Se cumplen setenta años de la publicación de El derrumbamiento, el primer cuento de la escritora uruguaya Armonía Somers (1914-1994) y la ocasión invita a rescatar la obra y la figura de la autora de las novelas La mujer desnuda (1950, sobre la libertad de las mujeres y el placer) y Sólo los elefantes encuentran mandrágora (1986, acerca del padecimiento de una enfermedad) y de una antología de cuentos titulada La rebelión de la flor (1988), entre otros textos singulares.
Escritora “rara”, la destacó el crítico Angel Rama, de difícil filiación, que muchos asumieron como uno o varios hombres escondidos tras su seudónimo. ¿Cómo podía una mujer crear a otra que afirmaba que “el semen altamente viscoso del único hombre de la aldea” le resbalaba por los muslos o cuyo dilema existencial era “poner o no poner toda la sangre en el desear, eso era todo”? Somers tuvo que remar a contracorriente y sola en un período en el que, como ella misma contó “la literatura uruguaya era esa cosa sórdida de pensiones y hombres en alpargatas como hacía Onetti”.
Nacida en Pando como Armonía Liropeya Etchepare Locino, hija de un padre anarquista y de una madre católica, tuvo una actividad destacada como docente e investigadora pedagógica. Su obra de ficción se caracteriza por un uso atrevido y original del lenguaje, con el que explora la sexualidad, la violencia de género, la marginación social y la alienación, temas tabúes para su época, en la línea que inaugura en la poesía oriental Delmira Agustini en el cruce de siglo anterior. Con un estilo único y arriesgado, Armonía nos sumerge en un tono surreal donde el deseo, el erotismo y la muerte se entrelazan.
Contemporánea suya, aunque algo más joven, la exquisita Marosa Di Giorgio sintetiza su cuento inaugural como el encuentro entre “un negro mísero, asesino por casualidad, y la Virgen, la Inmaculada… una especie de diálogo y sinfonía, un entresueño erótico y doloroso”. Es la lucha de la pulsión carnal contra lo sagrado. Los personajes se besan, desde los pies a los muslos, y de ahí hasta el “huerto cerrado”, mientras la virgen incita al hombre con frases como: “Tócalo, Tristán, toca también eso, principalmente eso”.
Con una forma cruda, extravagante, inusual y sin concesiones, Armonía rompe con la narrativa realista tradicional y es acusada de blasfema, aunque en los años noventa su obra fascinante y heterodoxa comienza a ser revalorizada.
“Vale la pena leerla por la radicalidad de su escritura, porque aún hoy sus textos conmocionan a lxs lectorxs por sus desbordes genéricos, por la dificultad en encajarla en alguna clasificación, porque se trata de una escritura que tensiona y desarticula los límites de la palabra en su mismo decir”, sostiene Vanesa Pafundo, docente e investigadora en las universidades de Buenos Aires y Nacional de las Artes.
“Un texto como La mujer desnuda, publicado en la década del 50, se adelanta a su tiempo y, desde un lugar muy singular, desafía la racionalidad hegemónica que marca los parámetros del ‘buen contar’ (y del ‘buen pensar’) a la vez que pone en jaque las categorías habituales de conocimiento y organización del mundo “narrable”. Actualmente Somers sigue siendo una escritora que provoca: la intensidad narrativa de sus relatos y novelas, los ambientes perturbadores que crea en su obra, la desolación como efecto de lectura son en verdad fascinantes”, asegura Pafundo.
Armonía siempre prefirió preservar su intimidad, guardar su enigma, dio pocas entrevistas e intentó evitar que la retrataran, pero fue amable y generosa con sus lectores, una comunidad reducida que disfrutó de su imaginario.
