Dos grandes canciones alcanzan -y a veces sobran- para justificar una trayectoria completa. Pero en el caso de Daniel Toro, trovador salteño que murió este jueves a los 82 años, ese par de melodías esenciales sirven además para medir la amplitud temática de su creador. "Zamba para olvidarte" y "Cuando tenga la tierra", que tienen la edad de los clásicos, marcaron dos caminos tantas veces antinómicos en el folklore argentino: el de la canción romántica y el de la canción testimonial. Toro transitó ambos territorios con desprejuicio y pagó con su carrera el precio que le cobraron por su desparpajo. Sin embargo, el cantautor fue, con su impronta popular y comprometida, con su rostro moreno y esa voz que parecía capaz de reproducir el paisaje, la síntesis natural de esa diversidad.
Fue uno de los grandes cantautores del folklore argentino. Pero de no haber sido por el rescate de su figura que logró la excelente película El nombrador, de Silvia Majul (2021), muchos de los que tararean frecuentemente sus canciones ("Zamba para olvidarte" tiene más de 8 millones de reproducciones en Spotify) pensarían que se había muerto hacía mucho tiempo. Debe ser porque la voz de Toro, más que apagarse lentamente como la de tantos artistas populares, fue silenciada. Primero de manera explícita y coercitiva: la última dictadura cívico-militar lo censuró y lo empujó a protegerse bajo el seudónimo de Casimiro Cobos. Ese disgusto, sumado al desaire y la incomprensión de colegas, periodistas y productores, debe haber tenido bastante que ver con el cáncer de garganta que lo obligó a dejar de cantar.
Allegados al artista cuentan ahora que ese cáncer, que ocupó buena parte de su vida, estaba "encapsulado". Pero más de treinta operaciones en su garganta, a lo largo de cuatro décadas, dejaron secuelas y cierta propensión a infecciones, la última de las cuales derivó en una neumonía que terminó con su vida. La enfermedad le había provocado otras heridas, menos tangibles. Cinco años atrás, en ocasión de un homenaje que le hicieron en el festival de Cosquín, dijo casi en un susurro que todavía resuena en todos los que lo escucharon: “Dios mío, me llevaste mi voz y con mi voz se fue la mitad de mi alma”.
Sus canciones siguieron hablando por él. Toro se recluyó y le transmitió su legado a sus hijos Facundo, Claudio y Daniela. En una casita humilde de la localidad salteña de Vaqueros su cotidianidad transcurrió entre los recuerdos de su vida artística y la rutina de cuidar las flores y las plantas de su quinta acompañado por su esposa. Grande habrá sido su sorpresa cuando vio en el documental El nombrador que Víctor Heredia lo definía como “el mejor cantor popular que ha tenido el país”. Quizás se haya conmovido al escuchar la estremecedora versión que Ricardo Mollo hizo de "Cuando tenga la tierra". Mercedes Sosa había convertido esa canción en himno de lucha de una generación y el cantante de Divididos actualizó su sentido, junto a Nadia Larcher.
Toro no tenía grandes conocimientos musicales pero parecía saberlo todo. De chico trataba de imitar el canto de los pájaros, especialmente de una torcaza que se empeñaba en acompañarlo. La voz de Agustín Magaldi, que escuchaba a través de la radio familiar, se le mezcló con la palabra de los poetas salteños (especialmente Ariel Petrocelli) y de esa amalgama salió un intérprete singular, que condensó en canciones su naturaleza romántica, su amor a la tierra y su empatía con los humillados por el sistema.
Así, en un puñado de años, desde que ganó el Premio Consagración en 1967 en Cosquín, se permitió la libertad de hacer temas como "Para ir a buscarte", "Mi mariposa triste" y la citada "Zamba para olvidarte", que convivieron en su repertorio con "Este Cristo americano" y "El antigal", entre tantas otras.
Una vez el recordado Pepitito Marrone lo vio llegar y dijo: “¡este grone lleva el país en la cara!”. No se equivocó. Con su muerte Daniel Toro se llevó también una parte de ese país al que amó. Quizás se lo pueda recuperar un poquito, cada vez que un changuito cante con él cualquier verso de "El seclanteño". Como estos: "Baja una nube /mientras él sube: no tiene apuro. /El seclanteño de pelo oscuro, como su sueño".