En abril de 2003 Néstor Kirchner, el presidente electo, no era sólo un inmenso interrogante político, sino que, en ese momento, pese a ser bastante desconocido en el espacio público nacional también formaba parte de la dirigencia que provocaba descreimiento social y en no pocos rechazo resumido en la consigna "que se vayan todos".
En esos días turbulentos políticos y sociales y de incertidumbre extrema acerca de lo que se venía, en el frente económico Kirchner ofreció a la sociedad dos definiciones fundamentales: la primera, él sería el ministro de Economía, y la segunda, iba a mantener en ese cargo a quien lo ocupaba en la administración Duhalde, Roberto Lavagna. Fue un mensaje fundamental en términos políticos porque alteraba la secuencia de las últimas décadas, que consistía en la subordinación de la política a la economía. Proponía que desde ese momento la política determinaría la orientación de la política económica.
Para algunos puede parecer un hecho menor, formal y hasta insignificante, pero fue, entre otros, un aspecto fundacional del ciclo político del kirchnerismo y, aunque los economistas se resistan a aceptarlo, una de las razones –no la única- del ciclo económico extraordinario de los años siguientes.
El lugar central de la política, o sea del proyecto político, sobre la economía, es decir de las medidas económicas aplicadas para cumplir los objetivos políticos, fue una de las características centrales del proceso económico y social iniciado por Kirchner, que ha provocado, a pesar de limitaciones y contradicciones, un escenario de tensión creciente con la tradicional conducta rentística de las elites empresariales.
Respecto a esto último, existe un momento preciso en el cual se puede identificar la génesis del kirchnerismo como expresión del Peronismo siglo XXI. Fue cuando Néstor Kirchner expuso el objetivo de recuperar una burguesía nacional como actor relevante del desarrollo capitalista en Argentina. Lo manifestó en el discurso inaugural de su presidencia en la Asamblea Legislativa, el 25 de mayo de 2003, del siguiente modo:
“En nuestro proyecto ubicamos en un lugar central la idea de reconstruir un capitalismo nacional que genere las alternativas que permitan reinstalar la movilidad social ascendente. No se trata de cerrarse al mundo. No es un problema de nacionalismo ultramontano, sino de inteligencia, observación y compromiso con la Nación. Basta ver cómo los países más desarrollados protegen a sus productores, a sus industrias y a sus trabajadores".
Pasado 20 años la evaluación es que este objetivo no tuvo los resultados esperados respecto a reconstruir un capitalismo nacional, y no fue por falta de voluntad del kirchnerismo, sino por la indiferencia hasta terminar en abierta oposición del bloque de poder económico.
En esos años hubo una sostenida recomposición de la industria y del empresariado nacional pero ésta no tuvo el salto cualitativo –intelectual y práctico- de convertirse en una burguesía nacional dinámica y comprometida con el desarrollo nacional. En el bloque de poder dominante, que actuó como conducción política del establishment, integrado por los grupos Clarín, Techint y Arcor, más bien hubo y sigue habiendo un enfrentamiento militante al kirchnerismo en sentido amplio (puede decirse también de militancia antiperonista), que incluyó a esa convocatoria inicial de Néstor Kirchner.
El saldo negativo de la propuesta ha sido notable. No logró que la elite empresarial, en un entorno económico favorable, incrementara la inversión reproductiva, reinvirtiera utilidades y disminuyera la fuga de capitales. El kirchnerismo lo intentó de diferentes maneras sin respuesta favorable. Se pueden identificar cuatro líneas de acción desde esa invitación inicial de Kirchner:
1. Voluntarismo político. Una serie de iniciativas que definieron condiciones macroeconómicas para motorizar un crecimiento elevado incentivando la inversión privada y la expansión de empresas nacionales, desalentando la fuga de capitales y apostando a la reinversión de los excedentes.
2. “Argentinización”. Facilitar el desembarco de empresarios nacionales en compañías privatizadas en manos de extranjeros.
3. Estatizaciones. Fue el resultado del fracaso de las dos iniciativas anteriores.
4. Estratégico. Diseñar un plan de sustitución de importaciones y de proteccionismo del mercado interno ante la irrupción de la restricción externa (escasez relativa de dólares en las reservas del Banco Central). Fue una iniciativa más que buscaba impulsar la creación de una nueva burguesía nacional o, por defecto, reciclar la existente en una que sea dinámica e innovadora.
La prueba de la frustración de este ensayo de transitar un sendero de desarrollo capitalista con una burguesía dinámica en un entorno de inclusión social quedó en evidencia con la apuesta que hizo casi todo el arco empresarial por el proyecto neoliberal y antiindustrial de Mauricio Macri en 2015.
La primera iniciativa (voluntarismo político) no logró cambiar la conducta de las élites empresariales pese al extenso período de muy elevado crecimiento económico. La segunda consistió en el diseño de una estrategia de desplazamiento de operadoras multinacionales de empresas de servicios públicos privatizados, para que grupos económicos locales ocuparan ese lugar. El objetivo era “argentinizar” la administración de servicios públicos y actividades estratégicas, en un contexto de tarifas pesificadas y congeladas para impulsar el consumo doméstico y la industrialización. Los grupos locales no tuvieron que efectuar desembolsos relevantes para quedarse con las compañías.
En términos prácticos, el saldo de ambas iniciativas fue decepcionante. Las inversiones no aumentaron y mantuvieron la política de distribución creciente de dividendos, retirando recursos de planes de expansión. Los escasos resultados de estos caminos derivaron en varias estatizaciones.
Había también mucho de voluntarismo político en el plan de “argentinizar”, una especie de poción mágica que podría transformar las elites empresariales sólo por acercarles oportunidades de negocios. El punto de inflexión fue el conflicto con un sector del campo en 2008. Fue el primer indicio del agotamiento del proyecto ambicioso de recrear una burguesía nacional con el que inauguró Néstor Kirchner su ciclo político hace 20 años.