Edipo ha muerto, Ensayos de filiación, (Qeja Ediciones, 2023), explora las coordenadas actuales del Complejo de Edipo, sus restos fósiles en la constitución humana. ¿Con qué otras coordenadas nos encontramos hoy en día para pensar la estructuración psíquica de un niño? Bajo la sentencia “Edipo ha muerto”, Luciano Lutereau pone en cuestión las condiciones que releva la clínica actual, donde no es tan claro que un niño transite por el complejo de Edipo o no va de suyo suponerlo. Diferencia al niño per sé de un “hijo”, como efecto de la operación fundante de la filiación.

Su desarrollo -que tiene el ritmo de una conversación, de un diálogo que recuerda el intercambio epistolar de Freud con Fliess– va circunscribiendo una pregunta que hilvana los tres apartados del libro. Cito; “¿Qué vigencia tiene el complejo de Edipo hoy, como matriz simbólica que asegura la filiación de un niño?”

En la primera parte de su libro dedica un despliegue minucioso a los modos de crianza actuales. La lectura va decantando en un punto en que, lejos de reducirlo a la ficción imaginaria de amor a la madre y la rivalidad con el padre, lo remite a una experiencia de “terceridad”, de constatación de una imposibilidad inherente al deseo, un deseo impedido. La prohibición o la imposibilidad de acceso a él luego será referido a alguna instancia tercera, en sus diferentes versiones fantasmáticas.

El autor retoma los tres grandes complejos de la infancia que desarrolla en Más crianza, menos terapia, el complejo del destete, el control de esfínteres y el complejo de Edipo como instancias de separación necesarias de las modalidades de la pulsión.

Es un libro que de entrada nos sumerge en la particularidad de la clínica con niños, con detalles que permiten al lector encontrarse con enunciados ciertamente típicos de esta época que circunscriben otras formas de crianza, como la lactancia prolongada, el colecho y otras formas del parasitismo infantil o indiferenciación entre el niño y el otro. Las diversas formas que adquiere la falta de simbolización de la ausencia del otro aseguran una continuidad entre ese niño y el otro que tendrá incidencias en la integración narcisista del Yo así como en la posterior constitución del sujeto.

Uno de los signos de la incipiente separación de la devoración que implica la pulsión oral suele presentarse bajo la forma de intolerancia a la leche materna, dificultad en el pasaje entre la leche y los alimentos sólidos, niños que durante mucho tiempo son muy selectivos con las comidas, o que a la hora de comer hacen grandes berrinches.

Estas y otras consultas llegan al consultorio de los analistas, donde no hay síntomas constituidos del orden de la instalación de una neurosis infantil, sino antes bien, coyunturas clínicas que atañen al desarrollo de las funciones básicas del Yo.

Podría decirse que es una clínica de lo preliminar. A veces es el dispositivo del análisis lo que oficia como instancia de subjetivación, apuntalando a padres destituidos o no instituidos en sus funciones parentales, padres más bien “hijos”, que siguen en continuidad con el discurso de sus propios padres, padres que quieren ser “amados” por sus hijos, en una suerte de locura por ser buenos padres, lo que parece ser proporcional a la culpa por reprenderlos de más o convertirse en autoritarios.

Lutereau ubica muy bien esas señales de angustia en los padres frente a los esfuerzos de subjetivación que hace el niño. “Donde hay un niño que se está subjetivando, hay un conflicto, hay un adulto angustiado”, dice.

“Un niño es un hijo si está en relación con un deseo que lo precede y lo excede”, deseo que el niño va a investigar y sobre el que -mediante teorías- hará una elaboración de saber.

El autor diferencia entre el destete como interrupción de la lactancia a la instancia simbólica que éste representa para adentrar al bebé en el acto de jugar. Es cierto que el primer juguete de un niño suele ser la teta, a la que agarra, deja, aprieta, busca entre las ropas de la madre, que puede desplazarse a la oreja, el cabello, o una parte de su propio cuerpo. La pulsión que se desprende, se separa del cuerpo del otro como objeto y va y viene, vuelve sobre sí, erotizando el propio cuerpo.

Somos hijos del deseo, nos dice Lutereau, mientras que las funciones parentales vienen a recubrir el modo singular en que “el deseo se engarzó en nosotros”.

En el segundo gran apartado del libro, dedicado a la adolescencia, nos encontramos con viñetas clínicas y el análisis de casos de “niños grandes, niños erotizados o niños con un desarrollo puberal” pero que no han atravesado el complejo de Edipo. Es la castración lo que introduce al niño en el período de latencia, pero si no hay experiencia de pérdida, ni imposibilidad, ni vacío, hay tropiezos a la hora de acceder a otros objetos, por ejemplo investir el saber en la escuela, ir a buscar en algún otro lugar, un lugar tercero, novedoso, aquello que ya no se encuentra en los otros parentales.

A medida que avanzamos en la lectura nos encontramos con notas clínicas precisas acerca de las diversas identificaciones actuales en los adolescentes, que ya no están comandadas por el complejo de Edipo como brújula más o menos ordenadora de las ficciones humanas, como tales erráticas y, por momentos, inconsistentes.

Más bien nos encontramos con el Ser idéntico a sí mismo. El Ser y el saber quién Soy lideran la escena adolescente imponiéndose sobre el Hacer. La pregunta por el Ser sustituye el clásico “qué voy a hacer de mi vida”, pregunta que se constituía en legado de la huella paterna, como la prospección de algo que no estaba del todo asegurado a partir del Yo.

Entonces el narcisismo viene a obstaculizar el síntoma, como conflicto frente al deseo.

La adolescencia ya no es la orilla segura donde el síntoma puede venir a encallar. El autor nos propone pensar en esta búsqueda más de reconocimiento del Ser que de autorización del acto a través del deseo. Deseo que, en última instancia, nos divide.

Concluyendo, Edipo ha muerto es un libro precioso y necesario para quienes nos concierne la pregunta por la clínica con niños y adolescentes, así como para aquellos que -compelidos por las tareas de crianza-, se encuentran convocados a reflexionar sobre ella.

Este es uno de esos libros en que el autor nos hace parte de una conversación en las que nos habla un poco a todos.

 

*Psicoanalista.