La vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, convocó a discutir y proponer un proyecto económico y social para la Argentina que resulte sostenible e inclusivo. Lo hizo en el marco de un discurso en el que hizo una referencia crítica a la experiencia de la Convertibilidad.
Esto implica reconocer que hay una vacancia. Es que el único proyecto estructurado que se conoce es el que se origina de las usinas del pensamiento conservador, y responde a la orientación que hoy día se denomina neoliberal.
Sus principales líneas son sabidas, por reiteradas: retracción del Estado a sus funciones “esenciales”, apertura en el comercio exterior, liberalización financiera y desregulación de las relaciones laborales. En definitiva, apunta a que esa entidad fantasmagórica llamada “mercado” decida hacia dónde ir, sin apostar hacia algún perfil productivo y social específico, aunque las esperanzas estén puestas sistemáticamente en las ventajas comparativas naturales, es decir, agricultura y minería.
Por otro andarivel, el candidato presidencial libertario Javier Milei ha traído al ruedo en recientes intervenciones públicas la experiencia del período 1990-2001, con fines laudatorios. Milei se refiere al programa de reformas más profundas y ambiciosas, de orientación precisamente neoliberal, que experimentó la Argentina.
Como recordó Cristina Kirchner, aquel programa desembocó en un homérico derrumbe, iniciado en 1998 y que culminó a fines de 2001 con una crisis bancaria. Un indicador contundente es la caída totalmente fuera de escala del PIB, de casi el 19 por ciento, inédita en la Argentina, con enormes consecuencias en el plano del empleo. No sorprende entonces que esto haya generado un contexto de creciente anomia y repudio a la política.
Convertibilidad
Hay dos elementos que deben destacarse de ese período, signado ante todo por el régimen de la convertibilidad de la moneda. En primer lugar, no solo cabe contabilizar los disruptivos efectos del derrumbe. Tanto o más importante fue lo que ocurrió durante su vigencia, que le dio a la sociedad argentina esa fisonomía decididamente dual en lo social y cultural que hoy la caracteriza.
Esto fue principalmente gracias al desempleo, que persistió con tasas de dos dígitos a lo largo de 10 años, al igual que el subempleo y a la consecuente caída de ingresos de los estratos más rezagados. Pero además, un clima de época produjo la percepción, que subsiste hoy, de que había población sobrante o no empleable.
Asimismo, la Argentina abandonó cualquier pretensión de organizarse en torno a algún proyecto de desarrollo. La frase a la orden del día fue que “la mejor política industrial es no tener política industrial”.
El fracaso fue rotundo, aun antes del derrumbe. Pese a la amigabilidad con los “mercados”, la inversión fue baja. En el ciclo expansivo 1992-98, la inversión no alcanzó el 20 por ciento del PIB; ello, a pesar de que en la década anterior había sido más reducida aún, por lo que los requerimientos de reposición de equipo productivo eran elevados.
Se trató de una época no solo de gran desempleo, sino también magra en realizaciones productivas. Pero además, quedó obturado cualquier debate intelectual en torno a la cuestión del desarrollo. El eje fue la adoración de la Convertibilidad, esa suerte de animal sagrado.
El debate
Tras el derrumbe de la Convertibilidad, este ciclo no fue objeto de debate en el ámbito público. Insólitamente, la campaña electoral de 2003, pese a que tuvo lugar cuando el país estaba emergiendo de una crisis económica extraordinaria, dejó de lado los temas económicos.
Y posteriormente, el bloque político más afín a este programa, que se puede identificar como el de Juntos por el Cambio, guardó al respecto un pudoroso y sugestivo silencio. En 2015, nadie le preguntó, por ejemplo, al candidato presidencial de Cambiemos qué opinión tenía acerca de la experiencia de la Convertibilidad.
Es recién de la mano de Javier Milei, desde la periferia de la política, que se comienza a discutir lo ocurrido en los años '90. Y la extensa mención que hizo Cristina Kirchner acerca del período de la Convertibilidad en La Plata es una de las primeras que se hicieron en el ámbito público, de la mano de un actor político (actora, en este caso) de ese nivel.
Nuestra opinión es claramente negativa respecto de las reformas que tuvieron a la Convertibilidad como eje; pero es necesario reconocer que fue el programa económico de mayor coherencia y solidez en lo técnico que se implementó en la Argentina, desde el retorno de la democracia.
Fue además uno de los ensayos de reformas neoliberales de mayor alcance en América Latina, junto con los casos de Bolivia y Perú, y por delante del de Chile. Tuvo además efectos muy profundos, solo parcialmente revertidos a partir de la década siguiente. Todos estos elementos llaman al debate, para comprender las razones de sus efectos y su fracaso. Pero solo hoy parece iniciarse tal debate.
