El currículum de Fernando Juan Lima supera con holgura la extensión de una página que recomiendan los especialistas en Recursos Humanos. Recibido de abogado con Diploma de Honor en la UBA, desde 2000 fue Juez de Primera Instancia y en 2012 pasó a desempeñarse como Juez de Cámara en los tribunales porteños. Además, es profesor en las universidades de Buenos Aires, Católica y Belgrano. Coescribió y codirigió la publicación de casi veinte libros sobre Derecho, entre ellos Ayudas administrativas a la cinematografía. También es crítico y periodista, con amplia experiencia en medios digitales y gráficos (la revista El amante, el diario BAE, los portales Otroscines y Perro Blanco), radial (conduce hace más de diez años el programa La autopista del sur, los viernes de 18 a 20 en la AM 1450) y televisiva (Cinema Mon Amour, por Canal (á)). El boletín oficial del jueves pasado confirmó que a todos esos ítems deberá sumarle uno más: desde ese día es el flamante vicepresidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, cargo vacante desde abril, cuando quien entonces lo ocupaba, Ralph Haiek, pasó a la Presidencia a raíz del desplazamiento de Alejandro Cacetta por supuestos casos de corrupción.
“La idea es trabajar en equipo. Lo bueno es que Ralph y yo tenemos perfiles distintos y complementarios. Él me vino a buscar, sabe lo que pienso, con lo cual creo que vamos a poder trabajar juntos”, dice Lima, primer crítico en ocupar un lugar tan alto dentro del organigrama del Instituto, desde su oficina en Lima 319, donde terminará de instalarse la semana que viene, cuando se oficialice la licencia de su cargo en el Poder Judicial porteño. De donde no piensa licenciarse es de su trabajo como periodista. “Dentro de lo que me lo permita el tiempo, me gustaría seguir porque creo que suma. Tendré algún cuidado especial respecto al cine nacional, al que en general siempre he apoyado, sobre todo al más independiente”, afirma.
–¿Cuál es la dinámica de trabajado pensada con Haiek, teniendo en cuenta esos perfiles complementarios que usted menciona?
–El trabajo siempre es en conjunto, y me parece que el que todos veamos todo ayuda a mejores controles. Hay cosas en las cuales yo puedo tener algún conocimiento más específico. A alguno le puede parecer medio raro que yo sea juez en lo Contencioso–Administrativo, pero lo que hace el Incaa es Derecho Público y Administrativo. El trabajo del Instituto es básicamente poder de policía, regulación, fomento: eso es Derecho Administrativo.
–Una de las críticas que se le hace a Haiek es que no llegó a la presidencia con el consenso entre todos los sectores del ámbito audiovisual. ¿Se hicieron consultas previas para su nombramiento?
–Que yo sepa, no. El que me propuso fue Haiek, y después hablé con Pablo Avelluto (ministro de Cultura de la Nación). Me parece que hay que encontrar un equilibrio. En esto quizá sea políticamente incorrecto, pero el Instituto hace política cultural y, por lo tanto, le pertenece a todo el pueblo argentino, no a la llamada industria. Lo que no quiere decir que no se la escuche, que no se la consulte, que no sea objeto de trabajo cotidiano primordial. Pero la idea de que la industria es dueña del Instituto no es sana, no corresponde, es un error. El cine tiene que ver con nuestra cultura, y la cultura es una política de estado que atraviesa a los distintos gobiernos. Hay un mandato de apoyar al cine porque el cine sin ese apoyo no existe.
–Usted es el primer crítico en llegar a un cargo tan importante dentro del Instituto. ¿Qué puede aportar esa mirada si se quiere “periférica”?
–Yo reivindico la periferia. Una de las características más importantes de nuestro cine, y de nuestra cultura en general, es la diversidad. Y esa diversidad enriquece. La idea de pensar el cine desde la taquilla, que puede ser tentadora para alguna mirada, implica olvidarse del resto. Nosotros tenemos un cine muy rico y amplio que requiere un cuidado especial, sobre todo en los sectores más independientes y el documental. Es necesario pensar cómo y dónde se ven esas películas, cómo se construye audiencia, y en eso el rol del periodismo y la crítica es muy importante. Hay que mirar todos los elementos que hacen que una persona decida ir al cine porque no es un fenómeno natural, sino cultural. En eso la intervención del estado es fundamental.
–El Instituto atraviesa un momento delicado a nivel institucional desde el desplazamiento de Alejandro Cacetta de la Presidencia. ¿Cómo compatibiliza su mirada personal de ese conflicto con su nueva función pública?
–Hay una realidad, y es que uno tiene un conocimiento parcial y externo cuando no está directamente involucrado. Pero tengo claro que decido venir al Instituto para ayudar en la gestión, no para hacer inventarios del pasado ni cosas por el estilo. El cine es uno de los pocos aspectos que en un país tan afecto a los bandazos logró tener algo parecido a una política del Estado. Con errores, idas y vueltas, momentos mejores y peores, pero desde la vuelta de la democracia ese apoyo estuvo. La idea es tomar lo bueno construido y mejorarlo. Me parece que muchas veces por el temor al cambio, por aferrarse al status quo, nos quedamos con cosas que no funcionan. El lunes veía las nominadas a Mejor Ópera Prima en los Premios Cóndor, y seguramente ninguna pasó los diez mil espectadores aun cuando eran todas muy buenas. Hay que trabajar en la exhibición y distribución porque necesitamos las películas grandes, pero también las chicas.
–¿Cómo podría mejorarse esa situación?
–La política es abrir Espacios INCAA, hay que mantenerlo, mejorarlo y coordinarlo. Hoy hay entre 70 y 80, y esperamos llegar a cien pronto, que actúan en conjunto y con una lógica de programación que no siempre existió. Y por ahí por razones lógicas, porque al tener 170 películas al año a veces hay que estar corriendo. Pero esto genera que muchas veces se mate a un buen estreno con dos funciones diarias durante una semana en el Gaumont. Yo me resisto a creer que la manera de ver cine argentino en el futuro sea a través de Cine.ar Play. Es una plataforma fantástica que hay que aprovechar, pero debe ser complementaria a las salas.
–Usted menciona la idea de abrir más espacios INCAA, pero a fin del mes pasado cerró definitivamente el Artecinema...
–Hay cuestiones particulares del expediente que por ahora desconozco, pero en general el Instituto, por todos los espacios que tiene, no suele alquilar. La excepción era Artecinema. Siempre es una lástima que cierre un cine, pero tampoco es lógico que el Instituto salga a reabrir cada sala comercial que le va mal. Sin duda hay que abrir más salas en el sur de la Ciudad y en el interior, pero pensar que el Instituto está obligado por siglos a pagar el alquiler a un particular no parece razonable. Eventualmente uno podría pensar en mejores soluciones que tuvieron lugar en el pasado, como el Gaumont. Antes de alquilar, lo que implica un dispendio de fondos públicos importante, se decidió comprar. Más allá de lo simbólico, también hay que pensar que tenemos que gastar eficientemente. Si el resultado –y esto es una opinión personal– es que el que gana en la ecuación es el dueño del inmueble que se alquila, significa que estamos errando la mirada.