Uno se cuenta entre aquellos que no tenían mayores datos, ni grandes esperanzas, acerca del pingüino.

Santa Cruz, desde la clásica mirada porteña, era asimilable a la opinión mayoritaria sobre los “feudos” peronistas.

Como mucho, en el micro mundo politizado de los detalles, Kirchner no encajaba del todo en la semblanza del caudillo tradicional. Quizás porque habían circulado videos que lo mostraban como un peruca de gestualidad progre, en contraste con el fílmico y las declaraciones más antiguas que lo exhibieron simpatizando con Menem. Quizás porque, siempre hablando de los comentarios en espacios cerrados, había ya el peso de Cristina a su lado, como figura que por alguna razón asomaba algo así como disruptiva. O quizás y sencillamente porque “lo patagónico” es pertinaz en eso de ofrecer una imagen llena de incógnitas y certidumbres capaces de dar sorpresas. U otros quizás por el estilo.

Como impacto personal, la primera imagen, la más vívida, fue su asunción descontracturada y aquella necesidad de bañase en multitudes, que le costó el corte en la frente. Podrá parecer un señalamiento algo frívolo, pero, viniéndose como se venía de la exigencia de que se fueran “todos”, hubo algo en esa toma de mando que implicaba volver a contemplar “la política” de manera siquiera expectante.

Después siguieron días de hiperactividad constante que dejaban asombrado al mundillo de Casa Rosada y al de los analistas, incluso del palo propio. Todos los gestos de Kirchner, empezando por su acercamiento inmediato a Madres y Abuelas, conducían a inferir que había llegado otra cosa.

El 4 de junio se produjo el sacudón que lo confirmaría, cuando decidió avanzar sobre la Corte Suprema de “mayoría automática” que había armado Carlos Menem.

El párrafo más destacado de aquella cadena nacional que conmovió al país fue, probablemente, el usado para pedirle a los legisladores que tuvieran “el coraje y la firmeza” para marcar “un hito hacia la nueva Argentina”. Siguió con eso de que no quería “nada fuera de la ley”. Y que por tanto utilizaría “los remedios de la Constitución” para cuidar una Corte que sumara calidad institucional, siendo que “la actual dista demasiado de hacerlo”.

Pero no fue todo porque, logrado que el Congreso sustanciara el juicio político, aceleró también con el sistema para la selección de nuevos jueces. Publicidad de sus antecedentes, posibilidad de que los ciudadanos pudieran presentar opciones a sus candidaturas y hasta la realización de audiencias públicas, para que los propuestos debieran responder preguntas.

La historia posterior es conocida en cuanto al rumbo definitivamente progresista que tomó su Gobierno, pero a no dudar de que esa ofensiva sobre una Corte abyecta fue un símbolo supremo, justamente, del cambio que no tendría retrocesos.

“Lo que no hacés en los primeros cien días…”. ¿Quién no tuvo presente esa sentencia política cuando el Presidente sí los empleó para hacer de todo?

El 27 de octubre de 2011, a un año de la muerte de Kirchner, Carlos Tomada publicó en el sitio oficial del Ministerio de Trabajo su artículo “Aquellas pequeñas cosas”.

Reflexiona allí que el Kirchner militante y el Kirchner Presidente eran lo mismo.

Cuenta que esos dos Kirchner a la vez no dudaban en llamarlo diez veces en un día, a él, al ministro, para interiorizarse sobre algún problema. O para señalar un camino. O, simplemente, para apurar una solución.

Aquí cabría agregar la obviedad, o no tanto, de que con todos los ministros hacía lo mismo. Y más hacia abajo también. De hecho, el escenario político de entonces está plagado de anécdotas acerca de la obsesión diaria de Kirchner con el seguimiento de cada área del Gobierno.

En el párrafo final de la nota, Tomada refiere “desde la emoción” a un episodio que, dice, no se cansa de recordar.

Fue cuando, a pocos días de asumir como Presidente, en un tono casi confesional, Néstor le sugirió que todos los días hiciera algo, grande o chico, para que el pueblo viviese mejor. Y que de esa forma, Argentina se parecería en unos años a la que “siempre soñamos”.

Añade que Kirchner tuvo razón también en eso.

El artículo del exministro, subrayemos, es de 2011. Podía adjudicársele a Kirchner haber tenido razón. O bien, transcurrir y marchar hacia ella con datos incontrastables.

Tomada memora las palabras del discurso fundacional de Néstor.

“Sabemos que el mercado organiza económicamente, pero no articula socialmente. Debemos hacer que el Estado ponga igualdad, allí donde el mercado excluye y abandona”.

Y en efecto, durante su presidencia comenzó el período más prolongado de generación de empleo. Se potenciaron las negociaciones colectivas. Se sacó del cajón al Consejo del Salario Mínimo, Vital y Móvil. Se aumentaron 9 veces los montos jubilatorios y, con una moratoria, se recuperó de la exclusión a más de 2 millones de trabajadores que, por las políticas de los ’90, no tenían aportes. Se intensificó la lucha contra la informalidad. Se instaló la Asignación Universal por Hijo. Y sigue la lista.

No está nada mal el recordatorio de lo que había pasado con los jubilados, sobre todo o en lugar preferencial, porque se procedía de que quisieran quitarles el 13 por ciento de sus haberes, en cabeza ejecutoria de la misma Patricia Bullrich de hoy (una manera de decir, porque Patricia tiene la historia de no haber sido nunca la misma. O sí. O todo lo contrario).

La cuestión es que ese proceso recuperador de derechos populares nació con lo estipulado y dirigido por Kirchner en los primeros días, semanas, meses, de la gestión que cambió a un país en el que ya no confiaba prácticamente nadie.

Más todavía: repasen los editoriales y columnas de la prensa del momento.

Todos estaban sorprendidos por la positiva, incluyendo a la derecha a pesar de sus prevenciones.

Joaquín Morales Solá, desde La Nación, apuntaba que una de las cosas más valiosas que ha hecho Kirchner ha sido, sin duda, la reinserción de la Argentina en el mundo, de donde había sido virtualmente expulsada en los meses finales del gobierno de De la Rúa”. 2 de septiembre de 2003.

El País, de España, misma fecha, editorializó que Kirchner cumple cien días de éxito, logrando un apoyo masivo por su forma de gobernar en sus primeros meses en el poder”.

Y Clarín, dos días antes, copeteó que “a puro vértigo, el Presidente ya produjo un aluvión de hechos políticos”.

Vaya.

¿Cómo hizo ese tipo para generar semejante consenso?

Podrán argüirse variadas razones de raíz intelectual, sociológica, coyuntural. Etcétera. La más difundida, o aceptada, es que Kirchner supo “leer” lo dramático de la instancia que se vivía. Otra, que goza de consenso entre los sectores reaccionarios y conservadores, es que apenas aprovechó el campo orégano de condiciones internacionales muy favorables (el precio de las materias primas que Argentina exporta, en primer término, como si circunstancias propicias de esa naturaleza no hubieran sido, y fueran, usufructuadas para joder al pueblo).

Lo que se quiera.

Pero una clave, como condición no suficiente pero necesarísima, es eso de que hubo dos Kirchner a la vez, direccionados al mismo objetivo reparador de las grandes mayorías.

El militante y el Presidente.