus propias palabras). “Los encargos los encaraba con el profesionalismo con que enfrentaba sus mejores trabajos”. Buscaglia señala además que los años de colaboración en Billiken (donde también trabajaron como ayudantes los hijos de Alberto: Enrique y Cristina) fueron tiempos “magros de éxitos económicos y en los que el dibujante aún arrastraba la tristeza de haber perdido a su esposa Nelly. Las clases de dibujo que dictaba en diferentes academias no daban el dinero necesario para cubrir deudas o, siquiera, para llegar a fin de mes. Las colaboraciones con Europa no habían prosperado y el trabajo como historietista no daba plata. Por lo que, resignado y lejos de la auto conmiseración artística, Alberto se hacía el sueldo realizando encargos para editoriales escolares”.
El resultado de este San Martín por Breccia cumple con el objetivo que se trazó Torres: “Crear un nuevo libro ilustrado del padre de la patria destinado a la lectura escolar”. Cabría preguntarse si el notorio exceso de texto, acaso por cumplir con una rigurosidad histórica, no atenta contra la lectura. De todas formas, y pese a ese detalle, éste es sin duda un trabajo de recuperación y reinterpretación indispensable. Entonces, ¿cuántas veces dibujó Breccia a San Martín? La respuesta está en esas páginas.