Néstor Kirchner tendría hoy nada más que 73 años. Quince menos que los 88 del Pepe Mujica. Cuatro menos que los 77 de Lula. Y desde que murió hace casi 13 años, el 27 de octubre de 2010, los peronistas, e incluso los amigos del barrio sudamericano, repiten una frase. La expresan de muchas maneras. Quienes trataron a Néstor, por ejemplo, la dicen en primera persona del singular. Pero la forma no importa. La esencia es la misma: “Cómo se lo extraña, ¿no?”.
Se extraña al Kirchner intendente de la Argentina, el Presidente que tenía dimensión concreta de los problemas y los resolvía en falsos dos minutos. Falsos porque antes escuchaba, preguntaba, sopesaba y calculaba.
Se extraña al Néstor que impulsó el juicio político a la Corte Suprema cuando no llevaba ni 15 días en el Gobierno. Sabía que esas cosas se hacen con el poder fresquito o no se hacen nunca.
Se extraña al Néstor que sufría con la muerte de un militante social. Quizás ni Gustavo Beliz sepa que dejó de ser ministro mucho antes del día en que le pidieron la renuncia. Fue cuando la policía mató a Martín “El Oso” Cisneros, del Comedor Los pibes de La Boca. “No me lo puedo perdonar”, rumiaba Néstor en la base de Guam, volviendo de China. Y después de rumiar cambió de jefatura de Policía y de ministro.
Se extraña al Néstor rosquero de paciencia infinita.
Se extraña al Néstor del No al Alca, una bolilla negra al plan estratégico de Bill Clinton y George Bush para dominar las industrias de servicios de América Latina. El plan fue maquinado a fondo. Es cierto que un día le dijo a Jorge Taiana, coordinador de la cumbre de Mar del Plata del 2005, que no arrugara, que tenía su apoyo. Pero antes había arreglado el asunto con Lula y con Hugo Chávez, para después sumar a Tabaré Vázquez y a Nicanor Duarte Frutos, y también había combinado con Ricardo Lagos que Chile respetaría el derecho de los demás al No.
Se extraña al Néstor que, como dijo Juan Perón el 17 de octubre del ‘45, pensaba que uno gobierna para que la gente esté cada día un poquito mejor, “y para que el fin de semana, hermanito", palabras de Néstor, "descansen tranquilos y puedan olvidarse de mi nombre”.
Se extraña al Néstor que negociaba la quita de la deuda a cara de perro, porque de verdad pensaba que los muertos no pagan. De veras no era un simple argumento de discusión. No quería un país muerto.
Se extraña al Néstor que en 2005 resolvió desconectar a la Argentina del Fondo Monetario Internacional, una conexión que no solo impide ejecutar una política económica propia: como explicaba por entonces Roberto Lavagna, es un factor de histeria social.
Se extraña al Néstor que no dudó en asumir la jefatura del peronismo bonaerense arrebatándosela a Eduardo Duhalde. Si no se es jefe en el momento indicado, después será tarde.
Se extraña al Néstor que no solamente pensaba la política sino que operaba, y operaba hasta el detalle final, para que la decisión no se quedara en el discurso. Es decir: preparaba el terreno, persuadía, ensanchaba, buscaba aliados y podía ponerse todo lo malo que permitiera la ley. Que para eso se es Presidente.
¿Y el Néstor jodón? A ése también se lo extraña. El tipo vivía gastando. Truco, retruco. Le gustaba ganar. Truco, retruco. Pero el que por chupamedias se dejaba ganar en la gastada, era despreciado para siempre. Truco. Retruco. Quiero vale cuatro. Quiero.
Se extraña al Néstor ingenuo que se preguntaba por qué cada vez que iba a Nueva York los periodistas lo encontraban con tanta facilidad. Porque siempre ibas a Bice, Néstor. O a Novecento. Aunque después, en un gesto de amplitud ideológica, pasabas por la parrillita “Boca Juniors” de los bosteros de Queens.
Se extraña al Néstor que aprendió rápido la completa indiferenciación entre la política interna y la externa. Al fin de cuentas, el método de análisis es el mismo. Y el sistema de toma de decisiones también. Le apasionaba la puja mano a mano y le fascinaba tejer alianzas. Se aburría con las rondas de discursos, pero quién no. Después de asumir tardó 15 días en darse cuenta de que era un capítulo a soportar si quería disfrutar de los momentos placenteros, los de un pasillo o un sillón frente a frente, semblanteando al otro.
Cómo no extrañar al dirigente abierto, nunca sectario, “qué bolsa de gatos que somos, hermanito”, siempre flexible, “pero el jefe de la bolsa de gatos, hermanito, soy yo”.
Se extraña al Néstor que sufría perdiendo, como en la disparatada campaña del 2009, pero que al día siguiente de la derrota, “che, no sean flojos”, ponía la cara, “y a levantar el ánimo, ¿eh?”.
Y está el entrañable y extrañable Néstor de la vuelta a los juicios contra los criminales de lesa humanidad. El que en 2006 se emocionó cuando Taty Almeida le contó por primera vez su historia. El que la abrazó largo, como abrazaba a la gente después de los actos.
¿Estará permitido no extrañar algunas cosas? ¿Se podrá no extrañar la guerra de las pasteras con Uruguay, incluso pese a la ingratitud de Tabaré con el tipo que le bancó el cruce de los uruguayos para que pudiera ganar en primera vuelta? ¿Se podrá no extrañar la pelea de la 125 llevada hasta la derrota, que empezó antes del voto no positivo? ¿Se podrá poner en otro lugar del recuerdo el emblocamiento de chacareros y cerealeras que tan caro se pagó políticamente en términos de relación con una buena parte de la clase media?
Lástima que no está para discutirlo ahora, a la distancia. A Néstor le hubiera encantado pelear.
Y se le extraña ese amor incondicional por Racing. Amor compartido, debo decir en este final que termina, sin pudor, así: “Cómo se te extraña, Néstor querido”.