En Réquiem por Goyo Ribera narra una amistad entre dos varones que fueron pareja o subliman su homosexualidad. En El despojo, un granjero viola a su esposa, quien se acuesta con un empleado, que parece violar a una adolescente y, a la vez, es violentado por una panadera que lo amamanta. Para Somers el relato representa “al amor en su constante trashumancia”. Por su parte, Saliva del paraíso está alineado con los anteriores y se lee como una “ácida parodia del Edén”. En La puerta violentada deja aflorar el melodrama familiar, la locura y la muerte.
Por sus primeros cuentos conoció a su marido, Ricardo Henestrosa, dueño del taller gráfico al que llevó a imprimir sus manuscritos. Cuando Henestrosa vio que los linotipistas se quitaban las páginas de las manos, sintió curiosidad y lo leyó. El resto de la historia es que se casaron en 1955 y vivieron 27 años juntos.
“Creo que la ‘innovación’ de la obra de Armonía tiene que ver con el uso ‘desviado’ de los géneros (el fantástico en LMD, el policial en un texto como Un retrato para Dickens de 1969, el folletín en Sólo los elefantes encuentran mandrágora, de 1986), géneros que a su vez se construyen como dispositivos políticos. Eso es lo que de alguna manera la vuelve una autora ilegible dentro del sistema literario rioplatense de su época; quiero decir: lo subversivo y transgresor de su escritura está no solo en sus temas (el deseo femenino, el erotismo, el horror de la existencia, la explotación de clase, la pregnancia del discurso religioso, etc.) sino sobre todo en la forma en la que Somers construye sus textos. En su obra se puede rastrear el minucioso trabajo de despojamiento de los referentes mediante la urdimbre de una escritura que es desbordante a la vez que descarnada. Como sostiene la ensayista Susana Zanetti, a partir de esta escritura que se cuestiona los límites de la representación emerge la figuración de unx nuevx lectorx, al que se le ofrece un cuerpo textual en el que se conjugan diversos niveles de lengua y, en consecuencia, de mundos.
“A quien lee La mujer desnuda le dan ganas de citar sin parar: todo parece nuevo, cortante, misterioso, equilibrado en el borde mismo entre la luz y la sombra, muy dispuesto a caer a uno u otro lado”, afirma Elvio Gandolfo en el prólogo a la edición de Cuenco de Plata. "Ahí está el aporte novedoso de Armonía: como le sucede al personaje de Rebeca Linke, su escritura se construye a partir de la amputación y re-colocación de la palabra en un territorio donde se convierte en verbo original".
Desde hace tiempo, su obra es objeto de estudios críticos y continúa siendo trabajada y discutida en diversas partes del mundo. “Sí creo, sin embargo, que la posición excéntrica que ocupa con relación a otrxs escritorxs de su generación hace que su prosa se vuelva desafiante para la lectura, tal vez oscura en su significación inmediata y compleja en su construcción. Por ejemplo, algunos de los relatos que forman parte de El derrumbamiento (1953) tienen un comienzo abrupto, no brindan muchos indicios respecto del tiempo o lugar donde se va a desarrollar la acción, hay escasez de informantes para orientar la lectura. En su obra, marcada por la brevedad y la estructura quebrada, por el erotismo, la alegoría y lo onírico, se da a leer esa incomodidad. A partir de la apropiación de cierta estética ligada a lo fantástico, a lo extraño, Somers habla de lo femenino en la cultura desde una posición enunciativa muy singular, con voz y rasgos propios”.
Las escrituras de las argentinas Ariana Harwicz o Gabriela Cabezón Cámara, de la chilena Lina Meruane, de Mónica Ojeda en Ecuador o de Fernanda Trías en Uruguay podrían ser herederas o estar “atravesadas” por la escritura de Somers si consideramos que problematizan el cuerpo y el deseo femeninos, reflexionan en torno a la lengua y a los géneros como medio para discutir la hegemonía de los discursos centrales. “Pero no creo que haya una línea directa -advierte Pafundo-, sino más bien ciertos temas que persisten en la narrativa contemporánea y que, sin dudas, se remontan a la poética de Somers y de otras narradoras y poetas que hoy podemos reconocer como precursoras”.