Desde el minuto cero de su mandato, Néstor Kirchner cambió la historia de la política argentina para siempre. Sus primeras palabras como presidente, sus primeras decisiones de gobierno, dieron clara cuenta del proyecto de país que venía a proponernos. Del sueño de una patria justa, soberana, igualitaria, inclusiva y latinoamericana que nos pidió que acompañáramos.
Nunca olvidaré la emoción con la que muchas y muchos, con años de militancia y no pocas desilusiones, recibimos aquel mensaje del compañero electo presidente con un porcentaje tan bajo de votos, pero al mismo tiempo con un asombroso optimismo y una amorosa manera de poner en marcha sus propias convicciones.
Su apasionada oratoria, su corazón en las manos, su increíble modo de acercarse al pueblo y sentirse parte de él, marcaron el regreso a la política de miles y la aproximación espontánea a la militancia de las juventudes que por ese entonces parecían indiferentes al compromiso ciudadano de ser arte y parte de los destinos del país en el que vivían.
Con muy claras decisiones desde el poder ejecutivo supo cómo devolvernos la dignidad. Supo cómo devolvernos el futuro. Supo cómo no dejar a nadie afuera de su proyecto de nación.
Su muerte tan temprana nos dejó doliendo el corazón.
Su capacidad para llevar adelante la gesta que nos propuso nos sigue convocando, porque Néstor demostró largamente que un país mejor era posible. El y su compañera de vida e ideales, Cristina Fernández, son la fuerza indestructible de una lucha a la que no se renuncia: la esperanza de esa patria justa, libre y soberana en la que merecemos vivir.