"Una elección con más frío que en Siberia", titulaba Página/12 diez días antes de los comicios del 27 de abril de 2003. Tal vez todo lo que pasó inmediatamente después --tan veloz, inesperado-- haya contribuido a diluir en el recuerdo colectivo lo que fueron esos comicios post estallido. Repasarlos es otra manera de dimensionar por qué este suplemento se llama, simplemente, El hombre que cambió la Argentina.
El recorrido por los diarios de época coincide con el recuerdo personal: la herida aún abierta y sangrante del 2001, la deriva tras la bronca social activa, que había sido capaz de crear nuevas formas de organización, el "que se vayan todos" sedimentado en un pasivo y nihilista "venga quien venga, es lo mismo". "La gran mayoría tiene decidido el voto pero no cree que haya grandes cambios. A diez días de los comicios, los encuestadores coinciden en que los candidatos no despiertan gran entusiasmo ni siquiera entre sus propios electores. Pese a ello, no hay indicios de que aumente el voto bronca en una campaña sin grandes caravanas ni debates. Esta quinta elección presidencial desde el retorno de la democracia será la más fría de todas", detallaba la nota.
Aquellas elecciones que llevarían al triunfo a Néstor Kirchner, y que --no lo sabíamos, no lo esperábamos siquiera-- cambiarían el país, se presentaban como una de las más extrañas y anómalas de la historia. Terminaron siéndolo, de hecho: Menem se bajó del ballotage de la manera más irresponsable, dejó a su contrincante asumiendo "con más desocupados que votos". "Las encuestas que unánimemente le auguran una derrota sin precedentes en la historia electoral permitirán que los argentinos conozcan su último rostro: el de la cobardía. Y sufran su último gesto: el de la huida", le dedicaba el entonces presidente electo.
Aquel abril de 2003 queda tan lejos y la montaña rusa que es la Argentina tira tantos subidones y descensos infernales que uno se olvida, pero cuando a Kirchner lo votó el 22,7 por ciento pasaba esto.
Los organismos de derechos humanos publicaban solicitadas y organizaban marchas frente a la Corte Suprema exigiendo la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Una siempre joven Norita Cortiñas grafiteaba las escalinatas de Tribunales con la consigna de la hora: "La impunidad solo genera impunidad".
El programa de Mirtha Legrand congregaba candidatos y marcaba agenda nacional. La señora de los almuerzos, que por entonces lucía pollera arriba de la rodilla, blanqueaba que su preferido era López Murphy, abanderado de un discurso mano dura y reducción del Estado. El brevísimo exministro de De la Rúa saturaba las pantallas con un despliegue publicitario tan inusitado que era motivo de notas, y no mostraba objeciones al ser aludido como "el candidato del establishment". Ganaría por lejos por jugar con el caballo del comisario, se decía abiertamente, y varias consultoras lo refrendaban. Terminó sacando el 16% de los votos, sólo dos puntos más que Adolfo Rodríguez Saá y Elisa Carrió.
Mientras una encuesta arrojaba que el 76 por ciento de los chilenos creía que el embarazo Bolocco - Menem era una fake news (en la época se decía "una farsa inventada para sumarle chances electorales"), el expresidente posaba sonriente mostrando un par de escarpines en la tapa de la revista Caras: "A mi bebé pienso acunarlo, cambiarlo y darle mamadera".
En la ciudad de Buenos Aires, un Aníbal Ibarra a quien todavía no le había pasado Cromañón por encima presentaba al elegido para acompañarlo en la fórmula como vicejefe de gobierno en las elecciones del 8 de junio: Daniel Filmus, un novato en la puja electoral. Pero el exsecretario de Educación porteño terminaría, solo un mes después, acompañando a Kirchner como ministro de Educación de la Nación a destrabar el conflicto con los docentes entrerrianos, a 48 horas de asumir su presidencia. "Sé que entre todos otro país, aunque a algunos no les guste, se viene", decía Kirchner en Entre Ríos, al firmar el acuerdo.
El hermano de la actual secretaria Legal y Técnica de la Presidencia lograba reunir una fórmula de coalición que aglutinaba a la centro izquierda de la época, que incluía al entonces ARI de Carrió, y que tenía también vasos comunicantes con lo que entonces no era aún el kirchnerismo, sino solo Néstor Kirchner.
Los actos de cierre de campaña tuvieron sus condimentos propios. El de Menem fue en River, con Adelina de Viola, Juan Carlos Rousselot, Armando Gostanian, Herminio Iglesia, entre la concurrencia. "Viaje al tren fantasma", titulaba Página. Vicente Massot, el exdirector del diario La Nueva Provincia imputado por delitos de lesa humanidad, era anunciado futuro ministro de Defensa si ganaba Menem.
Kirchner cerró en La Matanza; antes recorrió todos los canales, y presentó un libro en el teatro Coliseo que se llamaba, simplemente, Plan de gobierno, con la bandera y una firma en la primera página: Néstor Kirchner. Argentino. Algunos de sus textuales: "Nos proponemos recuperar los valores de la solidaridad y la justicia social que nos permitan la construcción de una sociedad equilibrada". "El mercado organiza económicamente pero no articula socialmente". "El Estado debe actuar como reparador de las desigualdades sociales a través de una tarea constante de inclusión social".
De fondo, el contexto internacional estaba marcado por la guerra de Irak, que en Página cubría con excelencia y despliegue Eduardo Febbro. El país seguía conmocionado por el asesinato de María Marta García Belsunce, que había ocurrido seis meses atrás. En Página/12 Raúl Kollmann insistía en soledad sobre las pruebas contra el sospechoso que recién veinte años después serían tenidas en cuenta en un nuevo juicio, Nicolás Pachelo. A nadie sorprendía ni merecía mucho lugar que Luis Tula, condenado como partícipe necesario por la violación y muerte de María Soledad Morales (por entonces no existía la figura ni la idea de femicidio) recuperara su libertad después de cumplir dos tercios de una condena de nueve años.
"A mí me gustaría que al apoyo bonaerense se lo empezara a ver de otra forma. Yo hice una arquitectura de construcción de poder, una alternativa que realmente pudiera terminar con el menemismo", respondía Kirchner a Página/12 después de aquellas elecciones. Sus palabras pasaban entre tantas porque no era posible entonces dimensionar a ese animal político que empezaba a hablar otro lenguaje. Que llegó como un giro impredecible de la historia, un cambio no anunciado ni esperado cuando todo parecía perdido y por perderse.