En noviembre de 2021, cuando estaban por cumplirse siete décadas del primero de sus campeonatos en Fórmula 1, el pueblo donde había nacido Juan Manuel Fangio, 110 años atrás, decidió trasladar sus restos a un mausoleo creado en el histórico museo del centro, frente a Plaza Libertad. Desde su muerte, el 17 de julio de 1995, estaban en el cementerio local.
La caravana de cuatro kilómetros al nuevo destino fue numerosamente acompañada aquella tarde. Al final del recorrido, en esa especie de Disneylandia de autos y pistas que es el museo, aguardaba su último gran rival, vivo: el escocés Jackie Stewart, entonces de 82 años. “Verdaderamente fue el mejor piloto de carreras del mundo”, reconoció el tres veces campeón y otras dos subcampeón. Balcarce vivió ese evento como “la última vuelta de Fangio”.
Desde 2003, la Autovía 2 que arrima a Balcarce con el área AMBA (a través de la Ruta Provincial 55) lleva los nombres y apellido del quíntuple campeón de la F1. Aunque el homenaje más interesante fue el que gozó en vida: la creación y consolidación de un autódromo clave en la cartografía nacional del folclore fierrero. Un escenario único en varios sentidos.
Orgullo de una ciudad llena de talleres mecánicos, máquinas preparadas y enamorados de los fierros, el autódromo “Juan Manuel Fangio” de Balcarce fue inaugurado en enero de 1972 y rápidamente se impuso como plaza fundamental de las categorías del automovilismo argentino
El propio Fangio se encargó de buscar el lugar que considerara más adecuado. Y la embocó: empotró el circuito dentro de la serranía, sobre la ladera de La Barrosa, convirtiendo al entorno en un atractivo en sí. Además, el graderío dispuesto por encima del trazado permitía observar casi la totalidad de la carrera, algo inhabitual en la mayoría de los escenarios del país. Win-win.
El proyecto se inicia en 1968 y un año después se coloca la piedra fundamental sobre la ladera norte de la sierra La Barrosa. Aunque luego no hay mayores novedades hasta 1972, cuando —en tiempo récord— se terminan las obras y el autódromo empieza a ser anfitrión de carreras.
De entrada, Fangio deseaba que “El Fangio” también llegara a la Fórmula 1: imaginaba a Balcarce recibiendo un Gran Prix entre las sierras del sudeste bonaerense. Es que ese año Argentina volvía a ser parte del calendario oficial por primera vez desde 1960, aunque siempre en el Autódromo de Buenos Aires, inaugurado en 1952 con la Copa Perón que ganó, justamente, Fangio. Aunque la idea del Chueco no era acompañada por la Federación Internacional de Automovilismo. La FIA, dicen, nunca se convenció por la seguridad de ese circuito picante de horquillas, chicanas, puentes, curvas y contracurvas.
Entonces, el Autódromo Juan Manuel Fangio se fue consolidando dentro del plano nacional. Así, Oscar Larrauri encontró en ese trazado su expansión a la Fórmula 3 hacia 1979. Mientras que en 1982 el circuito tiene la primera transmisión de carreras, que la televisión de aire argentina comienza a hacer desde ese entonces de manera semanal.
Por esos y otros motivos, Balcarce se convirtió en un lugar obligatorio del folclore automovilístico argentino. Un peregrinaje de casillas rodantes, carpas y asados de cara a la pista. Todo formaba parte de un ritual que excedía a los autos y era sostenido, principalmente, por el Turismo Carretera. Una cita única en el calendario de carreras de todo el país.
Así, durante tres décadas.
Hasta que el 13 de noviembre de 2011 todo se volvió polvo y aire.
Un día después de establecer la vuelta más rápida en la historia del circuito, y a dos giros del final de la carrera, Guido Falaschi quedó enredado en maniobras ajenas y tuvo un desenlace fatal. Era la penúltima del campeonato del Turismo Carretera.
La primera tarde de actividad había dejado una imagen escalofriante: Agustín Canapino no pudo girar en una curva y terminó estrellado entre los neumáticos del guardarrail. Para sorpresa de muchos, Canapino salió ileso y siguió activo en los dos días restantes de competencia. Dos días después, Falaschi fue la víctima de una bambolera innumerablemente más violenta y angustiante, con autos rebotando en las paredes y chocando entre sí, pedazos de chapa volando por los aires y gomas saltando de acá para allá.
Fue, para toda la cultura automovilística argentina (desde su industria hasta su folclore) una conmoción en la línea del Desastre de Le Mans en 1955, tragedia que Fangio pudo evitar de manera milagrosa maniobrando mientras se desencadenaba un tremendo choque múltiple como el que luego ocurriría 66 años después en Balcarce. Y si bien esta vez no hubo víctimas fatales entre los espectadores —como en aquel Gran Prix francés—, la postal entregó lo mismo una violencia demoledora.
Nadie se anima a afirmar o negar si las cosas cambiaron para bien a partir de entonces. Lo único cierto es que el automovilismo continuó con sus caravanas en otros puntos del país, pero ya sin el Fangio en su cartografía. Durante muchos años, el Autódromo de Balcarce quedo mirando de reojo a la ciudad desde un rincón de La Barrosa, con su carga de la nostalgia y la tragedia. Esos fines de semana con más de treinta mil personas en una fiesta única que acabó de la peor manera.
Recién en 2019 el autódromo fue rehabilitado, pero solo en modo a prueba de fallos: carreras de categorías menores en un circuito de dos mil metros, menos de la mitad del original. Al nuevo trazado se lo denomina “Variante Juan Manuel Bordeu”, recuerdo de otro automovilista dilecto de Balcarce. Todos --en mayor o menor medida-- tienen bien claro que el Fangio, tal como está, no cumple con ninguna condición ni para empezar a charlar.
La logística para reponer aquella vieja ceremonia en el calendario del TC se entrelaza entre demandas de seguridad, el financiamiento de las obras y los tejes de los particulares interesados, por así denominarlos. El Fangio de Balcarce recuerda, en un punto, al cercano Mundialista de Mar del Plata: a una hora de distancia, ambos colosos solo conservan óxido de aquel éxito. La bandera a cuadros, en tanto, espera.