Razones
Con muy contadas excepciones, el consenso en torno al mantenimiento de la Convertibilidad fue la norma. El cambio de gobierno de 1999 implicó una alternancia política que no tuvo reflejo alguno en la política económica, porque ésta era una auténtica política de Estado. De modo que cuestionar luego la Convertibilidad y plantear un programa alternativo habría sido algo así como traicionar el pasado por parte de los actores de la política.
Esta argumentación tiene relativa validez. Los cambios de postura no son una ocurrencia especialmente rara en estos ámbitos. Muchos actores sociales y políticos suelen mostrar relativo apego a perspectivas ideológicas o doctrinarias determinadas. se han visto una y otra vez reposicionamientos significativos. De última, existe siempre el argumento del aprendizaje de la experiencia.
En realidad, la hipótesis aquí es que la generalidad de los liderazgos descree de la viabilidad de un programa alternativo al basado en el ideario neoliberal. Para que quede claro, por “liderazgos” no se entiende solamente a los integrantes de la dirigencia política, sino también a los de ámbitos empresarios y sindicales.
Cualquier alternativa a la pleitesía incondicional a los ”mercados” es percibida como sospechosa; se la acusa de defender intereses sectoriales o corporativos, frente a la “neutralidad” de los mercados. Y esta suerte de mala conciencia permea a la generalidad de la dirigencia, más allá de su pertenencia partidaria.
Cavallo
Esto viene de lejos. Un ejemplo es la facilidad con que el peronismo incorpora a la figura de Domingo Cavallo como diputado de la Nación, en 1987. Mientras se desarrollaba la revisión de los crímenes ocurridos en la dictadura, un expresidente del Banco Central de aquel período ingresaba, sin renunciar a sus propuestas, al Congreso de la Nación.
Domingo Cavallo había sido el autor de un paso fundamental para que la década de 1980 fuera perdida: mediante los seguros de cambio transfirió al Estado deuda privada con acreedores del exterior (en no pocos casos, según parece, se trataba de auto-préstamos, una maniobra fraudulenta).
Pero fue entronizado como una figura portadora de “verdad”, ante la inconsistencia de visiones que se le oponían, visiones normalmente atribuidas al peronismo. Este ingreso, téngase presente, se produjo en 1987, antes de la hiperinflación de 1989-90, y la vía de entrada fue el peronismo de la Provincia de Córdoba.
Pero ahora se prefigura una oportunidad. Javier Milei y Cristina Fernández de Kirchner, en una coincidencia paradojal, abren el escenario para pensar y discutir un patrón económico y social deseable, alternativo a la propuesta conservadora. Es un hecho que ésta se ha mostrado excluyente e insolvente, como se pudo constatar no solo en el período entre 1989 y 2001, sino también en 1976-83 y 2015-19.
Revisar y entender
Para este propósito, revisar y comprender lo ocurrido con la Convertibilidad es un paso indispensable. Si alguna ventaja tiene (dicho con ironía) haber atravesado ese ciclo es que se puede comprender adónde lleva este tipo de programas. Por lo pronto, permite rechazar la dolarización, una propuesta con evidentes similitudes con la Convertibilidad, como correctamente señaló Cristina Kirchner.
Debe encararse esta discusión con firmeza, honestidad intelectual y convicción. Una referencia esencial aquí es que las experiencias de crecimiento que se consideran exitosas no emergieron de la entrega incondicional al “mercado”, ni del abandono de la moneda o la supresión de la banca central. Por el contrario, respondieron a proyectos explicitados y conducidos desde los Estados; así fue el caso de Japón, Corea y China; pero también, en una escala menor, fue el caso de la Argentina, en el ya lejano ciclo desarrollista de los años 1960-70.
Ahora, si una parte mínimamente relevante de la dirigencia política y social no se involucra y se nutre de este debate, éste será un ejercicio inconducente. La experiencia, en este punto, brinda un pronóstico reservado, porque son pocos los dirigentes que creen que un programa alternativo explícitamente opuesto al dogma neoliberal tiene capacidad de traccionar voluntades; especialmente, en el ámbito de esa oscilante clase media, que fue la que supo darle los mayores triunfos y las mayores derrotas al peronismo. El discurso que por lo general se ensaya es poco consistente y movilizador. Un ejemplo lacerante fue la campaña electoral oficialista para las pasadas elecciones de 2021.
Solo si se forma un núcleo dirigencial en torno de un ideario de desarrollo inclusivo y sostenible, con eje en una articulación virtuosa entre lo colectivo y lo privado, la Argentina ofrecerá un futuro a las mayorías. Es hora entonces de una convocatoria amplia con ese propósito.
* UBA-FCE-Plan Fénix