"El 26 de mayo a la noche lo fui a ver a Néstor. Lo había conocido el viernes anterior, el domingo asumí y el lunes a la noche estaba sentado con él hablándole de la grave situación de Entre Ríos. Le dije que hacía falta muchísima plata para resolver el problema de los sueldos docentes y me dijo que contara con los fondos. Le planteé lo de Entre Ríos y me dijo que íbamos a ir juntos. Le aclaré que eran siete las provincias que no pagaban y que si íbamos a una, iban a pedir las otras. Me dijo: 'Bueno, está todo'", recordó hace un tiempo Daniel Filmus y completó la escena cuando al salir del despacho vio que esperaba el ministro de Economía.
--Néstor, afuera está Lavagna, ¿le digo?, porque si mañana se entera por los diarios me va a matar.
--Daniel, el Presidente soy yo -- respondió Kirchner.
El flamante ministro de Educación partió el 27 de mayo de 2003 a Paraná. Poco después, Kirchner despegaría desde el sector militar de aeroparque a bordo de un Lear Jet para firmar el acuerdo con los gremios docentes y encauzar un conflicto que había impedido el inicio de clases en la provincia. Marta Maffei, la entonces titular de Ctera, le agradeció “el gesto de venir a la provincia a sólo 48 horas de la asunción del mando porque eso muestra que podemos empezar a acariciar la esperanza de que en la Argentina habrá soluciones para los problemas de los argentinos”.
"Pongamos fuerza, coraje, en hacer una Argentina diferente. Demostremos que se pueden llevar adelante las ideas que se tienen cuando se llega al gobierno. Entre todos, solo es imposible", repitió Kirchner luego de tomarse unos mates en la rueda de prensa junto a gremialistas y funcionarios. Una imagen que prologó el comienzo de una relación que modelaría otro escenario educativo, otro escenario nacional.
En esas primeras semanas Kirchner puso en valor el peso de la decisión política, demostró que el proyecto se encarna en quien ejerce con convicción y audacia el poder que le fue conferido por el voto popular. Es una amalgama que no admite fisuras.
Puso el cuerpo para resolver la huelga entrerriana, para promover el juicio político a los miembros de la mayoría automática de la Corte Suprema, para iniciar el proceso de Memoria, Verdad y Justicia y para rediscutir todos los términos de la negociación por la deuda externa.
Fue en esos primeros sesenta días que ese político desgarbado que venía del sur montó la estructura que le daría sustento a su mandato y se profundizaría durante las presidencias de Cristina Fernández de Kirchner. La magnitud de la crisis lo había llevado a La Rosada cuatro años antes de lo que había previsto esa pareja de militantes que venía construyendo su proyecto desde la intendencia de Río Gallegos, la gobernación de Santa Cruz y las participaciones fundadas y disruptivas con el establishment de la diputada y senadora. Con el peso de ese adelantamiento y la urgencia por afianzar su autoridad tras una elección que terminó ganando con apenas el 22 por ciento de los votos ante el retiro de Menem en el ballotage, Kirchner sorpendió y desafió con decisiones que revivieron la creencia en la política como instrumento de transformación.
El sistema educativo llegó al 2003 particularmente golpeado por la debacle económica que había derrumbado los salarios y las condiciones laborales. Tras la solución del conflicto en Entre Ríos empezaron a apagarse los incendios provinciales y a fines de ese mismo año se sancionó la Ley de Garantía del Salario Docente y la que establece el mínimo de 180 días de clases. En setiembre de 2005 la Ley de Educación Técnico Profesional subsanó el vacío en el que había caído la formación técnica. En enero de 2006 se convirtió en realidad la Ley de Financiamiento Educativo, un mojón que permitió el incremento sostenido de la inversión hasta llegar al 6 por ciento del PBI en 2010. En diciembre de 2006 se aprobó la Ley de Educación Nacional que extendió la obligatoriedad desde el preescolar hasta la secundaria.
Cada una de esas normas fue el andamiaje para actualizar un sistema que siempre demanda más. Los fundamentos de ese armado muestran la concreción de una apuesta por mejorar las condiciones materiales y poder avanzar en las condiciones reales de enseñanza-aprendizaje.
Néstor Kirchner puso el cuerpo en cada una de las batallas que emprendió para sacar a la Argentina del infierno, como solía decir. Obsesivo, siguió al detalle cada gasto y cada negociación.
Como representante de una generación diezmada puso el respeto por la vida en el centro de sus compromisos. Cuando en 2010 una patota ferroviaria asesinó a Mariano Ferreyra, un militante de 23 años del Partido Obrero que luchaba contra la tercerización laboral, Kirchner no paró hasta identificar a los responsables. Su corazón no resistió más. A la semana, el 27 de octubre de 2010, murió.
A veinte años de su asunción, un somero repaso por las decisiones que tomó reconcilia con la política.