La gran apuesta de Néstor Kirchner fue asumir su presidencia inscribiéndose de entrada en una corriente histórica. No dudó ni un instante en asumir un punto de partida bien difícil: los valores y las convicciones de la generación diezmada. Aquella generación que había estado determinada por la narrativa histórica de la Revolución. En cambio a Kirchner necesariamente la Historia lo convocaba desde el lugar de la pos revolución y desde ese lugar, sin embargo, se proponía algo nuevo.
Por ello sabía, que al invocar a aquella generación no se trataba solo de un ejercicio testimonial, de un homenaje surgido del trabajo noble de la memoria. La pregunta crucial que lo atravesaba, la tensión inaugural de su proyecto, era por un lado, la fidelidad a aquella generación sacrificada en el altar de los proyectos históricos y, por otro, la construcción de una nueva nación a partir del movimiento nacional y popular.
Por esta pendiente, su decisionismo irreductible generó un hecho inédito en el mundo contemporáneo: anudar de un modo serio y consistente los derechos humanos, su excelente trabajo con la Memoria la Verdad y la Justicia, con la tradición peronista expresada en el movimiento nacional y popular.
Si en el resto del mundo la realidad de los Derechos Humanos se desarrolla siempre en el interior de una lógica de Estado, donde su existencia siempre puede naufragar en razón de las distintas trabas institucionales, en Argentina en cambio, Madres, Abuelas, Hijos y los distintos organismos, se constituyeron en un sujeto político.
Dada la evidente fragilidad que las memorias de los genocidios muestran en distintos lugares del mundo, se le debe a Néstor Kirchner haber realizado una articulación inaugural entre Derechos Humanos, Estado y el movimiento nacional y popular. Este es el verdadero secreto de la permanencia irreductible de la memoria histórica como valor político actual. Organizar las políticas de los derechos humanos como una práctica política que vuelve a interpelar, una y otra vez, la realidad política argentina.
Así, en la apuesta de Kirchner por las convicciones de la generación diezmada no había solo un homenaje, sino una verdadera lectura del legado histórico.